En un programa radial escuché a un comentarista de la sección de
“cultura” (en realidad de farándula y corazón) decir que otro de
sus colegas de la cadena radial de la competencia, estaba
“posando” de erudito en un tema. “Un burro diciéndole a otro
orejón” sería la expresión de mi abuelo para calificar tamaño
despropósito.
Es común en estas tierras tropicales encontrarse a expertos en
múltiples temas a la vuelta de cada esquina, sólo es cuestión de
proponer un tema en una conversación ligera y al menos uno de
los integrantes del grupo sacará a relucir su buena memoria con
los términos de moda y dejará la impresión de ser un conocedor a
fondo. Hay lumbreras por todos lados, con sólo leer los
titulares de prensa o escuchar un diálogo de media hora sobre un
tema ya muchos se creen con la facultad de ir dando cátedra de
cómo proceder, tienen el oído afinado y la lengua mucho más.
Hay que ver con qué elocuencia debaten sus “tesis” y que
infalibles evidencias sacan a relucir para defender sus puntos
de vista. Miopes. El volumen de sus monólogos, ya se lo
imaginarán; mientras más personas puedan escuchar sus
disertaciones, más convencidos estarán de que manejan la verdad.
Cómo si ésta existiera.
Lo sabios griegos preferían las dudas a las certezas, pero
nuestros sabiondos criollos dejan la modestia a un lado y asumen
la pose del conocedor y hasta retan con sus apresuradas
conclusiones. Lo mejor es escucharlos y asentir con un gesto,
para evitar ser abrumado por la defensa de sus mentiras.
Son expertos que cambian su especialización en un abrir y cerrar
de boca. Pasa el diálogo a otra materia y de nuevo tenemos al
conocedor en materias que nunca antes había imaginado. Opinan
sobre los temas más exóticos nuestros expertos empíricos. Tengo
conocimiento de ellos, me rodean y hasta a veces siento que me
influyen. Que contagioso resulta. Quizás sea esta columna una
muestra de lo que somos capaces de lograr. Bueno, al menos yo lo
confieso: por mi culpa, por mi culpa…