Casi todos los expertos y entendidos en vinos, enólogos,
sumilleres, periodistas especializados, etc., coinciden en
afirmar que aquí, en Andalucía, en Cádiz, en esta provincia
nuestra del mar y de la luz, tenemos un producto único en el
mundo, un vino singular, una verdadera joya de la enología, un
vino que es radiante estrella de la vitivinicultura andaluza, el
más auténticamente español de todos los caldos españoles y, al
mismo tiempo, el más internacional y cosmopolita de todos
nuestros caldos. Naturalmente, nos estamos refiriendo a los
finos y pálidos andaluces, a los vinos de Jerez.
Los
finos, nuestros vinos finos de Jerez, los Puertos, Sanlúcar de
Barrameda, Rota, Chipiona, Chiclana y demás tierras encuadradas
dentro del área de crianza y producción del Jerez, e integrados
en la denominación de origen Jerez-Xérèz-Sherry y Manzanilla de
Sanlúcar -en realidad, dos denominaciones de origen con un solo
Consejo Regulador-, son unos vinos de características singulares
y, sin la menor duda, los más genuinamente españoles, al tiempo
que los más conocidos fuera de nuestras fronteras.
La extraordinaria vida de nuestros vinos comienza gracias a
nuestro particular microclima atlántico, a las extraordinarias
tierras de albarizas del Marco de Jerez y a la exquisita bondad
de la uva palomino que afloran a nuestras cepas.
Su particular sistema de elaboración es el de "criaderas y
soleras", propio y exclusivo de nuestros vinos finos y
manzanillas, y común también a los olorosos, amontillados, palos
cortados y a los brandis.
El proceso de crianza de los finos es conocido por "crianza
biológica'', por contraposición al de los demás vinos, cuyo
habitual proceso de envejecimiento es la "crianza oxidativa" o
físico-química. También se les suele llamar vinos de "crianza en
flor" o "bajo velo" por la forma en que se realiza su
envejecimiento.
El proceso de elaboración de los finos -todos, incluida la
manzanilla, el fino de los finos, según los expertos- comienza a
partir de un vino joven y ligero que se denomina "mosto al
deslío", o sencillamente mosto, y que es un vino del año al que
se le añade alcohol para colocarlo entre los 14 y 17 grados.
Tras esta operación, llamada encabezado o encabezamiento, el
líquido pasa a las botas de crianza y toma ya el significativo
nombre de "sobretablas".
Es ahora cuando entramos en el sistema de crianza que
caracteriza a nuestros finos y que será el que les dé su
particular carácter e inimitable finura.
Las botas no se llenan hasta la corcha, sino que se les deja un
vacío de entre una quinta y sexta parte de su cabida. Esto es
fundamental, porque, al dejar una extensa superficie de vino en
contacto con el aire permite que se desarrolle en ella el "velo"
o "flor" bajo el cual se realiza la crianza. Este "velo", de
grosor variable y que no tarda en formarse, se interpone entre
el aire y el liquido evitando su oxidación y haciendo que el
vino vaya tomando su cuerpo y carácter. El "velo" está compuesto
por ciertas levaduras y microorganismos vivos algunos de las
cuales están presentes en la fermentación. Es por ello por lo
que recibe el nombre de "crianza biológica".
Generalmente, los vinos finos, y casi todos los producidos en
nuestro Marco, no proceden de una sola cosecha, sino que son el
resultado de una lenta mezcla de vinos con la que se consigue
una calidad uniforme a lo largo de los años.
El procedimiento de embotellado sigue unas pautas perfectamente
definidas, y consiste en que sólo se embotella el vino de las
botas que están más cerca del suelo. Estas botas son las que se
denominan "soleras", y de ellas, para el proceso de embotellado,
sólo se extrae aproximadamente un cuarto de su contenido en una
operación llamada "saca". El vacío resultante de la "saca" se
llena con vinos de las botas situadas en la fila inmediatamente
superior, llamada "criadera primera", que a su vez se repone con
caldo de las siguientes, "criadera segunda", y así sucesivamente
basta llegar al "sobretablas". Este trasiego de vinos se
denomina "corrimiento de escalas".
Resultado del proceso de crianza biológica y envejecimiento por
el sistema de criaderas y soleras, son todos esos exquisitos
vinos, los finos y manzanillas, que tenernos a nuestro alcance
en los anaqueles y botelleros de nuestros bares.
Los finos y manzanillas, junto a olorosos y amontillados, palos
cortados, soleras, etc. -todos los del Marco de Jerez, son una
amplia variedad de caldos capaces de satisfacer todos los
gustos, pero son los finos y manzanillas los más solicitados y
consumidos por su excelente comportamiento ante paladares
exigentes a la hora del aperitivo. Un buen plato de langostinos
de Sanlúcar (en Madrid les llaman pabloromeros), o unas buenas
gambas blancas de la Bahía, o unas lonchas de jamón pata negra
de la Sierra de Huelva, o unas rodajas de lomo en caña, o unos
trozos de queso manchego a media curación, tienen el complemento
ideal en un buen caldo de los que aquí comentamos.
No vamos a señalar ningún vino en concreto de los muchos que
tenemos tan cerca y a nuestra disposición, da lo mismo que sea
de Jerez, del Puerto de Santa María o de Chiclana, porque todos,
absolutamente todos, cuando están en su punto son una delicia
para un buen gourmet, pero yo, particularmente, me decanto por
la finura y elegancia de la manzanilla. Los platos arriba
señalados y una buena manzanilla (fina o pasada) son el no va
más para un sibarita, un auténtico boccati di cardinali
que, como ustedes comprenderán, ya quisieran tener tan cerca y
para sí cualquiera de esos pobres ricachones neoyorquinos de
hamburguesas y coca colas (en realidad, podríamos citar a buen
número de guiris que, de paso por estas tierras, conocieron la
manzanilla ...y se quedaron para siempre).
Hablaremos en próximos ediciones de La Cultura del Vino de las
características y propiedades de los diferentes vinos de nuestro
Marco, pero no quiero terminar esta especie de introducción sin
unas referencias de cata en honor y elogio de la manzanilla.
Habría que matizar pequeñas diferencias existentes entre las
diferentes marcas, pero, en líneas generales y para cualquier
manzanilla fina criada y embotellada en Sanlúcar, las
referencias de cata serían las siguientes:
A la vista es un caldo de color amarillo pálido -o muy pálido- y
con ligeros matices verdosos.
En nariz nos deja sentir la elegancia propia que se deriva de
una cuidadísima elaboración y la alta calidad de las tierras
albarizas de que procede. Fragante y delicado en su conjunto, su
aroma es levemente punzante y con recuerdos a almendras y
maderas finas.
Al paladar resulta ligera y equilibrada, sabrosa, con un suave y
sutil registro de amargor -nada agresivo- que pasa amable la
lengua y deja sutiles y persistentes matices -como ecos de mar-
en el postgusto.
La manzanilla debe ser paladeada a una temperatura de entre diez
y doce grados y, muy importante, una vez abierta la botella debe
ser consumida de inmediato -o en breve plazo de tiempo-. La
delicadeza y finura de este caldo no acepta estar mucho tiempo
al aire sin la protección de su "velo" y apartada de la "cuna"
donde se crió.
No lo olvide, manzanilla, fresca, a diez o doce grados, y unas
gambas o unas lonchas de jamón. Gloria bendita.