“Era tu voz, tu laúd.
era el canto seductor
de un amante trovador
lleno de tierna inquietud.” Antonio García Gutiérrez
Al año siguiente de "Don Álvaro o la fuerza del sino" del duque
de Rivas se estrenaba El Trovador, del gaditano Antonio García
Gutiérrez. Dos de sus piezas El Trovador, Venganza catalana, así
como Juan Lorenzo mantienen su nombre entre los del siglo. La
primera de ellas obtuvo un éxito delirante, mayor que el de Don
Álvaro, porque salpicaba sus escenas en verso y prosa con
elementos románticos incorporados a una misterio que mantiene el
interés del principio al fin. Los amores del trovador Manrique,
hijo de una gitana, y Leonor, pretendida también por el conde de
Artal, terminan en el suicidio de la doncella y la muerte del
trovador, con la posterior aclaración de la gitana Azucena de
que los pretendientes eran hermanos.
Antonio García Gutiérrez nace en Chiclana el 5 de julio de 1813.
Su padre, un humilde artesano, se sacrificó para que estudiases
bachillerato y fuese a la Universidad de Cádiz, donde siguió
durante dos años la carrera de Medicina. En 1833 Fernando VII
publicó un decreto por el cual se cerraban las universidades.
García Gutiérrez emprende viaje a pie hacia Madrid, donde se
integra enseguida en el mundo literario, haciendo amistad con
Larra, Espronceda y Ventura de la Vega. Entra de redactor en La
Revista Española escribiendo luego en La Abeja y El Entreacto.
Se alista como soldado voluntario para combatir el carlismo.
En 1836 llegó la gran oportunidad de García Gutiérrez con el
estreno de El Trovador, llevado más tarde a la ópera por Verdi.
Tras este gran éxito es licenciado por Mendizábal y consigue
lograr un puesto de redactor en el Eco del Comercio. Al año
siguiente estrena El paje, y a fin de ese mismo año, 1837, El
rey monje, que fue acogido con menos entusiasmo. Su drama
lacrimógeno Magdalena fue rechazado y lo mismo sucedió con El
bastardo y Samuel. Por fin, en 1840, logró que su obra El
encubierto de Valencia tuviese una buena acogida. La obra más
importante estrenada en el decenio 1840-1850 es, sin duda, Simón
Bocanegra.
En 1844, se marcha a América, donde había de permanecer seis
años. Trabajó en La Habana como periodista pasando desde allí a
México. En 1846 publica una obra singular y originalísima, Los
hijos del tío Tronera, una especie de sainete esperpéntico.
Regresa a Madrid donde publica varias comedias y algunas
zarzuelas, tales como, El grumete y El robo de las sabinas. Al
inicio del bienio progresista 1854-56, el liberal García
Gutiérrez recibió un destino en el extranjero: el de Comisario
de la Deuda Española. En 1861 es elegido miembro de la Real
Academia. En 1864 alcanzó uno de los mayores triunfos de su vida
con el estreno en el Teatro del Príncipe de Venganza catalana.
En 1865 se estrena Juan Lorenzo (considerada como superior, por
su factura, a aquel juvenil y algo inexperto Trovador), en la
que crea un tipo masculino que, arrastrado por el mismo impulso
que el dio a las turbas, termina muriendo de desaliento al ver
las consecuencias de la sublevación.
Apenas iniciada la Revolución de septiembre del 68, García
Gutiérrez era nombrado cónsul en Bayona y un año más tarde
desempeñó el mismo cargo en Génova. En 1872 es nombrado director
del Museo Arqueológico.
Su última obra, Un grano de arena, se estrena en 1880. En ese
año se le tributa una gran homenaje con motivo de la reposición
de El Trovador. Antonio García Gutiérrez muere en Madrid el 26
de agosto de 1884.
Pocas veces en la historia de nuestro teatro se ha hablado tanto
de un estreno como el que el día 1 de marzo de 1836 se produjo
en el Teatro Español de Madrid. El éxito de El Trovador fue
apoteósico, hasta el extremo que el joven autor hubo de salir a
saludar al público desde el escenario, cosa totalmente nueva en
el teatro español de entonces. La fama de El Trovador se
extendió rápidamente por toda España y también por Italia.
El Trovador sigue conservando hoy su innegable sabor romántico
como obra fundamental del teatro de su tiempo. La obra nos sigue
ofreciendo una acabada expresión de ciertas pasiones humanas
servida por un lenguaje literario de hermosa línea y musicalidad
casi siempre inagotable. Incluso la ingenuidad que a veces se
desprende del exacerbado intento de impresionarnos, se
transforma en una especie de encanto de época.
Como en este decir de la romántica Leonor: “Mi amor te perdió,
mi amor... / yo mi cariño maldigo / pero moriré contigo / con
veneno abrasador”.