En los astilleros de Gujarat siguen esperando el maná del
trabajo impuro a bordo del Clemenceau, viejo de años y largo de
amianto inútil.
Rupias cancerígenas con las que lavar la prepotencia de
Occidente, mientras se trapichea plutonio para acongojar a los
vecinos y el hambre del monzón asola las barracas con
excrementos sagrados.
Verdes contra rojos en una lucha tan estéril como maniquea.
Los estibadores de Gujarat sueñan con el amianto para saciar el
curry del futuro presente.
Asesinatos selectivos desde incógnitos pájaros sin tripulantes.
Veinte misiles sin ojos han roto la noche en la aldea de
Damadola, cuando las estribaciones del Himalaya dormían la nieve
y el silencio del Pakistán oculto.
No estaba Ayman al-Zawahiri, pero sí soñaban con prados sin
plomo varias familias de campesinos temerosos de Alá, que
sintieron la sangre anónima cubriendo de polvo y muerte las
chozas.
Colaterales trastornos en la búsqueda de los demonios del miedo,
en la revancha de los mártires del petróleo que se rebelan
contra el poder omnipotente del dios de los justos.
Los niños inmolados por las bombas ciegas ya no podrán cantar “Good
save América”.
Mujeres para la Historia: estrógenos y progesteronas para
combatir el dolor y la injusticia.
América, Europa y África enlazadas desde los ojos que paren y
conocen las sangres de los pueblos.
Ovarios que esperan desterrar la soberbia de los poderosos y
enjugar las lágrimas de los humildes.
Liberia, Chile y Finlandia en ramillete de partos unívocos y
lúcidos ante promesas de tiempos nuevos, lejos del amarillo ocre
que ha corroído, desde siempre, las petulancias de la
testosterona al servicio de nadie.