“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.” Miguel Hernández
“El
recuerdo de Miguel Hernández –decía Pablo Neruda- no puede
escapárseme de las raíces del corazón”. Y añadía: “Su rostro era
el rostro de España, cortado por la luz, amigado como una
sementera, con algo rotundo de pan y de tierra”.
La peripecia vital de Miguel Hernández se inicia el 30 de
octubre de 1910 en Orihuela. Su padre es propietario de una
piara de cabras y el pastoreo es una de las primeras actividades
del niño, que estudia hasta 1925 en las Escuelas del Ave María.
Su primer libro poético Perito en Lunas aparece en 1933.
Escribe un auto sacramental Quién que te ha visto y quién te ve
y sombra de lo que eras, que publica en 1934 José Bergamín en
Cruz y Raya.
En 1936 aparece El rayo que no cesa. Antes, en 1935, el poeta
vive en Madrid y trabaja en la redacción de la enciclopedia Los
toros, que dirige José María de Cossío. En diciembre de 1935
muere su amigo Ramón Sijé, a quien dedica su famosa “Elegía”. A
lo largo de 1936 escribe Viento del pueblo, que aparece al en
1937, año en el que participa en II Congreso de Intelectuales
Antifascistas, firmando la famosa “Ponencia Colectiva. En 1938
surge la poesía apesadumbrada de El hombre acecha, también
escribe un drama bélico, Pastor de la muerte. Al encontrarse
enfermo pasa un breve tiempo con su esposa, Josefina Manresa, en
Cox (Alicante). El 19 de octubre de 1938 muere su hijo. Comienza
su Cancionero y romancero de ausencias. El 4 de enero de 1939
nace su segundo hijo.
Tras la caída de Madrid, el poeta inicia una huida imposible, es
detenido al intentar pasar a Portugal, en Rosal de la Frontera,
iniciando a partir de aquí un episodio carcelario que lo
acompaña hasta el final, tras un breve periodo paréntesis de
libertad. El mundo alucinante de las cárceles es un recorrido
por una condena a muerte en enero de 1940, conmutada en junio
por treinta años, y por una geografía carcelaria que se llama
Conde de Toreno (Madrid), Palencia, Ocaña, hasta el Reformatorio
de Adultos de Alicante, donde muere de tuberculosis el 28 de
marzo de 1942.
Este poeta verdadero llamado por Juan Ramón Jiménez “el
sorprendente muchacho de Orihuela” en unas elogiosas palabras,
tuvo la maniática preocupación de conseguir una poesía sin
contemplaciones, sin miramientos. Su poesía está llena de las
realidades que vio y sufrió junto a su pueblo.
Miguel poseía la perfección poética. De su libro El rayo que no
cesa, dijo Rafael Alberti: “Verdadero rayo deslumbrador,
revelador, de poeta nativo, sabio”.
Es posible que andando el tiempo el historiador que quiera dar
voz expresa a la anónima del pueblo, acuda a los poemas de
Miguel Hernández, que estuvo desde el primer momento al lado del
pueblo y murió siendo pueblo.
La voz de Miguel Hernández no cesa de cantar. El lo había dicho:
“Moriré como el pájaro cantando”. Una sola y dilatada voz
herida. Voz y música, que susurran su poesía. Voz vieja y nueva
del pueblo. Voz de siempre. Voz trepadora de altura que vuelve a
las veredas de todos los campos a cantarle a todo el mundo la
verdad con su grito y encender los cielos luminosamente con su
poesía . Su voz, siempre nueva. ¡Como que es la voz divina, por
humana del pueblo mismo! Del pueblo, decimos, como un solo
hombre y como un hombre solo. Nadie mejor que él supo sintetizar
las aspiraciones y sentimientos del pueblo. Y el pueblo fue la
fuente viva de su poesía.
Su nombre se nos aparece plenamente arraigado en el pueblo y por
eso mismo plenamente solo con él. Solo como el mar; el terrible
mar popular por el que nació y al que se entregó como río,
dándole a ese mar vivo la corriente pura de su lenguaje
nuevamente rejuvenecido, eternamente recién nacido: con
revolucionaria permanencia.
Miguel Hernández, solitario cabrero del verbo apasionado, aquí y
allí, está eternamente vivo. Es el defensor sonoro del corazón
de España. Estará muerto él, como una guitarra salvaje, bajo la
tierra seca, pero su raza como su poesía, estarán siempre en la
memoria viva del pueblo.
A la selecta raza de los inermes pertenecía Miguel Hernández.
Inermes porque carecen de la malicia necesaria para engañar, de
crueldad para herir, de servilismo para adular, de vanidad para
exhibirse, de codicia para llegar a tener, de estupidez para
corear... No tuvo ni el apetito de ser admirado. Supo, incluso,
ver las humanas bajezas con más lástima y pena que desprecio. Ni
siquiera huyó de los hombres; murió siendo un militante de la
causa del pueblo.
Honda, pura voz del poeta, música cadenciosa y dilatada; sombría
y clara como voz de agua, que es de lluvia o de gotear en la
piedra; de llanto y de risa; de súplica, de rezo, de gozo, de
amor y de nostalgia. Voz que dice el más puro y hondo
pensamiento, el que siente, el que canta. Voz de sangre. Música
de corazón y de estrellas. La voz de España. Voz de tu pueblo.
Como la copla en la guitarra, mi garganta, mi pensamiento y mi
corazón la guardan. Compañero del alma, compañero.