Un problema que cada día preocupa más a los españoles -sobre
todo a los que vamos dejando atrás los inocentes colorines de la
juventud- es ese cúmulo de enfermedades y dolencias de todo
tipo, nuevas en su mayoría y sin tratamientos que las cure de
manera definitiva, que nos van afectando y a las que los médicos
y científicos del gremio explican con poco más que un
encogimiento de hombros. Afortunadamente, gracias a unos pocos
investigadores de reconocida valía y pundonor, que, buscando tan
solo el bien de sus semejantes, han sido capaces de mantenerse
al margen de los Gobiernos y la gran industria farmacéutica, y
la, aún muy escasa pero valiosa, ayuda divulgadora de unos pocos
medios y personas comprometidos con la misma idea, vamos
teniendo una más clara conciencia -y la casi total certeza- de
que los venenos nos llegan por el pico. Por eso se imponen las
siguientes preguntas:
¿Sabemos qué es lo que comemos? ¿Los productos alimentarios que
nos ofrece el mercado están exentos de toda nocividad? ¿Son
ciertas todas las virtudes y beneficios para nuestra salud que
nos prometen los fabricantes en su publicidad? ¿Podemos confiar
plenamente en una total eficiencia, certeza y honradez de los
responsables de la seguridad sanitaria de los alimentos? Y a
esto, en honor a la verdad, habría que añadirle: ¿Tenemos
conciencia de cómo y qué es una dieta sana y equilibrada?
¿Sabemos elegir y preparar los alimentos de manera óptima?
Estoy seguro de que la mayoría de los lectores estarán de
acuerdo conmigo en que la respuesta a todas estas preguntas es
un NO. Que desconocemos lo que nos llevamos a la boca cada día,
que hay mucha patraña y superchería en todas esas bondades que
nos ofrecen la mayoría de los fabricantes y que nadie podría
estar seguro de que uno o más de los encargados de analizar o
autorizar determinados aditivos o prácticas de manipulado y
fabricación sean infiltrados de cualquiera de las grandes
empresas químicas o farmacéuticas (por poner un ejemplo). Y al
añadido -si hemos de ser sinceros- que bien pocos de nosotros,
encargados/as de los fogones y la manduca diaria en nuestras
casas, tenemos un perfecto conocimiento (ni la información
suficiente) sobre los diversos alimentos y la forma correcta de
prepararlos y manipularlos.
Ciertamente, para velar por nuestra salud existen organismos
nacionales, como el Ministerio de Sanidad y Consumo y sus
múltiples Agencias y Direcciones Generales, otros a nivel
europeo, como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA),
o internacionales como la Organización para la Agricultura y la
Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS),
organismos que, bajo los auspicios de las Naciones Unidas,
mantienen el Codex Alimentarius, un útil instrumento creado en
1963 para desarrollar normas alimentarias, reglamentos y textos
relacionados. Aparentemente hay un control de todo cuanto en
alimentación, sea de origen animal, vegetal o químico se pone a
la venta para su consumo, sin embargo, y a la vista de que las
enfermedades y dolencias cada vez son más numerosas e imprecisas
en sus etiologías (no se conocen las causas), tenemos que
convenir que algo falla.
En mi opinión, no sólo son los innumerables productos
alimenticios que nos llegan adulterados o fabricados sin cumplir
las normas sanitarias (podemos entender que sería imposible
analizar cada yogur, cada botella de aceite o cada pollo que se
vende en el mercado), sino, también, los que gozan de cierta
seguridad (y de nuestra confianza, por venir de empresas muy
reconocidas), productos estos que, a pesar de su "legalidad",
sabemos que contienen buen número de agentes químicos -como esa
larga lista de aditivos alimentarios (muchos de ellos prohibidos
o en vías de prohibición)- y residuos de elementos
fitosanitarios, plaguicidas y medicamentos veterinarios que
adulteran o cambian sus propiedades naturales y organolépticas,
amén de las múltiples manipulaciones biogenéticas o de
fabricación con que nos los ponen en el mercado. Unos miligramos
de hormonas aceleradoras del crecimiento -junto con residuos
antibióticos- en el hermoso filete de ternera que nos comimos en
el almuerzo, los restos de plaguicidas y abonos en las patatas y
la ensalada, unos poquitos gramos de conservantes y
estabilizantes en los sabrosos langostinos del segundo plato,
unos flecos de productos para el madurado del kiwi y las fresas
con nata y otros pocos gramitos de colorantes, saborizantes,
edulcorantes "y otros antes" en la misma nata y en el yogur con
que rematamos nuestro sano condumio. Si le sumamos los del
refinado del aceite usado para freír las patatas, en la ensalada
y en la plancha, y los del pan -que no son moco de pavo-, ya
tenemos argumentos para explicar lo de ese malestar postprandial
que nos acosa a diario recién levantados de la siesta y lo de
esos dolorcitos sordos en el abdomen a los que el médico trata
buenamente con algunas pastillas y más análisis. Por supuesto,
cuando le diagnostiquen lo del cáncer de próstata o la Artritis,
es que es herencia de familia...
Si quieren saber más de dónde nos llega esa larga lista de
estados patológicos y "enfermedades raras", no recurra a web
como la del Ministerio de Sanidad y Consumo, porque no
encontrará absolutamente nada que lo ponga en la pista adecuada
(ni siquiera encontrará referencia a enfermedades tan extendidas
y comunes como las Reumáticas en el apartado correspondiente),
ni a las de los fabricantes de los diversos productos, porque le
hablarán en exclusiva de la multitud de milagros y los kilos de
salud que aportan sus alimentos. Vean webs como la de
DiscoveryDSalud (http://www.dsalud.com/) donde encontrarán
reportajes muy completos, como el del caso Bio-Bac (se asombrará
de cómo mantienen oculto descubrimientos de valía para nuestra
salud, y aún más de lo que leerá sobre nuestras autoridades
sanitarias), o un extenso dossier sobre el cáncer en el que
encontrará más asombros... y muchísimas otras cosas de esas que
se mantienen ocultas porque no interesa su divulgación.
Y, para terminar, no podía dejar de comentarles los
importantísimos descubrimientos del Dr. Jean Seignalet en el
campo de la alimentación y su directa relación con las nuevas
enfermedades. El eminente doctor Seignalet (hematólogo,
inmunólogo, biólogo, catedrático de Medicina de la Universidad
de Montpellier durante muchos años y autor de más de doscientas
publicaciones en prestigiosas revistas médicas) denuncia en su
obra La Alimentación. La 3ª Medicina que muchas patologías y la
proliferación actual de otras se debe básicamente a cinco
razones: el consumo de cereales domésticos, la ingesta de leche
animal y sus derivados, la cocción de los alimentos, el refino
de los aceites y la contaminación alimenticia con la
consiguiente carencia de vitaminas y minerales. Y afirma que es
el "ensuciamiento de las células" la principal causa de la
mayoría de las enfermedades reumatológicas, neurológicas y
autoinmunes en general, además de ser el origen de más del 65%
de los cánceres, entre otras patologías. Ensuciamiento que
provoca daños en el ADN que lleva a las células a cancerizarse y
que está causado principalmente por las macromoléculas
bacterianas y alimentarias procedentes de la alimentación
moderna, que traspasan el intestino delgado y terminan
acumulándose en el organismo.
Si quieren saber más sobre estas sorprendentes teorías y
descubrimientos, véanlo en la sección de Ciencia y Salud de esta
misma revista, en Alimentación y Artritis Reumatoide (artículos
anteriores y siguientes), ya que, considerándolos de
extraordinaria certeza e indudable interés para los lectores en
general, he creído que es obligado estudiarlos, comentarlos y
ponerlos a disposición de todos los que sufran algunas de las
dolencias que el profesor describe o de los interesados en saber
lo que come para llevar una vida más sana.
Así que ya lo saben. Cuando quieran decir adiós a los problemas
de este perro mundo, no hagan como los antiguos que se
atiborraban de vitriolo o se colgaban de un ciruelo; basta con
que lleguen al supermercado, llenen el carro hasta arriba de
todo lo que vean -cuanto más de oferta, mejor-, y prepárense un
almuerzo en el que no falte de nada. Y no se preocupe por la
familia y amigos que nadie notará nada. En el certificado pondrá
que ha sido por muerte natural...