Lo mejor del pequeño genio es la visión que tiene del mundo
adulto. ¡Y cómo no!, de “sus tan raritos protagonistas”.
Definitivamente… todo lo que el adulto piense sobre sí mismo,
bajo el ojo infante, se queda y se hace francamente escaso.
ELOCUENCIA
Me contaba un amigo sobre su sobrina -por aquel entonces de
siete ingeniosos años- la siguiente anécdota.
Sonó el teléfono, y Nuria fue como en más de una ocasión a
atender la llamada.
- ¿Digaaaa?
- ¡Hola, soy tal…! ¿Está mamá?
- Síiii
- Y… ¿Se puede poner?
- Nooo
- ¡Ah!, ¿que está ocupada?
- Pues no… Es que está de “ovarios”.
Ignoro si la “mamá” estaba enfadada o simplemente menstruando.
Fuere el que fuere, lo que sí quedó evidente fue esa asimilación
de Nuria por la condición femenil y su indiscutible y explícita
oratoria.
PARA SEGÚN QUE OFERTA, LA MEJOR DEMANDA
Después de año y medio de divorcio, a mi amiga Pilar, de nuevo
le verbera la flor de la ilusión y el enamoramiento; así, y
aprovechando las últimas fiestas navideñas, presentó su nuevo
amor a sus otros dos amores (tres y seis años).
- Mama, mama ¿sabes que soy feliz?- Le confesó el mayor recién
levantado y más nervioso que de costumbre.
- ¡Ah! ¿Sí? ¿Y eso?
-Pues… Que me encanta el nuevo padre que me has comprado. Es…
¡es genial!
DONDE LAS DAN… ellos las toman.
Ya de bien pequeño, Samuel era de lo más lúcido y racional -y
aún lo sigue siendo, pues el genio no cambia; muta-, tanto, que
suele hacer de la oportunidad la mejor excusa para el lícito
derecho a la réplica.
Aquella tarde (aún no había cumplido ocho años), tras una hora
de dejarlo hacer y notablemente airada, recuerdo que le
reprendí:
- ¿Hiciste ya los deberes?
- Y tú, mami, ¿hiciste la cena?
- ¡Pero bueno! ¡Qué descaro de niño!
- ¿La hiciste? -insistió con un tono de lo más encantador y
dulce. Y yo, para entonces, muchísimo más ceñuda-.
- … ¡qué voy a hacer si son las seis y hasta las nueve no se
cena!
- Pues eso… que yo hasta mañana no voy de nuevo a la escuela.
Y siguió delante del cuadernillo, jugando a confrontar la goma
de borrar y el lapicero.