Sarah esta en pleno romance con Anthony, su amigo del alma,
compañero de aula y de juegos. Todos los días dibuja una pareja
de niños tomados de la mano, rodeados de corazones, estrellas y
caritas felices; abajo, con su letra torpe de seis años, pone
los dos nombres y algún lema como "felices por siempre", "juntos
para toda la eternidad", "somos novios contentos", o algo por el
estilo, me tiene el refrigerador lleno de estos dibujitos, que
pega con los imanes de su pizarrita magnética. ¡Sí que le ha
dado fuerte! Me hace recordar mis amores de primer grado, cuando
ser novios no pasaba de enviarnos papelitos por debajo del
asiento y compartir la merienda debajo de un árbol, a la hora
del receso, era toda una ceremonia clandestina.
Pero hoy las cosas van un poco más adelantadas, acabo de
escuchar este diálogo entre Sarah y su abuela Ana, mi madre,
quien se encuentra de visita y le está repasando la lectura.
Hay una frase en el libro que dice: Ana tiene pena. Sarah la lee
lentamente, se vuelve, la mira y le pregunta:
- Abuelita, y de verdad tú tienes pena?
- Claro -responde mi madre-, tú también tienes pena a veces, ¿o
no?
- ¡Por supuesto que no! -exclama Sarah rápidamente para sorpresa
mía y de la abuela-. Pena tiene Anthony.
- ¿Por que Anthony y no tú? -la interroga de nuevo mi madre.
- Abuelita -le explica con paciencia mi sexóloga en ciernes-,
"pena" es esa cosita que tienen los varones entre las piernas.