Se habían dormido los unicornios luego del bostezo de las
sombras. La niebla atrapaba el verde de la tarde, y sólo los
gemidos de las urracas presagiaban una noche en la que se
perderían las miradas.
Pude verte aupada en transparencias de luna.
Tus ojos ya no reflejaban el pudor de la sangre. Tus manos eran
sarmientos enraizados en el azul dormido de la arena virgen. Tus
labios sonreían distancias cercanas. Tu piel reclamaba caricias
de pájaros heridos. Tu cabello, guirnaldas de surfinias rojas
recelando besos.
Fue entonces cuando retumbaron los clarines del miedo, y la
música ahogó los suspiros de la nostalgia: entonces se abrió el
barro espeso y los condenados del olvido volvieron a renacer al
sabor de la vida.
Y se tornó resplandor la sombra, y canción de verano los
nubarrones cargados de lluvia.
Diluvió soles y luces mientras te perdías en mis sueños.