La muerte nace con la ambigüedad
incaptable del instante, lo que hace
que florezca la duda de si es o no es.
Surgen lenguas de agua que bajan jugando con tus párpados, formando
pequeños ríos que copulan con el nácar de tus pechos antes de
convertirse en poesía. El infierno se hace cada vez más envolvente y una
extraña sensación me obliga a dejar de teclear.
Miro en derredor,
no veo más que sombras,
acechando, mas...
percibo tus efluvios.
Lanzo el cigarrillo por la ventana, aparto mis manos del ordenador
interrumpiendo mi creación; dejo que la negra lágrima se deslice por tu
pálido rostro mientras se columpia un mohín en tus labios entreabiertos
buscando el sutil tacto del equilibrio perdido.
Proyecto mi alma
para que indague
traspasando tu cuerpo,
y observe
la posible afinidad
con mi ser, y si hay
en ti algo más
que un cuerpo fingido.
Acerco mis labios a la pantalla y beso en tus labios mis últimas
palabras escritas, sé que el tramo final de la noche será intenso,
estéril como el inicio del nuevo amanecer que ya no veré. Se nos rebeló
el instante que construí entre el llano y la colina, aquel que asesinó
el puente levadizo de nuestros versos en el ángulo obscuro.
Modificaré el término ideal
de una ecuación apasionada
llevada al infinito de tu lágrima,
buscando episodios y baladas,
músicas, vientos y naufragios.
Hay que determinar si la Nada
es cómplice, llanto o astilla
de minúsculas partículas
que resisten el análisis
de la razón subjetiva.