Trae mi tía claveles y jazmines
para el retrato de mi hermana muerta.
Cruza con comentarios la antepuerta
hacia mi madre, absorta en sus trajines.
«¡Pobrecita, mi niña! Ay, los jazmines,
qué chicos son, como su carne yerta.»
El jilguero que escucha atento, alerta,
interrumpe con píos sus esplines.
Mi madre quita motas de su luto,
mis tíos, además mi padre, pruebas
que manda Dios, crisol de nuestra escoria,
y el verso, todavía diminuto,
mezcla el perfume de las flores nuevas
con la pena de oír tan dura historia.