Le pedí a mi princesa majadera que me diera cinco minutos de
absoluta tranquilidad, silencio incluido, para poder al menos
tomar nota de un cuento que me venía rondando desde por la
mañana.
Sería
injusto negar que ella tiene siempre la mejor voluntad de
complacerme, el diálogo que sigue lo fui anotando en mi agenda
mientras intentaba concentrarme en el cuento.
- Sí, mamita linda, yo te quiero mucho y me voy a portar bien.
No voy a hablar para que escribas tu cuento... ¿cuánto demoran
cinco minutos?
No puedo explicarle que demoran exactamente cinco minutos, así
que marco el despertador para que suene al concluir ese lapso,
se lo entrego y me vuelvo a sentar frente a la pantalla en
blanco.
- ¡Ah! Ya entiendo... bueno, dame un libro y me porto bien.
Le entrego un precioso tomo de fábulas de varios autores, así
tiene para escoger.
- Mamá, ¿cuánto suman cuatro más cuatro más cuatro más cuatro?
- Son dieciséis –y al ver que espera algo más de mí-, ¿por qué
lo preguntas?
- Para que me busques la página dieciséis.
No más abrir la página comienza a leer en voz alta y yo intento
hacer abstracción.
- Mamá, este escritor esta loco... ¡mira que decir que los
zorros y los cuervos comen queso!
Evidentemente no le preocupa mucho que sepan hablar, ni que sean
capaces de argucias o bromas de mal gusto; sólo le llama la
atención el equívoco con la alimentación. Eso es síntoma de
que...
- Debería haber helado de queso y de galletas con mantequilla,
tengo hambre, ¿no habrá quesito por ahí?
Me incorporo de nuevo, le sirvo unas galletas con queso, un vaso
de agua y vuelvo a mi teclado.
- Mamá, ¿los caballos son herbívoros?
- Sí –respondo lacónicamente.
- Préstame un papel para dibujar un caballo... –algo adivina en
mi expresión cuando le entrego varios papeles y los rotuladores-
¿Me estoy portando bien?
- Más o menos.
- ¿Y qué vas a hacer si me porto mal?
- Te voy a sacar un pasaje para Nunca Jamás.
Casi creo que he ganado unos minutos de silencio, pero he
subvalorado su capacidad de reacción.
- No puedes, eres grande y ya olvidaste como se llega.
Pruebo a no responder. Las frases que siguen son pronunciadas
una tras otra, con un segundo apenas de intermedio:
- ¿Falta mucho para que yo sea grande?
- Las brujas no saben matemática, cuatro más cuatro más cuatro
más cuatro es igual a cuatro mil cuatrocientos cuarenta y
cuatro.
- ¿De qué están hechos los caramelos de miel?
- El caballo me salió mal, quédate quieta que voy a dibujarte,
¡no escribas!
- Estás quedando preciosa... mírame... eso... ahora sonríe.
- Tú eres mi mejor amiga.
- Voy al baño, no, mejor no voy y hago otro dibujo.
- Mamá, si me porto bien y escribes tu cuento, ¿vamos a ser
famosas?
- Mañana es jueves porque hoy es miércoles.
- Cuando seamos famosas vamos a vivir en una casita rosada, al
lado de un árbol y vamos a tener un cachorro.
- Mi cachorro se va a llamar Pixie, ahí lo llevo de la mano y tú
llevas la cartera. No hay sol porque no encuentro el color
amarillo.
- Ayer Daniel se portó mal y por su culpa me regañó la maestra,
no lo voy a poner en el dibujo.
- En Nunca Jamás no hay maestras.
- Anoche soñé que estaba durmiendo y no podía abrir los ojos.
- Vamos a poner mis dibujos en tu cuento. Verás que cuento más
lindo con mis dibujos.
- Los extraterrestres son del mundo real y los unicornios son
fantasías.
- Como somos tan felices, pinté también un corazón.
- ¿Tú no estás brava, verdad?
Se levanta con sus dos creaciones en una mano y el plato vacío
en la otra; se acerca con cautela a donde yo, pantalla en blanco
al frente y agenda llena de garabatos al lado, acabo de pedirle
a las musas que me disculpen y regresen otro día,
preferentemente en horario escolar.
En ese preciso instante, suena el despertador.
- ¿Viste que bien me porté? –me dice con la mejor de su
sonrisas.