En el Congreso General del Cepillado de Dientes, reunido este
año en Las Vegas, hubo posiciones encontradas. Un ala retomó con
fuerza la tesitura tradicional: comer y cepillarse los dientes.
Esto para algunos parecerá una verdad de Perogrullo. Sin
embargo, hubo en el congreso quienes se manifestaron
abiertamente en desacuerdo, sosteniendo la posición contraria:
comer y no cepillarse los dientes. No es necesario
–argumentaron- las otras especies de mamíferos no lo hacen ni
van al dentista. ¿Por qué entonces el hombre...? En cuanto al
mal aliento –agregaron-, no hay de qué preocuparse: si todos
dejáramos de cepillarnos los dientes, el mal aliento pasaría
desapercibido, como ocurre en algunos pueblos donde los
ciudadanos se bañan una vez a la semana, y conviven como si
nada.
Seguidamente y a voz de cuello, estos subversivos, iracundos e
iconoclastas lanzaron su consigna: ¡Abajo el cepillo de dientes,
creación de los enemigos del pueblo para hacer ganancias a sus
costillas! Pidieron, en consecuencia y por obsoleto, la
disolución inmediata y sin más trámite del Congreso General,
moción que fue rechazada entre abucheos e insultos.
Así las cosas, mientras los ánimos se caldeaban, hubo otras
iniciativas extremas: no comer y no cepillarse los dientes, o
bien no comer y cepillarse los dientes. La diferencia entre
ambas propuestas reside en lo siguiente: en una se muere con
mejor aliento que en la otra.
El Congreso General acabó en aquelarre general, quedando
finalmente divididos los asistentes en dos grandes e
irreconciliables tendencias: unos marcharon a las salas de
juego, los otros a los shows. Para algo se hacía en Las Vegas
¿no?