Estoy anonadado por lo que sucede en nuestro país, pero más
aún estoy atemorizado por lo que pueda suceder.
Como resulta, según se oye y lee, que la culpa siempre es
del otro. Como resulta que de todo lo que de malo sucede en
nuestra Patria la responsabilidad es del otro, y como
resulta que ni el uno ni el otro hacen más que tirarse
escupitajos a la cara en lugar de pulsar todos los resortes
a su alcance para arreglar las distintas situaciones -malas
per se, ya las haya promovido o motivado o consentido el
otro-, pues resulta que nada mejora.
Si ciertas debían convivir, no hace muchos lustros, las dos
españas, cierto es, a mi modo de ver, que hoy vuelven a
convivir. De ahí mi temor.
Esto puede explotar en cualquier momento, y no será por la
agresividad innata de la población, que también, sino por la
agresividad inducida desde los que hacen la política. Han
sido muy hábiles. Lo fueron unos tras la explosión de
Atocha, lo fueron, también, al hilo del vertido del Prestige
y lo son otros con los incendios, el himno, o utilizando las
armas -en sentido figurado, claro- que les da el terrorismo.
Hace un par de días que no se me quita de la cabeza la idea
de que ese cerdo asesino al que mantenemos vivo a la fuerza
pueda, al fin, morir.
Seguro que si muere, otros cerdos, igual de asesinos y de
despreciables, montarán el gran sarao -ya han dicho que lo
harán- asesinando de nuevo, y si eso es malo, ¿qué será la
reacción de nuestros partidos políticos? Lo veo venir. Los
unos culparán a los otros y los otros culparan a los unos y,
así, entre broncas, se conseguirá que todos los españoles, a
uno y otro lado, partidarios de unos o de otros, nos echemos
a la cara los mismos insultos que se echan los políticos, y
lleguemos a llamarnos unos a otros asesinos, por los muertos
que sumarán en la lista, no de unos u otros sino de ellos,
únicos verdugos.
Sólo nos faltaba eso, que los representantes legítimos del
pobre pueblo español, una vez más, nos lleven a un
enfrentamiento que, a imagen de los anteriores, pueda ser
brutal. La Nación está así de colérica.
Las descalificaciones e insultos están muy bien -aunque
tampoco- en campaña electoral, pero, cuando los problemas
arrecian, cuando las cosas se complican hasta lo
incontrolable, es de ley unirse y trabajar y luchar por la
causa común. Y lo digo por unos y por otros.
A estas alturas de mi vida no voy a partirme el pecho por
ninguno, ya lo he dicho en otras ocasiones, pero sí quiero
que ellos, que tanto dicen trabajar por España, y que de
ella cobran, se lo partan por mí, pero no en enfrentamientos
de gentes honradas, no en peleas de ambiciones políticas,
nada de eso, que se partan el pecho y la cara y el alma
entera frente a los que tenemos enfrente, que son los mismos
para las izquierdas que para las derechas, y si hay miedo,
váyanse a sus casas, escóndanse bajo la cama y déjennos en
PAZ, que otros vendrán que sepan hacerlo o, al menos, que se
atrevan a intentarlo.