Mi idea, puesto que estamos en el mes de las panderetas y las
zambombas, era dedicar este espacio a algo relacionado con la
Navidad y, lógicamente, celebrar lo "buenos y humanos" que somos
los humanos, pero, como me han llegado algunos mensajes de
lectores que no estaban de acuerdo con todo o parte de lo que
exponía en mi anterior artículo sobre los orígenes del cambio
climático, considero más interesante para los lectores ampliar
los datos y opiniones que refiriera en el mismo con idea de
clarificarlos.
Es cierto que contaminamos nuestro medio ambiente, atmósfera,
mares, ríos, pantanos, bosques, campos, calles, etc., con
productos de la combustión, gases tóxicos y multitud de
desechos. Somos prepotentes, despreocupados, guarros... A nivel
local podemos comprobarlo a diario cuando nos quedamos pegados
al suelo por culpa de ese hijodeputa que a tirado su chicle
usado en mitad de la vía, o cuando vemos el suelo del bar
alrededor de la parejita y sus dos retoños lleno de huesos de
aceitunas, las cáscaras de las gambas recién comidas,
servilletas usadas, el paquetón de gusanitos que se le derramó
al nene, las cenizas y las colillas de los papás, etc., o en
esos contenedores de basura que ya están llenos a rebozar a las
diez de la mañana..., o cualesquiera otras de esa larga lista
que todos sabemos. Si añadimos el uso excesivo e indiscriminado
de vehículos particulares, de agua, gas y energía eléctrica, y
el inmoderado consumo de productos de todo tipo (que genera en
las casas basuras y desechos en cantidades industriales), sólo
nos falta incluir aquí la gran cantidad de fábricas y
establecimientos industriales -públicos y privados- que se
saltan la normativa a piola por ahorrar unos duros, por descuido
o porque le sale de los cojones a quien corresponda, y ya
tenemos un cuadro que todos (o casi) aborrecemos y que, por
simple lógica, es necesario cambiar. Eso es indudable.
También es cierto que el Protocolo de Kioto desarrolla una serie
de acciones muy necesarias tendentes a paliar los efectos de,
entre otros, el calentamiento global y la disminución de la capa
de ozono, sin embargo, si el principal productor de los llamados
gases de efecto invernadero -dióxido de carbono (CO2), metano
(CH4) y el óxido nitroso (N2O), y los fluorados:
hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y el
hexafluoruro de azufre (SF6)-, que son nuestros vecinos de viaje
los EE.UU., y que produce por sí solo más de un tercio de la
contaminación mundial, no cambia su actitud de no firmar el
acuerdo "por afectarle a su economía" (así de claro lo dice),
bien poco se va a conseguir en este aspecto.
Es cierto que estamos obligados a ser más responsables y
cuidadosos en la utilización de todos los recursos para el
desarrollo de nuestra vida diaria (así lo afirmaba y pedía yo en
mi artículo). Y, para que quede claro, repetido y recalcado
queda. Lo que no es cierto es que -por mucho que nos
esforcemos- podamos cambiar ni un ápice las leyes de la
naturaleza y, por ende, el futuro a corto o largo plazo del
planeta. Como ya dejé apuntado, los cambios climáticos que
observamos, tanto los de ciclos cortos (anuales o pocos años),
como los medios (unos pocos siglos), como los de ciclos largos
(miles a millones de años), son consecuencia de unas leyes
físicas que aparecen argumentadas con muchos estudios y lógica y
que son aceptadas por la mayor parte de la comunidad científica.
Nada que ver con todas esas teorías o hipótesis que aparecen
cada dos por tres y que provienen de pseudocientíficos
fantasiosos o divulgadores especulativos.
De todas formas, nuestros conocimientos sobre la mayor parte de
la fenomenología climática ocurrida en la Tierra a lo largo de
sus 4.500 millones de años no son -ni pueden ser- los de una
materia perfectamente documentada. En general, de la mayoría de
los fenómenos de ciclos largos que tenemos constancia (como las
glaciaciones) se formulan infinidad de hipótesis con argumentos
de aparente solidez. Y son científicos, a veces de prestigio,
los que las postulan. Sin embargo, pocas consiguen salvar las
objeciones a sus asertos para convertirse en auténticas
interpretaciones de los hechos. Una muestra de ello, y ya que en
mi artículo anterior mencionaba que "se sabe con cierta
exactitud" que fue un meteorito el causante de la extinción
masiva del Cretácico-Terciario, hace 65 millones de años, que
acabó con los dinosaurios, les remito a la web de
Monografías.com (http://www.monografias.com/trabajos5/exdin/exdin.shtml)
donde pueden encontrar un magnífico trabajo de un profesor
chileno que recoge casi medio centenar de hipótesis sobre esta
materia.
De lo que no cabe la menor duda es que ahí afuera, alrededor
nuestro, hay un espacio enorme, infinito, que se llama Universo
y del que formamos parte. Desde el plano espacial, si comparamos
nuestro planeta con esa inmensidad universal, apenas seríamos
una minúscula partícula, un diminuto corpúsculo infinitamente
más pequeño que esas motas de polvo que podemos ver en nuestro
dormitorio cuando los rayos del sol atraviesan el enrejado de la
persiana. Desde el plano temporal, si comparamos la edad del
hombre, incluso desde antes de la aparición de los primeros Homo
sapiens (200.000 años), con la edad del Universo (14.000
millones de años), y lo pasamos a medir como una longitud para
mejor comprensión, tendríamos una cinta de 14 kilómetros de
larga en la que toda la edad del hombre sólo ocuparía los
últimos 20 centímetros.
Imagine al hombre, a toda la humanidad, que vive dentro de esa
mota de polvo. Imagine la vida del hombre actual en apenas el
último milímetro de la cinta. Juegue un poco a ser Dios y vea
hasta dónde llega nuestra (nula) capacidad para hacer o deshacer
allí donde sólo imperan las leyes de la naturaleza.
No. Somos demasiado pequeños. Y a mí, que no soy pequeño sino
nadie en esta mota de polvo, permítanme ser al menos una
minúscula y humilde voz para, desde el corazón, desearle felices
fiestas y una larga y saludable vida.