Desde el borde de la taza inconclusa observa la expresión en los
ojos de Lucy. Diez años de convivencia, que comenzaron en el
momento en que la trajo al mundo, han sido suficientes para
adivinar cuando se avecinan las grandes tormentas... Ésta es una
de esas ocasiones.
- ¿No vas a terminar el desayuno? -un sorbito pausado y sin
ganas corrobora su preocupación- ¿Pasa algo?
- Tengo un gran problema, pero no tengo a quién contárselo...
-responde la niña revolviendo la leche lentamente con el índice,
la vista clavada en las espirales de nata.
- Todo problema tiene una solución, comienza por tener confianza
en mí, vamos, cuéntame qué te pasa -dice, tratando de ocultar su
preocupación.
- Es algo terrible, no sé realmente si quieres oírlo, o si estás
preparada para oírlo, o si me vas a querer igual después de
oírlo, o si me mires de otra manera...
- ¡Basta, Lucy! -la interrumpe, cada vez más inquieta- Por
favor, eres mi hija, pase lo que pase nada puede cambiar esto.
Eso significa que te quiero no importa lo que hagas, ni lo que
puedas hacer, ni los errores que puedas cometer...
- ¿Por terribles que sean?
Suspira y reza a no sabe quién antes de responder, sintiendo que
la quiere más que nunca, atribulada como la ve desde su
imperfección, que desea rescatarla de su inseguridad, pero que
tal vez no alcance siquiera a tomar su mano con la suficiente
ternura para insuflarle el valor que necesita.
- Por terribles que sean tus errores, eres mi princesa Lucila,
dime qué te ha sucedido, porque no tengo el poder para
adivinarlo.
- Déjame voltear la espalda -acompaña la frase con el gesto,
sentándose a horcajadas en la silla, con el rostro mirando a la
pared- es que... que yo... Sé que nunca voy a ser la misma para
ti, pero... No sé dividir.
- ¿Qué? -atina sólo a responder la madre, tratando de ocultar la
sonrisa de alivio, sintiendo que hubiera dado la vida por ella.
- Que tu princesa Lucila no sabe dividir -dice girando
lentamente y mirándola a los ojos por primera vez en toda la
mañana-, cuando la maestra me pone una cuenta de división, tengo
que escribir las tablas de multiplicación al lado y desandar el
camino, porque no sé hacerlo de otro modo -cuatro lágrimas se
funden en un abrazo- ¡Y eso es tan vergonzoso para alguien que
está en quinto grado!