EL AUTOR Y SU ENFERMEDAD
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Su evolución contado por el propio paciente
por Alfonso Estudillo
1996-2000
Lo de no poder ir a recoger mis premios literarios a causa de
las crisis dolorosas se repitió en dos o tres ocasiones más en
los primeros meses de 1995. Y esto, no sólo me producía la
contrariedad de no poder ir a recoger el premio -cosa que me
satisfacía como es lógico-, sino que me desbarataba todos los
planes de futuro en mi carrera literaria, ya que, en casi la
totalidad de los certámenes era condición indispensable la
presencia del premiado para la entrega y pago del premio
conseguido. La no asistencia suponía la renuncia al mismo. Por
ello, después de pensarlo y madurarlo mucho, plenamente
convencido de que mi enfermedad no era compatible con el posible
triunfo en el mundo de la literatura (que no sólo es llegar,
sino mantenerse, lo que conlleva someterse a una continuada
serie de viajes y más viajes: promoción de los libros, ferias,
etc.,), decidí "colgar la pluma" y dejar de participar en
certámenes. Esta renuncia significaba que se acabó lo que se
daba, que hasta ahí llegó mi carrera como escritor...
Las crisis continuaron en los siguientes años, los dolores,
principalmente en las manos, se mantenían de forma constante
impidiéndome, o haciendo difícil, la mayoría de acciones para el
desenvolvimiento de una persona normal en su vida diaria.
Naturalmente, era peor cuando me sobrevenía una crisis atacando
pies y piernas, hombros y brazos o cualquier otra parte del
cuerpo. Entonces me convertía en un inválido total. Y, repito,
ni los analgésicos convencionales ni los antiinflamatorios ni
ningún otro de los medicamentos que tomaba (recetados por los
médicos especialistas) conseguían frenar ni la enfermedad ni el
dolor.
Por aquellos tiempos de 1998-99, momentos álgidos, de terribles
y continuados dolores día y noche, de ver mi vida destrozada
definitivamente por esta maldita enfermedad, de verme inútil e
impotente, de pensar que lo que me esperaba (entonces pensaba
que esta enfermedad no mata, pero, luego, pasados unos años, por
lo sucedido a una chica conocida que sufría lo mismo, sabría
que, si no la enfermedad en sí, los graves efectos secundarios
de los variados potingues, terminaban por proporcionarte el
billete para el otro barrio) era acabar en una silla de ruedas,
inválido y deforme y siendo una carga para mi mujer e hijos, fue
cuando me asaltaron las ideas de terminar para siempre con tanto
dolor y sufrimiento.
Realmente, en aquellas noches en vela, en aquellas forzadas
vigilias en las que paseaba mi dolor por los largos pasillos de
casa soltando apagados quejidos, se me fue aposentando la idea
de acabar con todo. Y pensé seriamente en la forma en que podría
llevarlo a cabo de manera que nadie notara nada. Era una
decisión largamente meditada, madurada en seis largos años de
dolores y sufrimientos, y avalada por ese previsible futuro al
que, irremisiblemente, me llevaba mi puñetera enfermedad
(entonces sólo sabía pensar desde la Medicina convencional). Sin
embargo, en tanto preparaba la "fórmula" que me proporcionaría
el billete para ese último viaje, cuando ya me disponía para
pasar a ese punto sin retorno, algo me iluminó, algo me abrió la
conciencia y me mostró al otro yo, al niño inquieto y soñador,
que muy pronto aprendió que los sueños sólo se hacen realidad
con el trabajo y el estudio, al muchacho, afanoso y luchador,
siempre estudiando y trabajando, al que muy pronto la vida le
enseñó los dientes y que el camino hasta los sueños se compone
de sangre, sudor y lágrimas, al hombre que había aprendido a
ganarle los pulsos a la vida y que, ya con plata en las sienes y
mil cicatrices en el alma, había sido capaz de cruzar por las
realidades hasta -casi- llegar a la misma puerta donde viven los
sueños para hacerlos suyos... La voz de la conciencia sonaba
potente y clara: ¡Lucha, lucha y véncela! ¡Tú puedes y debes
hacerlo!
Recapacité. Pensé en mi mujer, mis hijos, mis futuros nietos...
Quería para ellos una infancia bien distinta a la que yo nunca
tuve, vivir en ellos esa infancia que yo jamás viví, era mi
derecho y mi obligación, no podía privarlos de tener un abuelo
en el que encontrar cariño, experiencia, consejos... Descubrí
que aún había sueños dentro de mí, sueños dormidos, apagados,
pero casi vivos... Definitivamente abandoné la idea. Sólo había
que seguir luchando, vencer, poner toda la fuerza de voluntad en
hacer que aquel monstruo no pudiera conmigo. Naturalmente, había
que hacer algo...
Y lo hice. Lo primero, abandonar todos los antiinflamatorios,
protectores gástricos y demás medicamentos que tomaba a diario.
Sopesé la situación, valoré toda aquella serie de productos que
tomaba o había tomado y llegué a la conclusión que el único que
me había demostrado una relativa efectividad era el deflazacort,
un corticoide. Dejé de tomar absolutamente todo excepto media
pastilla (15 mg) de Zamene.
El primer mes noté que se acentuaban algunos de los dolores que
soportaba a diario -sobre todo los de las manos-, y que también
se agudizaban y mantenían más tiempo los que me sobrevenían
periódicamente en otras articulaciones, sin embargo, también iba
notando una apreciable mejoría en mi estado interior, vamos, que
notaba claramente cómo iban remitiendo esos otros dolores y
malestares internos, pecho, estómago, abdomen, hígado..., que
(entonces lo fui viendo con claridad) se habían ido instalando
en mí a lo largo de los años como consecuencia de la toma de los
antiinflamatorios y demás medicamentos.
(Continúa el próximo número)
Nota:
En La Web de la Artritis Reumatoide, además de
un consultorio on line, dispone de descripciones de
otra muchas patologías comprendidas entre las reumatológicas,
neurológicas y autoinmunes en general.