Después de que se publicaran Nueve novísimos poetas españoles de
J. M. Castellet y Joven poesía española de C. G. Moral y R. M.
Pereda en la editorial Cátedra, parecía que no iba a quedar
resquicio alguno para la poesía de compromiso pasada por el
tamiz lírico del poeta.
Vanguardia experimental, venecianismo, culturalismo, clasicismo
y neobarroquismo estallaron como nuevas alternativas líricas
despojadas de la intención de que la poesía fuese “un arma
cargada de futuro”. Se filiaba, pues, la poesía de contenidos
rehumanizados con la poética de la primera generación de
posguerra, e incluso con gran parte de la segunda. Si a esto le
añadimos aquella afirmación del Jorge Meneses de Antonio
Machado, dicha casi a modo de sentencia, de que muy pronto el
poeta tendría que enfundar su lira, entonces nos encontramos en
una situación poco favorable para expresar los sentimientos,
aunque éstos sean, como en el caso del libro que ahora nos
ocupa, manifestación de un sentir, por supuesto nada romántico,
sino próximo a una épica en la que el poeta se nos presenta como
un testigo de su tiempo.
En efecto. El título -Versos de transgresión y memoria, de
Manuel Pérez-Casaux, dividido en tres brevículos:”Estirpe
nuestra”, “Ni Hobbes ni Locke nacieron en España” y “De entre
tantas memorias, ésta mía”- se nos ofrece como una confesión del
poeta, pero irremediablemente vinculado a su entorno histórico y
geográfico. Como en voz baja, el poeta nos señala, nos advierte
como una velada denuncia ciertos males que afligen a la estirpe
nuestra (“y en paredes de niebla leyendo voy los nombres/de
aquellos que han huido por veredas sombrías/con morrales de
penas sobre el hombro…”/ Decid por cuánto tiempo pensáis
repartiros/la quebrada heredad de Celtibería…/Sopesad con
paciencia esta parcela/ en que todos unimos nos sentimos/donde
el viento y la lluvia razón de amor nos dieron/y el placer de
sus noches o su rumor tranquilo…”
La preocupación del poeta por su contorno es bien evidente y
ello no es intercambiable por una melodía evasionista (“Dejad
que me refiera a mi país/a su fascinación y desvarío./ La
Historia ya está escrita/y cambiarla por otra nadie
puede./Porque fuimos insólitos y oscuros…”
¿Es fatalista el poeta? Sería un fatalismo que roza la ironía
(“Mas quizá fue tan alta la victoria que ni rubor nos dio/haber
sido tan grandes…” Sin aspavientos patrióticos, en el fondo del
libro late una preocupación por la tierra nutricia a la que
estamos unidos por el cordón umbilical de la lengua y la
historia en una época difícil en la que nos amenaza la
fragmentación y en ciertos lugares de la anatomía nacional ese
cordón tiembla (“Seguiremos en pie oh tierra madre/con los
brazos abiertos mas con la lengua hundida/sin poder
pronunciarte….” El poeta se siente registro de agravios y
carencias en lo concerniente al presupuesto nacional de valores
(“No pudo haber nacido entre nosotros un libre pensador/ y
arrancarnos del toro del tormento oh la feligresía a quien
rezara/con sus mozos de cuerda y oculto el alzacuello/ jerarcas
de la patria que hacía rogativas para que no lloviesen/ más
pecados/ y a un hobbes pintaban en los púlpitos/ que besaba/
masónicos compases…”
Pero, a pesar de que no tuvimos un Hobbes ni un Locke, el poeta
vuelve los ojos a su memoria, entre otras tantas memorias que se
le han pegado circunstancialmente. ¿Resignación o amor
ineludible a la patria de la infancia que cantara Rilke?
Posiblemente sean las dos cosas (“Niñez del oruzuz tan áspero y
humilde/y manos talladoras de la espiga/del asombro del río y de
la siembra…”/ “Memoria simplemente de otros días/ tan llenos de
inocencia y comuniones…/ Sin embargo, lejos de acomodarse a la
evocación, el poeta recibe el pasado no sin una suave crítica
(“recordaré los vértigos de imperio/con el viento que viene de
castilla…”
Como en otros poemarios de Pérez-Casaux, todos ellos
galardonados, es característica la distribución versal y una
temática que no renuncia a la llamada poesía de la nueva
experiencia, pero en su caso con unas raíces entre lo emotivo y
lo crítico, Versos de transgresión y memoria, es, sin duda, un
acierto de la decisión del jurado del XIII Premio Nacional de
Poesía “Mario López” de Bujalance 2005, como una enseña de
valores poéticos que no tienen por qué renunciar a la poesía
inmergida “en las mesmas aguas de la vida”, en expresión de
santa Teresa, según el mismo Antonio Machado, que se defendió de
una poesía destemporalizada ( “ni soy un ave de esas del nuevo
gay trinar”), ante la que esta obra de Manuel Pérez-Casaux sería
un buen espécimen combativo.