Este
recién estrenado año 2007 va a ser motivo, sin duda, de
homenajes diversos en torno a uno de nuestros poemas más
emblemáticos, El Cantar de Mio Cid. Se dirán muchas palabras, se
escribirán libros y se profundizará en la figura del Cid e,
incluso, se desmenuzará, verso a verso, el Cantar. No es ésta
nuestra intención. Simplemente queremos recordar algunos
aspectos básicos de este cantar épico y divulgar algunas de sus
cuestiones más importantes y conocidas. No vamos a descubrir
nada en las siguientes líneas. Sólo nos lleva el espíritu de
divulgación. Ojalá se escriba menos sobre el Cantar y se lea
más. Sería el mayor homenaje que le podemos rendir.
Con “El Cantar de Mio Cid” aparece el primer testimonio extenso
de nuestra literatura, al menos conservado. Su redacción puede
situarse hacia el año 1140. Incluso se habla de dos redacciones:
una, escrita poco tiempo después de la muerte del Cid y, otra,
que dataría de la primera mitad del S. XIII. El manuscrito que
se conserva es del S. XIV; de ahí que aparezca en letra gótica.
“El Poema de Mio Cid”, cien años posterior a las jarchas, es la
primera obra importante de la literatura castellana. Pertenece a
la escuela que llamamos “Mester de juglaría” (S. XI-XII y
principios del XIII) que recoge temas de tipo histórico, de
carácter épico y que los juglares difundieron, recitados, por
aldeas, castillos, pueblos...
El juglar, como ya sabemos, es una especie de artista ambulante,
que va de un sitio a otro, cantando, haciendo ejercicios
malabares, para ganarse la vida. Una de sus principales
actividades es la recitación. Los juglares suelen recitar
“Cantares de gesta” que pertenecen a la literatura juglaresca,
popular, heroica, hecha para ser oída, para ser recitada en
público. Por eso, el juglar se acompañará de gestos,
escenificará, cambiará de voz, dramatizará, en suma. De ahí que
en los Cantares de Gesta los parlamentos de los personajes se
introduzcan con verbos de lengua. El juglar, además, utiliza
otros recursos para llamar la atención del auditorio, hace
referencias a la gente que lo escucha e, incluso, recita el
Cantar en varias sesiones.
Como muchas veces los cantares de Gesta trataban sucesos
históricos próximos a la época, el juglar, además de entretener,
informaba. Los Cantares de Gesta tuvieron su origen en los
Cantos Noticieros, escritos simultáneamente a lo que sucedía. El
juglar era, pues, una especie de corresponsal de guerra.
Cultivaba la literatura con fin práctico, para informar a su
público. Los Cantarse de Gesta forman parte de la épica y el
aliento épico, sin duda, planea en todos los versos de “El
Cantar de Mio Cid”.
“El Cantar de Mio Cid” es el único cantar de gesta que se
conserva casi completo de toda la literatura medieval española.
Como decíamos al principio, y según Ramón Menéndez Pidal, sus
autores podrían haber sido probablemente dos: el juglar de San
Esteban de Gormaz y el juglar de Medinaceli. Esto se cree porque
se da mucha importancia a lugares y hechos muy vinculados a
estas dos localidades de Soria. Es posible que el juglar de San
Esteban de Gormaz viviera en una época muy próxima al Cid, que
lo hubiera podido conocer, incluso. Poco después de la muerte
del héroe, el juglar de San Esteban de Gormaz podría haber
escrito el Cantar de Gesta, en la primera mitad del S. XII. Años
más tarde, el juglar de Medinaceli tomaría este cantar y lo
modificaría, añadiendo algunas partes y variando otras. Este
juglar sería el que incluiría más elementos irreales, el que
hizo ganar en drama y ritmo interior al cantar, el que le
añadiría más literatura. La versión del juglar de San Esteban de
Gormaz dataría de 1110 y la del de Medinaceli de 1140. Hay que
destacar el realismo geográfico del poema. Todas las ciudades
que se mencionan en él existen y se las sitúa correctamente. Por
lo tanto, es posible -y seguro que se va a explotar
turísticamente- realizar una ruta del Cid, aunque los lugares
que describe con más detalles son los próximos a estos dos
pueblos sorianos, como ya se ha dicho.
Hay, por supuesto, otras teorías en torno a la autoría del
cantar, incluso se dice que pudo haberse compuesto a finales del
S. XII o principios del XIII en una versión única a cargo de un
solo poeta que sería burgalés.
“El Cantar del Cid” se fue transmitiendo en diversas versiones y
refundiciones, lo cual es normal en la epopeya tradicional. Una
de estas refundiciones se conserva en un manuscrito juglaresco
del S. XIV que transcribe una copia que hizo Per Abbat en 1207.
Por lo tanto, en 2007 se conmemora el 800 aniversario de esta
copia que fue localizada en una Escuela Monacal. Ahora bien,
falta saber hasta qué punto el manuscrito versificado del S. XIV
es fiel a sus originales o si añade y reforma elementos de
textos anterior. Es posible que la copia de Per Abbat sea
también una refundición. Tomás Sánchez hizo una primera edición
y de aquí, a través de varias manos, llegó a la familia Pidal,
pasó a don Ramón que fue quien la estudió y analizó. Hoy es
patrimonio del estado español y se conserva en la Biblioteca
Nacional. El manuscrito que conservamos contiene unos 3700
versos.
El Cantar se divide en tres partes:
1. Cantar del destierro. Narra la partida del Cid desde Burgos a
Levante. El Cid, acusado de no haber entregado los tributos que
había recibido del rey árabe de Sevilla, es desterrado de
Castilla por Alfonso VI. Sale de Vivar en compañía de parientes
y vasallos. Al llegar a Burgos nadie se atreve a darle albergue
ni víveres porque el rey lo ha prohibido con penas muy duras.
Martín Antolinez, su sobrino, logra el dinero que el Cid
necesita para empezar sus campañas. Lo logra con una
estratagema: entrega dos arcas llenas de arena a los judíos
Raquel y Vidas para que las guarden en depósito hasta el regreso
del Cid, diciéndoles que contienen tesoros que no puede llevarse
al destierro. Deja a su mujer, Jimena, y a sus hijas, Elvira y
Sol, en el monasterio de San Pedro de Cardeña y sale de
Castilla.
2. Cantar de las bodas. Narra el asentamiento del Cid en
Valencia y las bodas de sus hijas, Elvira y Sol con los Infantes
de Carrión. El Cid conquista Valencia y envía los presentes al
rey de Castilla y le ruega que permita a su mujer y a sus hijas
reunirse con él. Llegan las damas a Valencia y son recibidas con
grandes honores. Los Infantes de Carrión piden en matrimonio a
las dos hijas y el rey intercede. Alfonso VI perdona
públicamente al Cid.
3. Cantar de la afrenta de Corpes. Habla de la partida de sus
hijas con sus maridos hacia Castilla, del abandono y ultraje en
Corpes, de la petición de justicia del Cid al rey y del nuevo
matrimonio de sus hijas. La cobardía de los Infantes de Carrión
es clara. Un león se escapa de su jaula en el palacio del Cid y,
mientras las gentes se disponen a reducir a la fiera, ellos, don
Diego y don Fernando, se esconden hasta que pasa el peligro.
Cuando los árabes (o moros en el texto) cercan Valencia, los
Infantes muestran su falta de valor. Humillados por ello,
deciden vengarse y piden permiso para volver a Carrión con sus
esposas. Cuando llegan al robledal de Corpes, los Infantes
despojan de sus vestidos a doña Elvira y doña Sol y las azotan y
fustigan para dejarlas abandonadas. Su primo Téllez Muñoz las
encuentras y las lleva de nuevo con su padre. El Cid pide
justicia al rey. Los guerreros del Cid desafían y vencen a los
Infantes y termina el poema con el proyecto de boda entre las
hijas del Cid y los Infantes de Navarra y Aragón,
respectivamente.
El juglar recitaría una parte cada día, así le duraría unas tres
sesiones. El Cantar sólo trata una pequeña parte de la vida del
Cid, un momento, por así decirlo, de su peripecia personal. Cabe
añadir que el término Cid es una palabra de origen árabe que
significa algo así como caudillo, jefe o líder.
La estructura de la obra consiste en plantear el proceso
ascensional de un héroe caído en desgracia hasta su
consolidación y recuperación final. No hace más que poner
obstáculos al Cid que él supera y, a través de esta superación,
va consolidando su amor y prestigio. El Cid es un héroe que
lucha contra la adversidad y la supera.
Empieza el cantar con un Cid al que nadie ayuda, un héroe pobre,
solo, desterrado, con pocos fieles, separado de la familia. Toda
la obra analiza de qué forma ese hombre, solo, pobre y
abandonado, va alcanzando nuevo prestigio, nueva honra, hasta
superar, con creces, la que antes tenía. Es el hombre que se
hace fuerte ante la desgracia y la adversidad.
El protagonista es el Cid Campeador que aparece como un héroe
dotado de un conjunto de cualidades humanas que lo hacen
excepcional, pero no rebasa lo límite de lo humano; es decir, no
es un superhéroe, sino una persona excepcional. El juglar, por
su parte, no descuida otros aspectos que nos acercan más al
personaje. Habla de un Cid amante de la familia, de un Cid fiel,
generoso y honrado. No nos lo presenta únicamente como un
guerrero, sino como un hombre dotado de sentimientos, capaz de
manifestar piedad, compasión, amor y fidelidad. El Cid no se
olvida del botín, planea con astucia la batalla, disfruta de
descanso, le gusta comer, está ufano cuando llega su mujer y le
enseña sus conquistas y se preocupa por su familia. El Cantar,
por otra parte, es una muestra del ambiente político, militar y
judicial de la época.
La acción es rápida, con escenas vivas y sin demasiadas
descripciones. Al juglar le gusta más centrarse en las
victorias, en las batallas, aunque se muestra magnánimo con los
vencidos, pero no perdona la cobardía de los de Carrión.
El Cid es un vasallo de Alfonso VI que es desterrado por parte
de éste de forma injusta. Eso, al menos, es lo que cuenta el
Cantar, que omite otros detalles acerca de la vida del Cid, ya
que pretende exaltarlo, no escribir su biografía. En la
actualidad, hay varios libros que ofrecen una visión poco
romántica del Cid; es más, lo describen como una especie de
mercenario, aunque no vamos a entrar en estos aspectos, puesto
que lo que pretendemos es dar unas pinceladas muy divulgativas
acerca del “Cantar”. La figura del Cid, pues, tuvo una realidad
histórica Don Rodrigo (o Ruy) Díaz de Vivar, llamado el Cid,
había nacido en Vivar (Burgos) alrededor del año 1043.
Representante de la baja nobleza de Castilla estuvo primero al
servicio de Sancho II y, luego, a la muerte de éste, de su
hermano Alfonso VI, con quien mantuvo tensiones políticas que le
llevaron al exilio en 1081. Sirvió entonces al rey árabe de
Zaragoza y, durante varios años, llevó a cabo campañas guerreras
contra facciones árabes (llamadas “moras” en los tiempos del
Cid, aunque hoy el término resulta poco correcto), hasta que
conquistó Valencia, su mayor éxito como guerrero, donde murió en
el año 1099, aunque dice la leyenda que aún después de muerto
ganó batallas.
El Cid del que hablan los juglares no guarda ningún rencor a su
rey; es más, no se olvida nunca de rendirle testimonio de
fidelidad y respeto.
El Cid es una infanzón, es la representación de una nobleza
menor que llega a ocupar el puesto de la alta nobleza por
méritos personales. Es el hombre que alcanza una situación a
partir de su honradez, esfuerzo y valentía. Aún sin quererlo, la
obra plantea un conflicto entre la nobleza cortesana
hereditaria, que se ve pospuesta ante la figura que llega allí
por sus méritos: el Cid. De ahí que este Cantar gustara tanto al
pueblo llano puesto que exalta las virtudes más enraizadas en el
pueblo castellano: la fidelidad, el amor familiar, la lealtad al
rey, la sobriedad en las costumbres.
Hay otros personajes en el Cid, es evidente; su esposa, Jimena,
sus hijas, Elvira y Sol, el Rey Alfonso, los Judíos prestamistas
Raquel y Vidas, los cobardes Infantes de Carrión, Álvar Fáñez...
y tantos más que convierten esta obra en un verdadero tesoro de
nuestra lengua. Es un libro que nunca pasará de moda, puesto que
sus valores son inherentes al ser humano. Es un clásico en toda
la extensión del término.
El Cid, por otra parte, es uno de los grandes temas que han sido
tratados y lo serán, aquí y fuera de España puesto que el
personaje aún interesa hoy en día. Su figura dio origen a
numerosos romances y sirvió de base para obras teatrales e,
incluso, películas, ya en nuestra época.