Definitivamente ser padres o educadores es una labor arto
difícil. La responsabilidad que por ello asumimos, el intento y
compromiso para el asentar, medianamente bien, los valores
sociales, humanos y culturales, es enorme y no deja de ser un
reto difícilmente acabable. El ojo con que vemos, el prisma en
que miramos es limítrofe a nuestra condición de adultos; porque
a medida que nosotros crecimos, a medida que nos internamos en
el selva de lo real y lo tangible, vamos trasfigurando la
percepción de nuestro propio ser dejando a tras, sin apenas
tomar cuenta, el encanto de lo espontáneo, el don posibilizador
y el duende de la gracia y del ingenio.
La capacidad del genio es inmensa y no, no es directamente
proporcional a los años trascurridos, a la entrega de una
posible erudición, ni su precepto mismo, y ante el prodigio,
sólo nos queda la alternativa de la asimilación y la capacidad
para el asombro. Asombro que se dispara, sin sujeción ni límite
alguno cuando el convenio es el acompañamiento en su andadura.
Todo lo visto, hasta entonces, es poco, todo lo pensado, creído,
aprendido, vivido, incluso imaginado, se hace, francamente,
escaso. El mundo real -tal como nosotros lo percibimos-, se
desvincula así, cuando y de su mano, nos adentramos al mágico
universo de los más pequeños. De esos pequeños grandes genios.
Conversábamos
un día mi duende y yo sobre la concepción y el maravilloso
prodigio de la vida, venido al caso cuando le comunicamos que su
hermano, dieciocho años mayor, iba a ser papá.
- Ya sé… –dijo toda convencida-, por eso Miriam se ha puesto
gordita, porque guarda el bebé dentro, ¿verdad, mami?
- Ahá -asentí atenta a la derivación de la conversación.
- ¡Como yo!, yo también estuve en tu barrigota, ¿a que sí?
- Si, mi bien, tú también, incluso Dani (el futuro padre).
- ¿Y Samuel? –dijo entre incrédula y preocupada.
- También, reina, también…
En ese punto miró a su hermano mediano (en edad que no en
tamaño, ya que rebasa aventajadamente en cuerpo y altura al
hermano mayor, incluso al propio padre) que recién entraba al
saloncito, y tras darnos un buen repaso visual, casi
interminable y consecutivo, tanto a él como a mí, soltó…
- ¡Ja!
A CUAL MÁS VENTAJOSO
- Ángela, de mayor, quiere ser profesora.
Me contaba, mi genio particular, al regreso de la escuela.
- Todas, es que tooooodas mis amigas quieren ser profesoras
–dijo con serio disgusto.
- ¿Y?
- Que es un rollo ser iguales.
- Ya… ¿Y tú, qué te apetece ser? ¿Ya lo has pensado? -pregunté.
- ¡Pues claro que sí! -explícitamente continuó- Yo… yo voy a ser
pintora, y bailadora, y granjera, y carpintera, y también… -me
miró sonriente-.
- ¡… y también… hija!