“Pero siempre, siempre,
habrá valido la pena”.
Elba García Hernández
“QUEDAMOS A SOLAS YO Y EL SILENCIO” (Introducción a su obra literaria)
LÍNEAS BIOGRÁFICAS
Elba
García Hernández es una escritora tinerfeña de gran sensibilidad
que lleva muchos años peleándose con la hoja en blanco y que ha
publicado un ramillete de libros muy interesantes que merecen
ser conocidos por el gran público. Hay muchos escritores como
Elba que, con una buena promoción editorial, serían estimados y
apreciados, pero se quedan en la esfera de lo familiar o local,
aunque, bien mirado, esto no es malo. Uno escribe porque sí, con
independencia de ver sus obras publicadas o no. Hay muchos
escritores de valía y renombre que no publicaron jamás ni una
coma y luego, de manera póstuma, fueron recordados. No es el
caso de Elba García Hernández, mujer bien conocida en su
entorno.
Con Elba me une una buena amistad, pero eso no es hoy aquí lo
importante, sino sus versos y sus prosas que son de lo que vamos
a escribir en las próximas líneas para tratar, en lo posible, de
difundir su obra y de hacerla conocida también en la Península.
Elba García Hernández nació en La Laguna el 17 de diciembre de
1934. Vivió unos años en Santa Cruz, durante su tierna infancia,
pero volvió a La Laguna cuando, por motivos de la represión
habida durante la Guerra Civil, su padre fue deportado a África;
entonces, Elba, con su madre y hermano se trasladaron a casa de
la abuela materna, en donde está aún su Arcadia, su Patria
perdida. En “Los aromas del otoño” incluye varios relatos en los
que recuerda su vida en La Laguna, con la abuela, a la que rinde
continúo tributo y también a su padre. Son relatos nostálgicos,
llenos de magia y de ternura. En “El bolso”, por ejemplo, Elba
ve un bolso en una tienda que le recuerda, a la manera de la
magdalena de Proust, ese otro bolso que le trajo su padre cuando
regresó de África: “Cuando fue a darme su regalo preparó el
deseo ocultándolo en la espalda para que yo averiguase. Era sólo
un modo de entablar amistad conmigo, tenía prisa por hacerse
querer”. Y sigue recordando en “¿A qué jugamos?” esos retazos de
su infancia en la casa de los abuelos, esperando “a que
terminara aquel otro juego bélico que entonces practicaban los
mayores, y del que nosotros nos desentendíamos, más bien por
ignorancia...”. Son cuentos, insistimos, llenos de ternura, de
nostalgia, pero sin amargura. Destaca uno de ellos, “Unos granos
de lentejas”, en donde habla de la abuelita, Madre, como la
llamaban, que era capaz de agacharse para coger unos miserables
granos de lentejas del suelo y eso marcó de tal manera a la
autora que confiesa que: “Nunca sé desprenderme de las cosas que
no sirven, todo me parece utilizable. Es como si, queriendo
salvarlos de la escoa, del deshecho o de la indiferencia,
siempre estuviera Madre allí, recogiendo aquellos granos de
lentejas”.
En cuanto a su formación profesional, es Perito Mercantil y ha
estado -y aún está- muy vinculada a distintos colectivos
teatrales. Estudió Arte Dramático en el Conservatorio de Música
y Declamación en La Laguna. Perteneció durante casi dos décadas
al Teatro de Cámara del Círculo de Bellas Artes y fue, sin ir
más lejos, Presidenta de la Sección de Teatro de dicho Círculo.
Perteneció al Grupo de teatro Universitario (TEU) y al Teatro
Estudio Independiente. Para Elba, el teatro es su “otra gran
pasión” y ha interpretado multitud de papeles, en todo tipo de
registros: dama joven, criada, bruja, madre... y un largo
etcétera.
Elba García es escritora, pero, sobre todo, madre, esposa y
abuela. Se casó el 22 de octubre de 1955 con Joaquín Reyes
Pérez, quien la ha apoyado en todo lo que ha hecho. Es madre de
seis hijos, que nombramos porque son fundamentales para
Elba-persona y para Elba-escritora: Ernesto, Sergio Antonio, Luz
Elba, Beatriz, Ana Amalia (Anami) y Joaquín Óscar (Joaquino).
Del mismo modo, sus nietos ocupan un lugar fundamental en su
escritura. Son, hasta le fecha: Daniel (Zefi), Lea, Tais, Yael,
Ester, Sergio y la pequeña Eva Laura.
OBRA LITERARIA
Elba García comenzó a escribir sus primeros poemas en la década
de los 50, aunque publicó de manera esporádica en la revista
Universitaria “Nosotros” y en periódicos locales. No obstante
con 14 años ya escribía algún poema romántico, que ella califica
de “malo”. Después, con su matrimonio y la llegada de los hijos,
paró un tiempo, hasta 1980, fecha, como veremos a continuación
de su primer libro de poemas.
Si nos centramos ya en su obra literaria importante, podemos
hablar de cuatro poemarios: “Futura Sombra” (1980), “Silencio
Integrado” (1985), “Cálida Palabra” (1990) y “El río de la vida”
(2000). Cabe señalar que los poemas de “Futura Sombra” fueron
traducidos al alemán por Lothar Scheitd, aunque permanecen
inéditos.
Ha escrito también un libro de relatos, “Los Aromas del Otoño”
(1995) y otro de ensayo, en el que bucea en los orígenes de sus
apellidos maternos titulado “Línea Materna” (2005). Este libro
contiene una cantidad de datos importantes acerca de los
ancestros de la poeta y supone una labor de investigación muy
notable.
Elba García tiene por norma publicar un libro cada cinco años,
así que esperamos ya su novedad editorial en 2010. Comenzó a
hacerlo de esta manera porque su primer libro fue un regalo de
su marido con motivo de las bodas de plata y , a partir de
entonces, ha publicado un libro cada 5 años.
Ha colaborado también en diversas publicaciones colectivas.
Formó parte del Taller Literario Fuentetaja de Madrid durante
los años 1992 y 1994. Fruto de este trabajo, participó en
distintas obras colectivas: “Relatario” (1992), “Apuntes
dispares, tal vez fuegos” (1994) y “De una voz plural” (1994).
En su tierra ha participado en el Taller Literario impartido por
Jorge Eduardo Benavides en el Círculo de Bellas Artes de Santa
Cruz de Tenerife, lugar en el que reside, aunque reparte su vida
entre Santa Cruz y la Finca Rural de “La Garimba”, en Tacoronte.
Fruto de la participación en este taller tenemos el libro
colectivo “Cuentos de estas y otras orillas” y “Lunes de papel”.
La poesía de Elba es minimalista, muy depurada y concentrada.
Huye de lo accesorio, trabaja la palabra hasta el límite y
condensa en unos pocos versos, a menudo de arte menor, aunque
hay también sonetos, una carga emocional y expresiva importante.
Dice Elba que, para ella: “La poesía, con mayúsculas, es como
confesarse en voz alta. Dar la cara del alma a los cuatro
vientos... de ahí ese pudor en manifestarse”. Por eso, se
resistió mucho tiempo a publicar por temor o por timidez: “Fue
leyendo a Pablo Neruda, donde hice el hallazgo definitivo: el
poema que justificaba mi publicación.” Muchas son las lecturas
que han marcado a esta poeta. Acudimos a sus propias palabras,
llenas de entusiasmo: “Los autores franceses como Sartre, Camus
o Víctor Hugo, Simone de Beauvoir o, incluso, María Casares...
escritores rusos y lo que caía en mi mano. Por supuesto, siempre
me gustó la poesía y leí a autores españoles: Miguel Hernández,
Lorca, Machado o hispanoamericanos como Neruda, Gabriela
Mistral, Sor Juan Inés, sin olvidar a los canarios, García
Cabrera, Lezcano, García Ramos, entre otros muchos”.
Para Elba García, de todos modos: “Escribir poesía es mortal
necesidad... de hablar desde el silencio, dialogar sin esperar
una respuesta o navegar en solitario por la altamar del
pensamiento...pero justificar una nueva publicación puede ser
reincidencia en el pecado de “permanecer”, o dádiva generosa de
la propia alma transparente”. Muy bien apostilla esta poeta
lagunera cuando concluye: “Comparto, gozosa, mi poesía, vestida
de humilde y cálida palabra. Ella es pura y sencilla como el
sentimiento de donde se nutre. No pretende ser otra cosa que ser
voz entre mi gente. A ellos va dedicado mi canto de amiga, hija,
madre, esposa”. Y es que Elba nos habla de la Tierra, de su
infancia, de sus raíces, del silencio, de la memoria, del paso
del tiempo, de los recuerdos y, sobre todo, de la familia, en la
que vuelca todos sus afectos. Su trabajo es paciente y
laborioso:
“Cuando el día estrena la luz
y yo mi cara recién lavada,
descorridas las últimas telarañas del sueño,
les pongo a las niñas de mis ojos
sus zapatitos de cristal de siete leguas,
y armada de bolígrafo y paciencia,
apuntillo sin piedad
por allí dentro,
por donde toda la noche
anduvo retozándome aquel potro,
como en poco espacio,
y no descanso
hasta dejarlo sometido,
manso, dormido en unos versos.
Entonces
el poema es...
y yo me reafirmo” (en “Silencio Integrado”)
EL TIEMPO Y SUS AVATARES
Elba se pregunta por el tiempo, por su paso rápido que se lleva
recuerdos, que nos hace olvidar y se pregunta:
“¿Qué busco por los ojos asomada
o más allá de la punta de mis dedos
cuando ovillan en redondo mi memoria?” (“Silencio Integrado”)
Nuestra poeta era entonces muy joven, había sufrido un sinsabor
en la vida –había perdido a alguien muy amado- y pensó este
poema mientras se desplazaba en autobús hacia Santa Cruz desde
la Laguna. Elba contemplaba el mundo desde la ventana y trataba
de explicarse su estado de ánimo como si pueda observarse desde
fuera.
Le duele que el tiempo pase tan deprisa y sabe que en el camino
de la vida se hallará –o se ha hallado con muchas gentes-:
“El camino está cargado de idas y venidas
y sabe muchas cosas de todas las gentes.
(...)
Acaso se extrañó de mi tristeza.
No comprendió si mis ojos lloraban
o si era el invierno...” (“Silencio Integrado”).
Se aferra a una ilusión, para ganarle el pulso a la muerte,
aunque eso es imposible –y ella lo sabe-:
“Soles y estrellas buscando
para jugarle a la muerte
su negro contra mi blanco.
(....)
Yo busco niños despiertos
para que jueguen conmigo
rotando sobre las nubes
tras la cometa del tiempo” (“Contraste”, en “Silencio
Integrado”)
El tiempo es esa materia que se quiere apresar. Elba se pregunta
si antes de “ser” decidimos volver al mundo y, ya en la vida,
poco a poco recuperamos la memoria de lo que hemos sido y
olvidado:
“Tiempo de orillar el tiempo,
de andar los entresijos acordados
antes del ser...” (en “Cálida palabra”).
Se le mezclan a veces, recuerdos, y se sabe en el rostro de sus
hijos y de sus nietas:
“Todo vuelve al olvido,
una ola de tiempo
viene a romper sin tregua
el momento presente.
Ya mi verso es pasado,
Ayer besé en el rostro
de mi pequeña nieta
la niña que fui yo” (en “Cálida palabra”)
El tiempo y la memoria como leemos en el relato “Tierra mojada”:
“Cabalgo hacia el mañana a lomos del hoy incierto, creyendo
sujetar las bridas de un tiempo indomable. Es la memoria quien
todo lo vuelve manso y sosegado; ella es huérfana, y transita
apoyada en el aire que ocupa un recuerdo invocado tal vez por la
magia de un aroma, una sensación, una nostalgia”.
Como buena canaria, para ella el mar es fundamental, en el mar
encuentra su reflejo, se nutre, aunque a veces sólo ve tristeza
y melancolía, recuerdos:
“Tus gaviotas aletean de tristezas apacibles
que en mí anidan.
Mi tristeza es azul como la tuya.
Mi agonía, babeante como el musgo” (“Silencio Integrado”)
LA FAMILIA
La familia es el puntal del que se nutre la poesía de Elba
García. Ella canta a sus hijos, a su marido, a sus nietos, pero
sin noñeces, sin diminutivos, llamando a las cosas por su nombre
y añorando, anticipadamente, lo que se tiene y un día pueda
perderse. Así le pasa cuando canta a su hijo Joaquino, aún no
nacido y le dice:
“Yo misma, un día,
habré de dejarte en el camino,
y he de fingir que no me importa.
Tú te irás, simplemente, tropezando en las esquinas.
¡Dicen que así se hacen los hombres!” (“Hoy eres mío”, en
“Silencio Integrado”).
A su hijo Ernesto le dice, convencida del amor de madre, más
allá de la muerte:
“Tengo todo el tiempo del mundo
Y nos pertenecemos
más allá de la muerte” (en “Cálida palabra”).
Aunque a este mismo hijo suyo, el mayor, quisiera, cuantas
veces, tenerlo niño de nuevo:
“Regresarte
hacia esa copa que inauguraste un día
yo bien quisiera,
por volver a nacerte a la alegría
y tenerte tan mío, tan pequeño,
aunque de nuevo
hubiera de compartirte
con el mundo” (en “Cálida palabra”).
Ahora bien, sabe que su presencia, al lado de los hijos, es
pasajera y lo asume con cierta nostalgia, pero lo acepta:
“Que sea tu vuelo
tan libre, tan sin mí,
para gozarlo mío
siendo tú
quien me lo ofreces” (en “Cálida palabra”)
Es tan generosa Elba y se sabe tan vulnerable que osa decir:
“¡Que ruina de madre soy!
Lo he intentado seis veces,
mas, aún,
no aprendí la renuncia” (en “Cálida palabra”)
Al contemplar a su nieta Tais, que juega como niña, ya se le
viene la imagen de la vida futura que ha de tener; aunque lejos
de quejarse, acepta ese devenir del tiempo, porque así ha de
ser:
“Blancos días de la infancia
que cuando acunan, consuelan
y amamantan
ya a la vida se están comprometiendo” (“Blancos días”, en
“Silencio Integrado”).
Lo mismo le sucede cuando contempla a Ester:
“Al decir de los tiempos me anticipo
que conformarán un día
tu volumen de rosa” (en “Cálida palabra”)
A sus nietos dedica “El río de la vida”, en hermosa metáfora, y
les dice a todos juntos:
“Porque voy a hablar a mis nietos
he dejado atrás todos los cuchillos,
todas las palabras afiladas,
he bajado el fuego al mínimo
a este caldo oloroso de hoy en día
a punto ya de ser el alimento
espiritual que les ofrezca.
(...)
No ha de pasar el tiempo
Sin que mi voz dé la medida
aproximada
de cuanto yo les quiero”.
Elba debe mucho a Manrique en este título simbólico y alude una
y otra vez a este río que es la vida que nos lleva:
“No vuelve atrás el río
ni falta que le hace,
mas, mi orilla espera ver tu curso
haciendo ruido de espumas...”.
En estos versos, Elba García alude a su nieta Lea, a quien le
desea todo el éxito en la vida que ella, sin duda, merece.
Y no sólo habla del río, sino del camino, también en clara
alusión al tópico del “homo viator”:
“Hemos pasado juntas
un tramo del camino,
tú con tus pasos nuevos
yo con mis viejos usos...”
Busca la esperanza en sus nietos y ve en ellos su proyección:
“Serás tú la llama
y serás el río fresco,
danza vida de las horas
en mi mañana incierto”.
A sus padres, ya fallecidos, Amalia Bernardino, dedica Elba las
palabras más tiernas, el recuerdo más hermoso, porque se
proyecta en ellos y les agradece lo que fueron:
“Maestros de mis días,
sólo el ejemplo constante y cuánto bueno aprendido”. (“A mis
padres en sus bodas de oro”, en “Silencio Integrado”).
A su madre, con quien sigue unida, más allá de la muerte, le
expresa todo el amor filial:
“Tú ponías aliento
sobre la tinta de mis deberes
y yo crecía hacia el abrazo
del mundo
bajo tu mirada atenta.
Fue tu afán
Conformando mi celaje
de mujer
y hoy creo ser
tal vez, como tú querías
que yo fuese” (en “Cálida palabra”).
Elba escribe un texto, hasta ahora inédito, “De ombligos
redondos”, en donde habla de la labor que realizó en los últimos
años, cuidar de su madre y explica, con serenidad, como entonces
la madre era la hija y la hija la madre; pero lo hace con un
cariño más allá de las palabras. Su madre murió en 2005, así que
el recuerdo es muy reciente, a flor de piel para la escritora:
“Uno nace hacia la vida, desde el vientre de su madre. Todos te
aguardan, pero ella es la que te inaugura un día rompiéndose por
dentro. Te acuna en su regazo y el dolor se olvida dejando paso
a la esperanza que tiñe de verde el futuro, como una vereda sin
transitar. Ella es joven para tu suerte, y tiene entre sus manos
mágicas todo lo que puedes necesitar.
Hoy escribo la historia desde un tiempo distinto. Ahora yo soy
la madre de mi madre. Cuido su cuerpo, le doy de comer, peino
sus cabellos ralos del color del oro. Le procuro sus medicinas,
pago sus facturas, vigilo su casa y atiendo sus plantas. Le
corto las uñas, le cuento chismes, la hago reír y escucho su
conversación queda, sin brío pero razonable. Recorro el largo
tramo de su casa a la mía, infinidad de veces. Me quejo cuando
me duele. Pero cuando mi gestación acabe y se haya de romper el
cordón umbilical que ahora nos une, me sentiré vacía, muy vacía,
y ella habrá nacido a otra vida sin mí, y nos quedaremos solas.
Muy solas. Las dos.”
Aunque no olvida tampoco a su padre:
“Busco tu palabra
para hacerla presente
regresarla hacia el brío
sensato de tu larga experiencia
en la pleamar
coronarla del blanco
esplendor de tus sienes” (en “Cálida palabra”)
A su padre, a Panino, dedica un poema bellísimo en “El río de la
vida”, en donde lo echa de menos. Es poema que, como cuenta la
misma poeta, salió, sin corregir apenas, a la muerte de su
padre:
“A quién pedir
responsabilidades
si a las nueve en punto
de la noche
se apagan las estrellas
todas del camino
se cierra el día para siempre
el reloj sigue su ritmo
y calla el hombre,
el amigo,
el padre”.
Para Joaquín, su marido, reserva las palabras más mágicas, las
que se guardan para el compañero, el amigo, aquel que ha estado
desde hace tanto tiempo con ella:
“Hay una vida apacible en nuestras manos
que se da por nada y por todo.
Caminemos...
hacia el cúmulo de nuestros fracasos y
De nuestros éxitos”. (“Silencio Integrado”).
Joaquín es la presencia más firme de su vida:
“Ahora tú,
viril, seguro,
dueño total de la palabra,
“aquella”...
que vistió tu amor
y tu ternura
y me instaló en tu pecho” (“Aniversario”, en “Cálida palabra”).
O cuando le dice:
“Yo era un río de espuma
por entre la geografía de tu camisa
hacia qué mar...
donde la roca de tu brazo
se batía salobre
ganando nuestro pan” (en “Cálida palabra”)
A Joaquín dedica un relato, “Él y yo” en donde establece las
diferencias que los separan, pero también las afinidades que los
unen, en una cadena de ternuras aprendida con el tiempo.
Elba García intenta, sobre todas las cosas, ser ella misma,
conocerse, saber de sus afectos y explicarlos:
“Lo que intento es entrar al espacio
que me habita
y alquilar sus resquicios por parcelas,
a cualquier afecto que me vuelva
a ser yo misma” (en “El río de la vida”)
Dios la religión, el más allá, también se asoman, de tanto en
tanto a los poemas de esta poeta canaria:
“Si me habitas, Señor,
por la Fe,
dime si la tristeza
que enjalbega mis murallas
es de mi cuerpo
o de mi alma” (“Volveremos”, en “Silencio Integrado”)
O cuando dice:
“Dame Señor el don de la palabra
transparente
ahora que anidan en mi voz
alas en ciernes de futuro,
y en su condición de aurora,
el día de hoy que tanto apremio
de púrpura será sobre mi frente”. (en “Silencio Integrado”)
Es, asimismo, gran amante de los poemas acrósticos que suele
dedicar a sus amigos o familiares. Hay una presencia en sus
poemas iniciales que es la figura de Antonio Reyes, el poeta
malogrado, que murió tan joven y con el que Elba tenía vínculos
de afecto. Su libro “Silencio integrado” es, por decirlo así, la
respuesta a ese otro de Antonio titulado “Pleno Silencio”, lleno
de poemas existencialistas e, inspirado, en parte, por la propia
Elba, quien, en “Silencio Integrado” rinde tributo a su memoria
y le dedica varios poemas muy sentidos, entre ellos un acróstico
hermosísimo. Del mismo modo, no olvida a sus otros amigos,
aquellos que se han ido prematuramente, como le ocurrió a Miguel
Chic a quien dedica una “Carta inútil” que acaba con estas
palabras:
“Como las flores que acompañan tu partida
cortadas de raíz, llorosas, lívidas,
serán también inútiles todas las preguntas”. (“Silencio
Integrado”.
EL PAISAJE CANARIO
No olvida tampoco el paisaje de sus islas y les dedica también
poemas y recuerdos. Dedica, por ejemplo, un relato, “Isla breve”
a su viaje a la Isla Graciosa. Hay un lugar hermoso para Elba
que es la Finca Garimba, en donde tienen hoy en día sus casas
rurales de ensueño y que antaño fue la finca de su suegro y hoy
es el lugar donde Joaquín proyecta sus esfuerzos, ya que el
campo, las vides, sobre todo, necesitan mucho trabajo y, sobre
todo, mucha clemencia del cielo. En Garimba firma muchos versos
y a Garimba dedica otros muchos:
“Si te nombro es por ti misma,
serena de amaneceres,
callada, como el que hace
por fiel, lo que su trabajo
y no entretiene su día
más que en cuajar los racimos...” (en “Silencio Integrado”) .
REFLEXIONES FINALES
Mucho más podríamos hablar de esta mujer, de esta poeta, de sus
convicciones, de su voluntad, de sus momentos quebrados, de su
resurgir de nuevo, porque hay que seguir. Su poesía huele a
verdad, huele a vida, a cantos de niños, a cantos de la tierra
y, sobre todo, a humildad y a honradez porque Elba no escribe
nada que no sienta y eso lo hace trabajando el idioma, jugando
con las metáforas, con los encabalgamientos, con las rimas
asonantes, con los adjetivos y los nombres. Elba funde su
sensibilidad con el castellano y trata de hacerlo dúctil, de
darle la apariencia de lo cotidiano, aunque detrás hay un
trabajo de una verdadera artesana de la palabra: Elba García
Hernández.
BIBLIOGRAFÍA
-“Silencio integrado”, Centro de Cultura Popular Canaria, 1985.
-“Cálida palabra”, Imprenta Gutenberg, 1990, incluye material
gráfico.
-“Los aromas del otoño”, Nueva Gráfica, La Laguna, 1995, incluye
material gráfico.
-“El río de la vida”, Nueva Gráfica, La Laguna, 2000.
-“Línea Materna”, Producciones Gráficas, 2005.