La vid,
regada de sudor estéril
yace muerta...
La tierra no ata,
las lágrimas de la frente no florecen
esas cenizas de tus muertos seculares.
La madre amenaza de muerte,
desespera el verdor,
el vino agraza,
y el pan es seco abrojo en la garganta.
Huyes
del
cotidiano
infierno;
allí el tiempo se detuvo periclitado en su mismo sueño.
Buscas el futuro, el paraíso esplendente
de engranajes y luces
donde se destruyen candiles agónicos
y se consume la presencia.
La siembra domesticada es el paisaje
que mira el hijo,
dormido tras el trayecto de esperanza
en Pegasos que no vuelan.
Las velas de los difuntos arden
como lenguas insepultas;