El corazón se desboca en el milagro de los deseos ocultos,
amilanando tempestades y lujurias, atemperando húmedos intentos
de carnales masacres, alentando caricias perdidas en los
suburbios de ceniza y olvido de la noche.
El duende
aquilata el tempus de las gaviotas
entre los dedos del aire:
rojo
el latido intemporal de la pasión
que naufraga
en los intersticios del sueño.
Es el baile de las notas desdibujadas y de los violines sin
cuerdas. El sonar de un fagot que ulula lamentos de estaciones
cambiadas, donde el frío se torna sol insomne, y la lluvia,
ácida evocación de pasados silentes. El murmullo nostálgico de
los ensueños que se parapetan en la cadencia de las palabras de
azúcar.
Carrusel
en el que las sombras conspiran
desde los precipicios
del silencio que se trasviste en zombi
para asistir
al preludio de las lágrimas: azul
para la sal
de las mareas,
cobalto
para la sed de los caminos sin rumbo.
Llagas que se avientan entre el silencio y el deseo...
Ocultos sollozos de alhelíes que se marchitan en la distancia...