Segunda breve reflexión irreflexiva. Ahora paso a un coqueto
jardincillo, muy reducido, pero amable y grato, de una céntrica
arteria de Valencia capital. Hay allí en amable conversación, un
hombre normal, como tantos otros, que está haciendo alarde de
oratoria y desgranando palabras con poco sentido y no mucha
sensatez, ante una mujer joven (unos veinte o veintidós años),
atractiva y, lo que más aprecia él, que da muestras de estar
escuchando con interés y atención lo que le cuentan.
El hombre crece y se esponja en el apogeo de su discurso. Está
comentando que otro hombre trataba de convencerlo de no sé qué
(no me enteré bien) que él no aceptaba; que rechazaba, primero,
con firmeza y que, luego, en una postura irónica, despectiva
casi, acabó por fustigarlo con su manifiesto alejamiento final,
con su indiferencia más visible e hiriente. Para ello, demostró
su dominio expresivo con esta salida de tono:
- “Ante su insistencia, yo no hice ni caso y me mostré
INVEROSÍMIL”.
Caramba, qué modo de negar más difícil: por decir “indiferente”
y para indicar su engreído subir de hombros, no tuvo más remedio
que mostrarse “inverosímil”, es decir que no creía las verdades
que el otro exponía o, quizá, mejor, que no concedía ninguna
importancia a las palabras de su interlocutor.
Aquí tenemos otro ejemplo de un disparate producto de otro
pavoneo absurdo por el idioma, en lugar de hablar lisa y
llanamente.
Pero debo reconocer que el buen hombre se quedó la mar de
satisfecho con su salida de cauce, que para él fue un logro
espectacular.