Este taller está orientado a la distinción entre el lenguaje
recargado de adjetivaciones raras y comparaciones metafóricas y
el registro elegante pero sencillo. El primero está motivado por
las intenciones del autor de ofrecernos un texto difícil en el
que se desarrolla un tema más sugeridor que directo porque quizá
lleve un mensaje para muy pocos. Góngora se vanagloriaba de que
escribía para poca gente y, además, muy preparada. Lope de Vega,
por lo contrario, se consideraba un poeta llano, aunque también
escribía imitando al poeta cordobés para parodiarlo.
Esta alusión nos sirve para adentrarnos en la responsabilidad de
nuestros recursos léxicos. En principio, parece que el poema
“oscuro” es de alta calidad y que el sencillo es de menos valor
literario, pero, a la larga, nos damos cuenta de que el término
medio es, como siempre, el gran vencedor de la polémica. Y ese
término medio es el que han empleado los mejores escritores
españoles. Ahora bien, cuando un autor ha querido dirigirse a un
público determinado ha tenido que medir bien las distancias y
emplear un registro adecuado. El olfato lo es todo y un
verdadero escritor sabe cuándo, cómo y dónde debe hacer un
correcto uso de sus recursos. Si se escribe un soneto amoroso
con términos retóricos se verá la insinceridad del autor. Lo
mismo ocurre con un poema de fervor religioso o un romance
dedicado a elementos de la naturaleza. Este empleo de los
vocablos denota la madurez poética del que escribe.
Veamos un ejemplo contemporáneo. Juan Ramón comienza siendo un
poeta de expresión “desnuda” imitando el Romancero y a los
poetas más próximos a la tradición española, como los del
Cancionero y santa Teresa. En una segunda etapa, complica su
estilo con la influencia modernista, pero dentro de un elegante
nivel accesible a lectores medios. En su última fase, como en
Dios deseado y deseante y La estación total, su poesía hace gala
de una economía verbal restrictiva y de auténtica sensibilidad
aristocrática. Él la llama la poesía “pura”. A mi entender,
ciertos poemas de La estación total son cimeros de la lírica
española.
Ahora entremos en Miguel Hernández. Dice María de Gracia Ifach,
la prologadora de la Antología de Losada que su verbo poético es
estremecedor. Miguel, a pesar de la influencia de Aleixandre y
de Neruda, asimila y sintetiza con genio propio hasta elevarse
por encima de sus maestros en algunos momentos.
Ya en las generaciones de postguerra, tenemos dos poetas que
siguen la tradición del lenguaje medio, que está entre la
elegancia y la concesión. Blas de Otero y Pablo García Baena,
dos poetas distintos; el uno de intención social y el otro
cultivador de un esteticismo intimista. Jamás estos dos poetas
sobrepasan el nivel de un estilo sobrio y al mismo tiempo
estrictamente literario. Es la continuidad de la línea de la
poesía española, consecuente con un realismo que parte del
Romancero y el Cancionero Lírico Tradicional, si bien Lope de
Vega será el definidor de esa poesía que llega al público medio
y lo convence con romances, letrillas y sonetos para aprender de
memoria. A diferencia de la poesía francesa e italiana, cultas y
de destinatario minorista, la hispana es más popular, y si
tiende a más altos niveles de recepción, no pasa de un prudente
término medio.