Cada comienzo de año (ya sea fin de calendario, cumpleaños
personal o aniversario de algo importante), trae a la mente del
afectado la idea de hacer resúmenes pasados y establecer nuevas
metas. Los logros siempre resultan escasos ante los objetivos
previamente trazados y las propuestas para el período que
comienza tienden a ser olvidadas pronto. La vida, en su rutina,
nos demuestra que el camino andado no es siempre el trazado y
que la voluntad no alcanza, pues no es el único factor aunque
así lo consideremos.
La cosa se pone más frustrante o desafiante, vaya yo a saberlo,
cuando se trata de los números terminados en cero: gran
fascinación humana hay por aquello que va de 10 en 10. 40 años
de vida, 30 de llegar a esta ciudad, 20 de trabajo, 10 de
matrimonio, etcétera. Y a la hora de una síntesis el tiempo nos
parece lo que es: una ilusión.
No acaba de celebrarse (a veces conmemorarse) una fecha cuando
llega la otra que obliga al replanteamiento. Lo que ayer eran
planes hoy son temas postergados o malogrados y los vanos
intentos son ahora fragmentos de un resumen; lo futuro es pronto
un pasado y entre uno y otro, que se extienden sobre los dos
horizontes, queda la fracción minúscula del presente.
Comparados con la duración de un viejo árbol somos tan pasajeros
como para nosotros la mariposa que dura un día y ante la
presencia de las rocas y el paisaje: un instante efímero.
Enfrentar el tiempo de vida humana a las duraciones del Cosmos
sería el silencio, pero algunos van creyendo que todo ello fue
hecho para su disfrute. Qué importa, para lo que nos va a durar
no vale la pena ni discutirlo.