Hace como para un año, Jorge del Arco, director de la revista
poética Piedra de Molino, escribía sorprendido un artículo a
tenor de una entrevista que le hacía Nuria Azancot a Guillermo
Carnero y a Vicente Luis Mora, dos poetas de generaciones
distintas: el primero asociado a los Novísimos y el segundo
nacido en 1970.
Del Arco pondera el respeto con que contestaba el poeta
valenciano y, por lo contrario, la estridencia de que hacía gala
el poeta cordobés, en cuyas declaraciones descalificaba la
poesía de Antonio Machado, Jorge Guillén, José Ángel Valente,
Juan Ramón, Salinas, san Juan de la Cruz...
Sin embargo, a pesar de la postura escandalosa de Mora, hemos de
retomar sus impresiones y analizar lo que de “razón histórica”,
como diría Ortega, subyace en sus depreciaciones de nuestros
entrañables clásicos, que tanto bien hicieron -como dice Del
Arco- a los poetas que dieron sus primeros pasos con sus
benéficas influencias, tanto por la humanidad trasmitida como
por el estilo con que nos legaron su mensaje de valores
estéticos y éticos, en especial en este caso, don Antonio,
modelo de ansias de belleza, tal vez herencia modernista, como
de anhelos de concordia civil, tan noventayochista, como
sabemos.
Pero la poesía es lenguaje y el lenguaje, como demostraron los
creadores de la Estilística de a principios de siglo XX -Bally,
Vossler, Croce- es evolución, ya se apoye en la combinación de
las variantes lingüísticas o en la creatividad espiritual, tan
cara a aquéllos, estudiosos de los fenómenos expresivos del
lenguaje. San Juan de la Cruz no podría escribir como el
Arcipreste de Hita ni Antonio Machado como Espronceda. Citemos
para colmo el caso del onubense universal desde sus primeros
libros, pasando por su etapa modernista, y luego, a partir del
Diario... hasta Espacio. No cabe mayor ejemplo de distanciación
entre estilos incluso dentro de un mismo autor.
Que la competencia estilística es un reto que tiene hoy día todo
poeta, es archisabido. No basta con que pretendamos dar un
mensaje por muy ético o sentimental que nos parezca. Tenemos que
rendir un homenaje a los poetas que nos han precedido y aportar
novedades que sean aceptables sin recurrencia a histrionismos
surrealistas ni a dar palos de ciego intentando sorprender a los
lectores. Pero, lo que es cierto es que la poesía sin esfuerzo
creador y meramente repetitiva de otros autores, por muy
reconocidos que sean, está llamada a desaparecer, a quedar
obsoleta y arrinconada a los que escriben sin idea de la época
en que lo hacen.
Tal vez fuese ésa la respuesta de Mora, pero expresada con la
impulsividad de los años jóvenes y convencidos de las propias
teorías.