Se fueron julio y agosto, se terminaron las vacaciones (para los
currantes, claro), se acabaron las estancias en las largas y
doradas playas del Sur atlántico, en las cálidas y superpobladas
costas mediterráneas o en las más tranquilas y recoletas del
litoral cantábrico. Se terminaron (para los más pudientes) los
viajes a los paraísos del Caribe, al misterioso Egipto de las
pirámides o a las siempre sorprendentes islas de los mares
Jónico y Egeo. También a nuestros amados políticos se les
acabaron sus largos y continuados viajes "de trabajo" a la China
de las Murallas, a las Rusias de los zares y a los otros muchos
y lejanos países de las maravillas (aunque éstos, como es
habitual, ampliarán el estiaje con el veranillo del membrillo
para darse un garbeo por las laderas del Tíbet o los fiordos
noruegos).
Un balance, así a vuelapluma, de lo acaecido durante estos meses
de estío nos lleva a la conclusión de que el mundo sigue dando
vueltas alrededor de su eje sin inmutarse lo más mínimo, justo
igual como cuando Moisés, llamado por el de arriba, se subió a
lo más alto del monte Sinaí y recogió las tablillas con esos
diez mandamientos de la ley divina que, a la vista de cómo está
el patio, todo el mundo se pasa por el forro de las calzonas. Y
tan igual de bestia -con tablillas y sin ellas- que cuando Caín
le arreó el leñazo con la quijada del asno a su hermano Abel
porque el de arriba prefería las chuletitas de cordero recién
degollado de éste a las berzas de tagarninas que él le ofrecía
(según unos historiadores, ...o porque no le prestaba el mando
de la Playstation, según otros).
Lo cierto es que todo sigue igual. La expresión "La maté porque
era mía" ha sido repetida hasta 54 veces en lo que va de año por
hombres que, cansados de los ronquidos de la parienta, de los
malos modos porque los euros no le alcanzaban para comprarse los
zapatos de rebaja en el mercadillo, o porque le amargaba la vida
y no entendía que él era el más razonable, el más justo, el más
trabajador, el más de todo, y etc., etc., se le fue la mano, y
se le fue la cabeza, y se les fueron los recuerdos de que
aquella mujer era la misma de tantos días y noches de placer, de
tantos sueños compartidos, la que llevó la sangre de su sangre
en sus entrañas y parió con dolor a sus hijos, la misma que se
desveló por él y estuvo a su lado día y noche junto a la cama
del hospital cuando lo del hígado, lo del infarto, lo del
accidente, la misma que le lavó calzoncillos y calcetines
durante tantos años, la misma de aquella fotografía que guardaba
en la cartera de cuando tenía veinte años y le dijo que sí, que
para siempre, a los pies de un altar... Terrible locura,
terrible inconsciencia, terrible razón de la sinrazón la que se
apodera de un hombre cuando empuña un arma y mata sin piedad a
la mujer, su mujer, a la persona que, sin duda alguna, más
quiso...
En lo político, todo igual. A nivel nacional, el señor Zapatero
que dice que sí y el señor Rajoy que dice que no; el primero,
que todo es verdad, y el segundo que todo es mentira, etc., etc.
O sea, lo normal en estos sabios y juiciosos prohombres
(¿Imaginan si el que está arriba les conservara la memoria más
de cuatro años...?). Y mientras nuestros sensatos y mesurados
prohombres hacen su juego para convencernos de que llevan razón
y que les votemos en las próximas, las pateras y cayucos siguen
llegando a nuestras costas cargadas de personas que huyen de las
hambres y miserias que mantenemos ahí al lado, a casi un tiro de
piedra, ahí enfrente y a sólo unos pocos kilómetros mirando
desde este lado del charco. Esto, que parece que no tiene
solución, como Vdes. saben, la tendría con sólo revolver unas
cuantas conciencias.
Y en las otras partes del mundo, la más terrible, esa masacre
diaria de hombres que se matan entre ellos en las distintas
zonas del próximo y medio Oriente. Su, también, aparentemente
imposible solución, vendría con esclarecer e iluminar muchas
conciencias. Pero, para ello, quizás haría falta que el de
arriba, el de los mil nombres, reuniera a los pies del monte
Sinaí a todos los creyentes y, mostrándoles a Moisés, a Cristo y
a Mahoma, les dijera que los tres son la misma persona, el mismo
espíritu de su único hijo muy amado que les trasmitió unas
mismas enseñanzas: "Amaos los unos a los otros". Pero, mucho me
temo que tendría que alzar la voz para, sabiendo como somos los
hombres, aseverar antes de volver a las moradas celestiales: "Os
he dado este paraíso, os he dado la vida, y conciencia y juicio
para que hagáis vuestra voluntad sobre todas las cosas de la
tierra. Hacedlo, haced cuanto queráis, pero no os sigáis matando
en mi nombre."
Y, para terminar, mientras escribo estos torcidos renglones,
recuerdo que hoy, día 11 de septiembre, se cumplen cinco años de
aquella fatídica jornada que llenó de luto al pueblo
norteamericano y a muchos millones de ciudadanos del resto del
mundo. Sólo puedo decir, sabedor de que esta otra y no menos
terrible tragedia tiene un mismo origen que lo expuesto en el
párrafo precedente, lo dicho en el mismo, añadiendo que el Dios
de todos los hombre debió aparecer por el Sinaí unas fechas
antes de que Mohamed Atta y Marwan al Shehhi y sus secuaces
estrellaran sus aviones contra los edificios del World Trade
Center para ocasionar el más pavoroso espectáculo que jamás haya
sido mostrado al mundo por televisión. Estos pobres hombres no
querían matar al gigante Goliat, no querían matar a
Norteamérica, sino a todos los que vivimos equivocados, a todos
los infieles, a todos los que, perversos ignorantes, no queremos
ver y entender que no hay más dios que Alá y Mahoma es su
profeta.
Se acaba el verano. Se acabaron las vacaciones, y el mundo, los
hombres, seguimos igual...