Ustedes, seguro que como yo, han visto las fotos y las
secuencias de algunos actos y bailongos de la Vicepresidenta
del Gobierno de la Nación Española en su periplo africano
para estar junto a las mujeres de aquellas tierras,
abandonadas del dios que les haya correspondido, y celebrar
con bailes y chirigotas el día universal de la mujer
trabajadora aprovechando que en su chequera portaba las
ayudas que, en nuestro nombre, el Gobierno español otorgaba
generosamente a los pueblos hambrientos del continente
africano.
Si patéticas son las imágenes que nos han mostrado del tan
-por sus fines- honorable viaje, indigno ha sido el hecho en
sí y la puesta en escena.
Se dice que el coste del caritativo viaje ha sido superior,
con creces, a la ayuda portada por la señora De La Vega, y
yo me acuerdo de las famosas langostinadas que las malas
lenguas, casi siempre bien informadas, afirmaban que
engullían, con el dinero de otros, nuestros dirigentes
socialistas cuando, por primera vez, alcanzaron a disponer
del gobierno de la Nación.
Maravillosos han de ser los recuerdos que esa señora de
aspecto enfermizo se traiga de allí. Magníficas las fotos de
las puestas de sol, que yo he tenido el privilegio de
presenciar. Espléndidos, por su colorido y valor artesano,
los collares que podrá volver a lucir en las escalinatas de
la Moncloa cuando de nuevo pose para alguna revista de moda.
Pero seguro que no podrá traer ni en el recuerdo, ni en la
memoria de su cámara digital de última generación, la cara
de aquellas felices mujeres trabajadoras del campo y del
anacardo mostrando rictus de sorpresa, de envidia y sobre
todo de odio. No podrá ver, nunca jamás, esas caras, porque
nunca les dijo que, mientras ellas, allí en las sabanas
africanas, por algo así como cincuenta céntimos de euro al
día, se desloman para recolectar, limpiar y clasificar los
anacardos que la señora Vicepresidenta del Gobierno español
degusta en compañía de algún destilado a la hora del
aperitivo, aquí se perciben salarios que no se atrevió
citar. Y no es que lo de aquí sea exagerado, no me atrevo a
decirlo, sino que es una indignidad bailar y reír, y aceptar
regalos de quien apenas, incluso en la celebración del día
universal de la mujer trabajadora, tuvo para llevarse a la
boca la masa pastosa de maíz de todos los días.
Pero la ley de igualdad obliga a hacer esas cosas y es eso,
una ley para la igualdad y el cupo, pues también. Por tanto,
espero que el cupo se aplique a rajatabla (pobre mundo
nuestro) en puestos de trabajo y en consejos de
administración, en puestos políticos y en cualquier parcela
de la vida en la que sea posible (ahora obligatorio)
implantar la fácil ecuación: un hombre = una mujer.
Pero, ¡aja! ¿Rectificará el señor Rodríguez Zapatero y
ordenará que el cupo se cumpla, inexcusablemente, también en
los matrimonios? Ya saben a qué me refiero.