Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 2006 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces

Pocas cosas tan dolorosas como lo que pudo ser y no fue cuando yo mismo me adjudico la culpa del fracaso. Como dice el tango, “lo que más bronca me da es haber sido tan gil”: embaucado por una mina que sólo buscaba la guita y lo dejó en la calle, hasta el mostrador tuvo que vender. ¿Cómo no me di cuenta...? Y bien, el caso que nos ocupa trata del fútbol, un delantero solo frente al arco... y falla. ¿Cómo me pudo pasar? Si el gol estaba servido en bandeja de plata...

Desde luego, no es la única vez que ha sucedido ni la primera que se toca el tema. Jorge Valdano habla de pánico escénico. Nuestro caso se singulariza por lo que está en juego. Se trata del mundial 1998, México va ganando 1-0 a Alemania y Luis Hernández, “El Matador”, solo frente al arco, pierde la oportunidad de su vida entregando el balón a manos del arquero.

“Increíble”, coincidieron los medios, era el gol que habría colocado a México en un favorable 2-0. Un marcador así desmoraliza a cualquiera, incluso siendo teutón primermundista. Para México, el pase a cuartos y de ahí aspirar a las semifinales, habría sido una gran victoria. Y el cuadro venía jugando bien hasta aquel “día triste”. El propio capitán del equipo de Alemania hizo este comentario a la prensa: “La jugada que cambió (la suerte en) el partido fue ésa en que el delantero con el número 15 falló... para nuestra fortuna.” En efecto, a partir de ese momento los teutones se recuperaron, ganando 2-1.

El 2-0 habría sido el tónico que el equipo mexicano necesitaba para mantener el dominio de campo y coronar la victoria. No fue así. A partir de aquel gol fallido, mientras los alemanes se agrandaban, los mexicanos vieron caer su moral y su eficiencia. ¿Por qué? –insisto en preguntar. Tal vez parezca que voy demasiado lejos en mis conclusiones, pero se diría que los germanos recibieron este mensaje de su contrincante: “no queremos ganar, y aquí tienen la prueba”. Y el balón fue a manos del portero.

Creo que el tercermundista Luis Hernández, a pesar de que a esas alturas era ya uno de los goleadores de aquel mundial y, además, se lo había consagrado como el jugador más sexy del evento, se asustó del paquete que se le venía encima. Una cosa faltaba a “El Matador” para alcanzar la gloria, y fue ese gol que dejó escapar, un gol que un chamaco habría convertido con toda soltura.

“El Matador” se inhibió esta vez frente al toro, tuvo miedo de la gloria, prefirió opacarse... El triunfo da más temor que la derrota –se ha escrito. Y además ¿cómo un tercermundista se atrevía con Alemania, dejándola fuera del mundial? Y sin embargo, Brasil no se hace esa composición de lugar, es hoy lo máximo, el “pentacampeón”. Brasil pertenece al Tercer Mundo y actúa como si fuera del Primero. Debiera abrir una escuela de “cómo superar las inhibiciones” y allí inscribirse el equipo mexicano. De modo que este sentimiento de inferioridad puede remontarse y dar la sorpresa, al punto que una frase se ha hecho “cliché”: en fútbol no hay equipos chicos.

En el caso, se suma otro factor: la inmediatez del acto. Todo se concentró en el instante del puntapié frente al arco. Y es cuando surgió inesperadamente el gran enemigo que todos llevamos dentro: el yo autodestructivo. Si nos encuentra con la guardia baja, si no hemos logrado un grado óptimo de concentración que le cierre las puertas, puede lo regalado convertirse en tragedia. Es evidente que el delantero mexicano perdió el control sobre su cuerpo. Ya lo tengo, es pan comido... y en ese instante decisivo falló. ¿Qué había pasado? Un comentarista deportivo registra lo siguiente: “El gesto de él (Luis Hernández) es quererla (la pelota) cambiar al otro lado del palo pero le cayó al portero.” La observación es elocuente. “El Matador” no gobernaba su cuerpo; su mente o, si se quiere, la parte consciente de su mente, quería meter el gol, pero su cuerpo no obedeció.

Vivimos entre fantasmas y ellos esperan por su oportunidad, cuando más daño puedan hacer, cuando la voluntad baje los brazos, así sea por una fracción de segundo. Los fantasmas pueden resucitar del pasado y afectar a todo un pueblo. Tal vez sea el caso de México. O bien resultar de índole individual. Como sea, hay algo que se interpone entre mente y cuerpo. Para ir más allá en este planteo, habría que conocer la vida del delantero mexicano, o entrar a un fino análisis histórico, cosas que están fuera de mis posibilidades. De todos modos, el haber dejado escapar la gloria es parangonable al suicidio, cuando lo autodestructivo es llevado al límite.

Y luego, se busca dar explicaciones, atribuirlo a la torpeza, al misterio: “no sé qué me pasó”, “es la mala suerte que me persigue”, “me puse nervioso”. O bien, la incertidumbre: “en el fútbol puede pasar cualquier cosa”. Justificativos no faltan en lugar de reconocer: el hombre tanto es capaz de construir como de destruir, y en ocasiones va tras su propio fracaso. Da la impresión de un gol fallido donde se renuncia a proclamar: “mi equipo es el campeón”, que es decir: “yo, que soy su jugador estrella, y mi cuadro, somos los mejores”. Y además, si se trata de un mundial: “yo, que he nacido en esta tierra, mi patria es la mejor”, el orgullo de una nación está en juego, el prestigio a nivel individual se asocia, la lógica se va de vacaciones.

Por unos segundos, Luis Hernández tuvo ante sí a familia, amigos, vecinos y a su patria, sin contar a los televidentes de medio mundo, la presión fue enorme, falló... y el balón fue a manos del portero.

Tendencia autodestructiva del ser humano y sentimiento tercermundista de inferioridad, la voluntad los desafía. Desde la escuela primaria, el hogar paterno, el sermón de la iglesia, hemos sido educados en la filosofía del “querer es poder”, “persevera y triunfarás”, “ayúdate y Dios te ayudará”. Y luego hemos descubierto que la voluntad no es tan soberana como la pintan, ella se crea a partir de las motivaciones. Y ¿qué resultó? Paradójicamente, aquí no faltaron, pecaron por excesivas, agobiantes, sentirse juzgado por el mundo. Ser héroe no es oficio fácil. Veo las fotos publicadas en la prensa y recuerdo las imágenes televisivas anteriores al fatal partido... “El Matador”, atravesando la cancha triunfante, los brazos extendidos, la rubia melena al viento, una suerte de pájaro blanco, cuántas veces lo hizo festejando sus triunfos. Y lo veo después del gol “que no fue”, parece un pollo mojado, los cabellos abatidos y pegados con sudor a un rostro de sufrimiento, levantando los brazos con desgano. Pero no es la última palabra, en las tribunas renacerá el aliento al equipo, la apelación a su voluntad: sí-se-puede, sí-se-puede...

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