Pocas cosas tan dolorosas como lo que pudo ser y no fue cuando
yo mismo me adjudico la culpa del fracaso. Como dice el tango,
“lo que más bronca me da es haber sido tan gil”: embaucado por
una mina que sólo buscaba la guita y lo dejó en la calle, hasta
el mostrador tuvo que vender. ¿Cómo no me di cuenta...? Y bien,
el caso que nos ocupa trata del fútbol, un delantero solo frente
al arco... y falla. ¿Cómo me pudo pasar? Si el gol estaba
servido en bandeja de plata...
Desde luego, no es la única vez que ha sucedido ni la primera
que se toca el tema. Jorge Valdano habla de pánico escénico.
Nuestro caso se singulariza por lo que está en juego. Se trata
del mundial 1998, México va ganando 1-0 a Alemania y Luis
Hernández, “El Matador”, solo frente al arco, pierde la
oportunidad de su vida entregando el balón a manos del arquero.
“Increíble”, coincidieron los medios, era el gol que habría
colocado a México en un favorable 2-0. Un marcador así
desmoraliza a cualquiera, incluso siendo teutón primermundista.
Para México, el pase a cuartos y de ahí aspirar a las
semifinales, habría sido una gran victoria. Y el cuadro venía
jugando bien hasta aquel “día triste”. El propio capitán del
equipo de Alemania hizo este comentario a la prensa: “La jugada
que cambió (la suerte en) el partido fue ésa en que el delantero
con el número 15 falló... para nuestra fortuna.” En efecto, a
partir de ese momento los teutones se recuperaron, ganando 2-1.
El 2-0 habría sido el tónico que el equipo mexicano necesitaba
para mantener el dominio de campo y coronar la victoria. No fue
así. A partir de aquel gol fallido, mientras los alemanes se
agrandaban, los mexicanos vieron caer su moral y su eficiencia.
¿Por qué? –insisto en preguntar. Tal vez parezca que voy
demasiado lejos en mis conclusiones, pero se diría que los
germanos recibieron este mensaje de su contrincante: “no
queremos ganar, y aquí tienen la prueba”. Y el balón fue a manos
del portero.
Creo que el tercermundista Luis Hernández, a pesar de que a esas
alturas era ya uno de los goleadores de aquel mundial y, además,
se lo había consagrado como el jugador más sexy del evento, se
asustó del paquete que se le venía encima. Una cosa faltaba a
“El Matador” para alcanzar la gloria, y fue ese gol que dejó
escapar, un gol que un chamaco habría convertido con toda
soltura.
“El Matador” se inhibió esta vez frente al toro, tuvo miedo de
la gloria, prefirió opacarse... El triunfo da más temor que la
derrota –se ha escrito. Y además ¿cómo un tercermundista se
atrevía con Alemania, dejándola fuera del mundial? Y sin
embargo, Brasil no se hace esa composición de lugar, es hoy lo
máximo, el “pentacampeón”. Brasil pertenece al Tercer Mundo y
actúa como si fuera del Primero. Debiera abrir una escuela de
“cómo superar las inhibiciones” y allí inscribirse el equipo
mexicano. De modo que este sentimiento de inferioridad puede
remontarse y dar la sorpresa, al punto que una frase se ha hecho
“cliché”: en fútbol no hay equipos chicos.
En el caso, se suma otro factor: la inmediatez del acto. Todo se
concentró en el instante del puntapié frente al arco. Y es
cuando surgió inesperadamente el gran enemigo que todos llevamos
dentro: el yo autodestructivo. Si nos encuentra con la guardia
baja, si no hemos logrado un grado óptimo de concentración que
le cierre las puertas, puede lo regalado convertirse en
tragedia. Es evidente que el delantero mexicano perdió el
control sobre su cuerpo. Ya lo tengo, es pan comido... y en ese
instante decisivo falló. ¿Qué había pasado? Un comentarista
deportivo registra lo siguiente: “El gesto de él (Luis
Hernández) es quererla (la pelota) cambiar al otro lado del palo
pero le cayó al portero.” La observación es elocuente. “El
Matador” no gobernaba su cuerpo; su mente o, si se quiere, la
parte consciente de su mente, quería meter el gol, pero su
cuerpo no obedeció.
Vivimos entre fantasmas y ellos esperan por su oportunidad,
cuando más daño puedan hacer, cuando la voluntad baje los
brazos, así sea por una fracción de segundo. Los fantasmas
pueden resucitar del pasado y afectar a todo un pueblo. Tal vez
sea el caso de México. O bien resultar de índole individual.
Como sea, hay algo que se interpone entre mente y cuerpo. Para
ir más allá en este planteo, habría que conocer la vida del
delantero mexicano, o entrar a un fino análisis histórico, cosas
que están fuera de mis posibilidades. De todos modos, el haber
dejado escapar la gloria es parangonable al suicidio, cuando lo
autodestructivo es llevado al límite.
Y luego, se busca dar explicaciones, atribuirlo a la torpeza, al
misterio: “no sé qué me pasó”, “es la mala suerte que me
persigue”, “me puse nervioso”. O bien, la incertidumbre: “en el
fútbol puede pasar cualquier cosa”. Justificativos no faltan en
lugar de reconocer: el hombre tanto es capaz de construir como
de destruir, y en ocasiones va tras su propio fracaso. Da la
impresión de un gol fallido donde se renuncia a proclamar: “mi
equipo es el campeón”, que es decir: “yo, que soy su jugador
estrella, y mi cuadro, somos los mejores”. Y además, si se trata
de un mundial: “yo, que he nacido en esta tierra, mi patria es
la mejor”, el orgullo de una nación está en juego, el prestigio
a nivel individual se asocia, la lógica se va de vacaciones.
Por unos segundos, Luis Hernández tuvo ante sí a familia,
amigos, vecinos y a su patria, sin contar a los televidentes de
medio mundo, la presión fue enorme, falló... y el balón fue a
manos del portero.
Tendencia autodestructiva del ser humano y sentimiento
tercermundista de inferioridad, la voluntad los desafía. Desde
la escuela primaria, el hogar paterno, el sermón de la iglesia,
hemos sido educados en la filosofía del “querer es poder”,
“persevera y triunfarás”, “ayúdate y Dios te ayudará”. Y luego
hemos descubierto que la voluntad no es tan soberana como la
pintan, ella se crea a partir de las motivaciones. Y ¿qué
resultó? Paradójicamente, aquí no faltaron, pecaron por
excesivas, agobiantes, sentirse juzgado por el mundo. Ser héroe
no es oficio fácil. Veo las fotos publicadas en la prensa y
recuerdo las imágenes televisivas anteriores al fatal partido...
“El Matador”, atravesando la cancha triunfante, los brazos
extendidos, la rubia melena al viento, una suerte de pájaro
blanco, cuántas veces lo hizo festejando sus triunfos. Y lo veo
después del gol “que no fue”, parece un pollo mojado, los
cabellos abatidos y pegados con sudor a un rostro de
sufrimiento, levantando los brazos con desgano. Pero no es la
última palabra, en las tribunas renacerá el aliento al equipo,
la apelación a su voluntad: sí-se-puede, sí-se-puede...