“HABLAR DE AMOR EN ESTOS TIEMPOS FRÍOS” “Loado seas, mi Señor, porque sólo la imaginación
es libre y no
tiene los espacios limitados,
ni teme que la secuestren porque en sus dominios no habitan
nada más que los desasidos”
(Cántico de la Hermana Imaginación. Juan Mena)
“PERDIDOS Y ERRABUNDOS VERSOS MÍOS” (DATOS
BIOBIBLIOGRÁFICOS)
Juan
Mena (San Fernando, Cádiz, 1943) escribe desde muy temprana
edad, aunque, como él mismo dice: “Escribo, ya con dominio de la
métrica y con incipientes conocimientos de preceptiva desde los
17 años”. Su producción es amplia y dilatada y, en este estudio,
nos va a ser imposible abarcarlo todo, aunque, eso sí,
trazaremos, o lo intentaremos al menos, las líneas básicas de su
quehacer literario. Nos centraremos en la poesía, que es el
género en el que Juan Mena se siente más a gusto, aunque, según
confiesa: “El relato breve también me apasiona y más aún el
artículo literario, con el que colaboro desde 1992 en un
periódico local”. Los relatos a los que se refiere el autor
aparecieron en “San Fernando Información”, ya que, en la
actualidad, se ha tomado un año sabático. Precisamente, los
publicados entre el 3 de julio de 2004 y el 31 de marzo de 2006
se han publicado en un volumen que lleva por título “El reino
que estaba en mí”.
Juan Mena es licenciado en Filología Hispánica. Profesionalmente
ha sido administrativo bibliotecario en la ciudad natal y, desde
1979, se dedica a la docencia, impartiendo Lengua y Literatura
en un centro de secundaria. Es, del mismo modo, miembro de la
Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes de San
Fernando. Es colaborador asiduo de “Arena y Cal” desde su
fundación en 1995, con trabajos de teoría literaria en su
sección “Contraluz”, con reseñas y apuntes en "Reseñas de
Libros" y también con poemas en el “Rincón de la Poesía”.
Decíamos al principio, que Juan Mena tiene escrita una obra
vasta e imponente. Son más de 30 volúmenes de poesía los que
lleva publicados, entre los que podemos citar:
-“Heredada soledad” (1968)
-“Elegía del Sur” (1971)
-“Tierra escondida” (1972)
-“Claridad retenida” (1972)
-“Palabras de más” (1977)
-“Queda la tierra” (1978)
-“Cruel, amada vida” (1986
-“Un resplandor antiguo enciende hoy mi memoria” (1987)
-“Pasionario isleño” (1990)
-“Las señas perdidas” (1992)
-“Los viejos palimpsestos del olvido” (1994)
-“Rumor de la esperanza” (2001)
-“Épica urbana” (2003)
-“Velo rasgado” (2006)
Ha obtenido diversos premios de poesía como el Premio de Poesía
Ángaro 1972, Premio de Poesía Bahía 1972, Premio de Poesía
Alderabán 1978, finalista del Premio Adonais 1978, Premio de
Poesía Ricardo Molina 1980, Premio de Poesía Tabladilla 1987,
Premio de Poesía Ciudad de La Carolina 1994, Premio
Internacional de Poesía Alba y Camino 1997 y tantos otros que no
vamos a enumerar aquí porque nuestro propósito es acercarnos
inmediatamente a su obra. No obstante, el propio poeta tiene una
opinión formada acerca de la importancia de los premios
literarios: “ Aunque uno no se gane todos los que desea o se
merezca, opino que son necesarios y debemos aceptar las
decisiones de los jurados, aunque luego nos sorprendan libros
premiados por su falta de calidad, tanto en su talento como en
su mal oficio. Supongo que los concursos son honestos en gran
parte”.
La poesía de Juan Mena es riquísima y madura en el arte y en el
oficio. Escribe con exigencia y se exige a la vez que escribe.
Así, sus versos surgen enteros, totales, llenos de imágenes y de
belleza. Es una poesía culta, escrita por una persona curiosa, a
la que le gustan las humanidades, que disfruta con la lectura,
pero también con la vida, porque no desdeña la experiencia ni lo
que aportan sus propios sentidos. Es una mezcla curiosa y
fascinante la que logra Juan Mena quien se pasea, bien a gusto,
por distintas tendencias poéticas. Como él mismo nos dice, es
difícil clasificar su obra porque sigue “diversas tendencias en
poesía (intimista, culturalista, neobarroca...) y de variada
temática en el relato. Últimamente persigo nuevas formas de
expresión de lenguaje metapoético, huyendo de todo verso "plano"
y desgastado. Haber sido un grafómano de poesía me ha llevado a
"revolucionar el lenguaje literario en mí" y llegar más adelante
a un lenguaje que sea poético exclusivamente. De hecho, tengo un
buen número de esos poemas ya, pero aún no los tengo
publicados.”
Nos encontramos ante una poesía escrita por un intelectual, pero
no con frialdad, sino con precisión, con la precisión de orfebre
que va añadiendo, pieza a pieza, hasta conseguir una obra única
y hermosa. Busca la belleza, es cierto, pero no sólo eso, sino
también el asombro en el lector y el compromiso, el suyo y el de
los demás.
“OLIENDO AÚN A POEMA PRIMERIZO” (IMÁGENES Y MÉTRICA)
Los versos de Juan Mena irrumpen en cascada, surgen, de repente,
limpios y precisos, como si una torrentera de palabras se
tratara. Trabaja la metáfora y la mima hasta extremos
impensables en una poesía culturalista, que bebe directamente de
la entraña del mejor de los humanismos y de la mejor tradición
literaria, la de los Siglos de Oro, aunque, como dijimos, no es
sólo eso, no, sino eso y mucho más.
Fascinan esas imágenes que aún no se han desgastado:
“Y la luz, que era niña todavía, desmelenó su cascada femenina,
dispersó sus cabellos matutinos, humedeció de astros,
roció de estrellas principiantes el universo,
puso rayos solares titilantes en las faldas de las montañas,
en los cuellos hirsutos de los primeros árboles,
brazaletes de brillos en los arroyos que empezaban a
corretear...”
(“En el principio...”, incluido en “Un resplandor antiguo
enciende hoy mi memoria”).
Los encabalgamientos, los hipérbatos no son infrecuentes en su
poesía, ni las personificaciones, enumeraciones y comparaciones,
aparte de la metáfora, sobre todo la pura, que, muy a menudo, se
encadena hasta formar una alegoría.
Veamos algunas de estas imágenes impactantes:
“y la luna como ubre de resplandor amantaba a las alturas,
redondo oráculo de nubes circundantes...” (II, en “Un
resplandor...”).
“ Cantaba Dios y también los océanos...” (III, en “Un
resplandor...”)
“...Peras, manzanas caen como inmensos rubíes, brevas como
diamantes...” (V, en “Un resplandor...”)
“Escucharás a Dios lloviznando en tus sienes...” (“Primera
Retractación”, en “Un resplandor...)
“Tienda de objetos y de libros viejos:
océano de títulos, figuras,
misales, cruces, cuentos de aventuras,
cuadros, velones, mapas, catalejos” (“Las señas perdidas”).
Son muchas las referencias cultas y cómplices que acompañan a
Juan Mena. No es infrecuente la presencia de El Bosco o de El
Greco o los sones de Vivaldi o de Bach o las palabras de San
Agustín, San Francisco, Abelardo, el Papa Inocencio III, y de
tantos otros amigos ya de nuestro poeta, como Garcilaso,
Manrique, Góngora y tantos otros maestros de la lengua y la
literatura españolas. Porque, como diría Terencio, “Soy humano y
nada de lo humano me es ajeno” y lo lleva a gala nuestro poeta
isleño:
“Los Bécquer, los Rubén, los Esproncedas,
los Lopes, los hispanoamericanos,
todos eran mis íntimos hermanos,
amigos de mis Parques y Alamedas” (“Las señas perdidas”)
El léxico que maneja Juan Mena no cede a tentaciones y busca lo
preciso, no la palabra vaga que no resuena, sino aquella que
sabe, que huele y aun duele, que quizá cuesta ubicar, pero que
es nuestra, llena de sabor y de tradición cultural. No es raro
encontrar cultismos en su poesía, puesto que el registro de Juan
Mena es el culto, aunque a veces cede con alguna palabra propia
de su tierra al popular, pero de manera muy dosificada:
“De Marchena, Machín y Valderrama
por la ventana del colegio llega
el trino, hacia la tarde cuando ciega
el sol que por los hierros se encarama; “ (en “Las señas
perdidas”)
Juega también con la tipografía de sus versos, los retuerce, los
dibuja casi sobre el papel. Maneja, habitualmente, el verso de
arte mayor, aquel más rotundo, con más empaque, aunque también
emplea el versículo y el verso libre. Sus rimas se entretienen
en la asonancia y sus estrofas van desde el verso que fluye, sin
corsés, hasta la estrofa más precisa como puede ser el soneto.
Juan Mena vive en su época y en su mundo y es consciente de
todos los problemas que le rodean y no se endiosa en su torre de
cristal, pese a escribir una poesía cercana a Góngora, más
culterana que conceptista, pese, incluso, a dirigirse, a veces,
a la minoría; pero bien se sabe que el negocio de la poesía es,
por desgracia, de minorías. No se emborracha Mena con las
palabras y sabe muy bien qué quiere denunciar y cómo.
Así concede, por ejemplo, la importancia necesaria a la tierra,
nuestra verdadera madre:
“llamadme tierra amarga y calcinada, territorio de nadie
o el infortunio,
y mucho más que todos ignoráis, pero sabed que amaso
los misterios
con el llanto y el gozo de los seres y harina soy
en la que Dios fermenta
su levadura de misericordia...” (“Magnificat”, en “Un resplandor
antiguo...”)
Esta naturaleza que no siempre se comporta como una aliada del
hombre:
“Madrastra loca, tú, Naturaleza, que nos tiras
al mundo lo mismo que pedriscos, chaparrones,
y crecemos al filo equívoco y anónimo
de las desamparadas circunstancias...” (Jaula XXIII. En “Cámara
oculta”).
Tampoco se deja llevar por la entelequias y sabe perfectamente
qué es lo que mueve el mundo:
“Di, ¿quiénes son los reyes de este mundo,
el poder, el dinero, la belleza,
la inteligencia, la salud, el tiempo?” (“La Adoración de los
Reyes”, en “Un resplandor antiguo...”).
Juan Mena nació en una época en que la sombra de la posguerra
aún no había desaparecido y así nos lo cuenta:
“Juegan al mus, al tute, beben vino
y con piropos van tras las chavalas.
(Años cincuenta). Son épocas malas
y hay orfandad, y el hambre es un felino” (“Las señas
perdidas”).
En su poemario “Cámara oculta”, Juan Mena escribe: “¿Cómo
permanecer indiferente y aséptico y contestar con un saludable
reflejo a tanta zozobra, incluso enredándose entre tópicos como
esperanzados golpes contundentes, apropiados para receptores
aturdidos?” y añade: “¿No serán los poetas y los artistas chivos
emisarios de un tiempo por el que están, no obligados, pero sí
contaminados de la atmósfera que respiran con una inteligencia
sobornada por los reclamos de una sociedad de impenitente
consumismo, ciega en lo que considera un descaro liberador que
se reiría con estrépito del admonitorio “O tempora, o mores”?” (pag.
9). Llevado de esta conciencia se pasea por 51 jaulas simbólicas
en donde observa, a veces con piedad, otras con dureza, el
comportamiento de el ser humano, que parece dormido, ajeno a
tanta zozobra:
“(Mas dormidos, felices y ajenos al derrumbe de la historia,
todavía hay viajeros que sueñan con llegar a sus arcadias,
a sus torres señeras de feliz geometría.
Son los hombres de ayer.
No, no los despertéis)”.
Y es que nos creemos mucho y no somos nada, porque pecamos de
soberbia extrema:
“y verás, al final de tu existencia,
que sólo alegas barro y experiencia,
y para colmo, en fin, te llaman hombre”. (Jaula LI)
En definitiva, traspasado de pesimismo y dolor, concluye:
“Y ésa es la Historia toda; un tiovivo sangrante, un tiovivo que
chirría
siempre el mismo ruido: dolor, dolor, dolor.” (“Salida del
zoológico).
Juan Mena denuncia la fragilidad de nuestras memorias que se
amparan en la mentira para conseguir un puñado que despropósitos
que jamás lograremos porque algo más rotundo nos espera al
torcer la esquina, en el último recodo del camino:
“¿Qué hay tras ti que esta frágil polvareda
-la tierra, el hombre, el tiempo y el dinero-
no ve el envés –que es la Verdad-: la muerte?”(“Memoria final”)
“DONDE LA FE ES BADAJO CADA DÍA” (POESÍA RELIGIOSA)
Juan Mena, en perpetuo combate con lo esencial, concede a Dios
el poder sobre la Creación el Bien, pero sabe que el Mal acecha
y está dispuesto a irrumpir en cualquier momento en nuestras
vidas. Ésta es la lucha que nos desgrana en “Un resplandor
antiguo enciende hoy mi memoria” en donde teje una especie de
parábola de la Creación y trata de regresarnos al Paraíso
Perdido, en donde Jesús es la principal joya:
“Pero es tan prematuro que lo ignora la paja;
como fósil del trigo, centellea un instante
su osamenta de oro inútil por los suelos,
de lustrar al pesebre, lo convierte en joyero
donde tiembla el diamante resistente y amable
de este niño, esta fragua diminuta de gozos” (“Nacimiento de
gozos”, en “Un resplandor antiguo...”).
Y es que en Dios espera:
“Un día llegará que Dios sea eso:
activa desnudez de la palabra,
limpia verdad, pasión de transparencia” (“En espíritu y verdad”,
en “Un resplandor antiguo...”).
No sólo habla de la presencia de Dios, sino que recrea paisajes
y figuras, podríamos decir, así imagina el sufrimiento de la
Virgen ante el Calvario de su hijo y lo describe con sencillez:
“La realidad debió de ser sencilla. El cielo de Judea
a barlovento ya del mediodía, como un joyel brillando,
y un planear de cuervos y buitres a lo lejos
brujuleados por el olor caliente de la sangre,” (“Mujer bajo la
sombra del madero”, en “Un resplandor antiguo...”).
Juan Mena sabe de la importancia del amor en todo lo que atañe
al ser humano, pero aún da más relevancia al amor divino:
“Si necesario es el amor humano,
maravilloso es el amor divino
y uno es amante, pero el otro, hermano”.
Tampoco olvida Juan Mena esa religión más externa, la que forma
parte del culto popular y de la Semana Santa y que él guarda en
su memoria:
“Jesús llegaba. Luego, peregrina
tras Él, su Madre. Un nudo de fervores
se desataba: encuentros y temblores;
la saeta:”... esa cara tan divina... (“Como un gran oleaje hasta
la esquina...”, en “Las señas perdidas”)
Dios también está en las cosas del día y día y en la presencia
de la madre:
“No, madre, no hay manera
de comprender a Dios
si no es desde tu sangre
creadora y fructífera,” (“Alabanza perpetua de la madre”, en
“Los viejos palimpsestos del olvido”).
ME DUELE EL TIEMPO LENTO QUE ME PASA (EL RECUERDO Y LA
MEMORIA)
La poesía de este gaditano también acude a la memoria para
encontrar alimento y para nutrir su presente. Así, en “Las señas
perdidas” evoca su infancia y, con ella, los recuerdos de su
ciudad y todo el aroma y el sabor que esos días dejaron en su
corazón:
“Hay un niño que mira un cielo claro
igual que un mar azul de leve estío,
y bajo el corredor de un patio umbrío,
en la imaginación, busca su amparo” (“Pórtico”)
Esos rincones, casi el locus amoenus, de su pueblo:
“La Plazuela del Carmen. Buganvillas
cayendo por las húmedas arcadas.
Noviazgos entre sombras. Luna ajena”. (“Saltos y gritos.
Confusión revuelta”).
Al lado de la presencia física, está la presencia de lo que
aprendió, de lo que leyó y forma parte de su bagaje humano:
“Me ha llegado en el aire de la infancia
la escuela y su candor de enciclopedia
con la Historia Sagrada y la tragedia
de Abel, o Abraham y su perseverancia.”
Recuerda su adolescencia y las tardes de aburrimiento, cuando
llovía:
“Hoy el agua me anula el amorío
y hace la tarde-noche más amarga.
Si el cine no me llama ni aletarga,
No me cabe en el alma tanto hastío”.
De alguna manera, idealiza esos momentos que se pierden en el
recuerdo:
“Quiero recuperar esa alegría,
la de aquel niño que yo entonces era;
el que fue hermano de la primavera
y amigo fiel, hasta el final, del día”.
Es, por así decirlo, su propia vida quien sale a buscarlo:
“Me escudo en mi rincón (como otras veces).
Pongo la radio, leo mis poemas.
Abro una antología, y mis problemas
Ya son humo fugaz de pequeñeces”.
Y, sin embargo, el tiempo no ha de volver:
“Hoy vengo con el alma más mohína
buscando en cada acera, en cada esquina
un reflejo del niño aquel que he sido”.
Sabe bien que nada será lo mismo, pero no por eso deja de
recrearlo en sus versos y en su memoria:
“Voy por las calles que fueron circunstancia
memorable de casas con sus huertos.
Vienen a mi memoria días, muertos,
Sucesos y colores de la infancia”.
No todo es bucólico en su recuerdo, así en “Cámara oculta”
leemos:
“Mas cuando el tiempo hundió sus garras de experiencia
en mis hombros de hombre me subió a la altura,
¿cómo he visto la vida desde lo alto del vértigo
que he temido caer dentro de un cubo de basura?” (Jaula VII)
La memoria no siempre es clara, sino todo lo contrario y así, en
hermoso apóstrofe, se lo echa en cara el poeta:
“Oh memoria, servil, cicatrizada, en desamparo y sola
en tus sucesos, como dejada adrede de la mano
de un dios menor, borracho y distraído” (“El equívoco de la
memoria”, en “Los viejos palimpsestos del olvido”).
De los recuerdos, en el mismo libro, dice, cual un dios creador:
“porque soy vuestro padre
y os engendré con la anécdota diaria y el azar de los días
y las horas, hijos de mi experiencia”.
Encontramos una de las claves de la poesía de Juan Mena y es
que, mediante el poder de la memoria, quisiera evocar lo que fue
y volver, pero no por ser niño, no, sino por recobrar la
inocencia que sabe ya perdida, puesto que es hombre:
“Mas me hice un día viejo y reflexivo,
y ya, amor, ruiseñor y primavera
se han ido, y ya tampoco soy inocente” (“Los viejos palimpsestos
del olvido”).
Cual un ubi sunt, Mena se pregunta dónde está lo que él amó:
¿Dónde está la ciudad, dónde la gente, dónde el amor aquel,
su rito austero, y la imaginación, nuestro tesoro,
que sobornar no pudo la pobreza?” (en “Los viejos palimpsestos
del olvido”).
De todas formas, el niño que fue, sigue yendo con él, aunque
sepultado por capas y capaz de “madurez”:
“Mas salgo de mí mismo y en las aceras cruzo
mi sombra con las otras. Entre tanto murmullo
del denso anonimato, soy uno más que lleva
enterrado a ese niño en sus años de hombre” (“Épica urbana”).
“CENTELLEA ESPERANZA TODAVÍA” (EL VALOR DE LO ESENCIAL)
No es un poeta apologético Juan Mena, de esos que señalan con el
dedo y condenan, no puede serlo porque él se sabe también hombre
y, por lo tanto, pecador y, lógicamente, lleno de defectos y,
sin embargo, una vez pasado el vendaval de la furia, de la
miseria de lo humano, del egoísmo y del dolor, nos queda la
esperanza en lo que somos y en lo que fuimos y podemos volver a
ser:
“Aún recuerdo el latir de su guitarra, el ebrio corazón
de la taberna.
Aquellos hombres de cigarro y vino, con olor de
marismas y de espuertas
de caballas.” (“Los viejos palimpsestos del olvido”)
Después de todo, “la vida es retornar, volver al eje en que
renace esa ceniza, el eje alentador de la Ilusión” (“El
regreso”, en “Los viejos palimpsestos del olvido”).
Juan Mena, como dijimos al iniciar este estudio, se sabe deudor
de toda una tradición humanística, en música, pintura,
arquitectura y, sobre todo, en literatura y así en “Los espejos
preferidos” vuelve a sus poetas favoritos y, como si estuviera
mirándolos en un espejo, crea otro poema, aunque siguiendo el
que escribió el maestro, sea soneto, silva, lira o cualquier
otra estrofa. Por las páginas de este libro, que fue premiado en
1999 con el Premio Internacional de Poesía “Alba y Camino”, se
pasean a sus anchas el Arcipreste de Hita, Fernando de Herrera,
Juan Boscán, Juan Ramón o Antonio Machado, entre otros y,
juntos, escriben esa otra obra que nunca salió de sus manos,
pero que Juan Mena recrea con gracia, con elegancia, con
divertimento, alguna veces, con respeto, siempre.
Juan Mena acude una serie de temas que se van repitiendo en su
poesía, que se van, por así decirlo, engrandeciendo y
perfeccionando. Así, nos habla, como se ha visto, del poema su
obra, de la ciudad y la infancia, de la memoria y el recuerdo,
de Dios y el hombre, en una especie de dicotomías que no pueden
existir la una sin la otra. No escapan a sus consideraciones ni
la vida o la muerte, ni el pasado y el presente ni, por
supuesto, la presencia del bien y del mal en nuestro tiempo.
Juan Mena defiende el valor de la poesía como algo esencial para
que siga la vida, para que siga la esperanza, la verdad:
“Cuando en una ciudad ya no hay poesía,
se ennegrecen los cielos, los pájaros se fugan,
los árboles se van desvaneciendo poco a poco,
lo mismo que se extienden por encima de calles y edificios
las manazas siniestras de los humos que enlutan
los parques ciudadanos” (“Vacío”, en “Épica urbana”).
Apela el poeta a nuestra conciencia de hombres, a nuestro valor
en el mundo para que sepamos poner rumbo a nuestras vidas:
“¿Qué nos queda del hombre interior, sus viajes
por extraños océanos?
Ruinas. Pero lúcidos
Y con ganas de vivir” (“Prólogo a una era indeterminada”, en
“Épica urbana”).
Aún confía Mena en el amor, en el valor del bien, en la fuerza
de la vida que se ha de imponer a los valores rápidos, al dinero
fácil, al comprar y al vender. Somos pequeños seres indefensos
que nos dejamos llevar por las apariencias:
“¿Y si todo nuestro amor, nuestro odio,
nuestras verdades, nuestras mentiras
fuesen sólo unas redes de apariencias,
redes que echamos a la red del mundo para coger los peces
de nuestra afirmación,
con nuestro yo arraigado
a palabras, a gestos, a apetitos, a impulsos,
a un cuerpo, y si los cuerpos fueran también un nudo de
apariencias?” (“Ser o no ser”, en “Épica urbana”).
Mena vuelve una y otra vez a su intimidad, a ese rincón preciso
en que puede descansar su atribulación de ser hombre:
“Pero ahora soy dueño de este espacio
inmaterial de la conciencia mía,
y, como voces importunas oigo,
me ausento. Perdonadme. Me reclaman
esos seres amados, esos hijos
de la experiencia y el recogimiento” (“Como todo en la
conciencia...”, en “Épica urbana”).
“COMO PUENTES AL MUNDO” (LECCIÓN DE COHERENCIA)
Juan Mena nos ofrece su poesía sin precaución, la deja en el
mundo y la manda a que pueble las conciencias, a que dé
aldabonazos en nuestros pechos dormidos; la hermosea, la llena
de amor, la recrea, le da aliento épico y le insufla vida porque
su poesía es poesía de la experiencia, pero también de la
lectura y de la meditación, y de la tradición cultural y del
amor y de la divinidad. Son todas y muchas cosas a las vez las
composiciones que nos regala Juan Mena. Unas nos lanzan a la
cara lo que somos, otras nos recriminan lo que guardamos, otras
se recrean en los oasis de paz que aún quedan, apelan a la
memoria que es la guardiana de nuestra casa y se sientan, con
los lectores, a crear un mundo donde todo es aún posible porque:
“Después regresaré a contaros la historia
de un Robinson huido a su isla prohibida”.
En definitiva, en estas páginas, nos hemos acercado, en líneas
muy generales e imperfectas, a la poesía de un hombre lúcido que
se sabe débil y, gracias a eso, tiene fuerza para decirnos qué
piensa, en qué cree, en qué confía y a qué apela. Poesía con
destino de llegada ya que se dirige a lo mejor de nosotros
mismos puesto que sus versos están siempre empapados de
humanismo, de clemencia y de perdón y de respeto. Después de
todo, es consciente de la dificultad de su propósito y de que no
se llevará nada, “cuando me vaya viajero por la sombra”, pero sí
nos está dejando –y sigue haciéndolo, puesto que es un poeta de
vasta obra, en perpetua evolución- un puñado de poemas “porque
el mundo no fuese tan absurdo e infeliz” (“Épica urbana”).
“La memoria nos salva de morir de lo que fuimos”
MÍNIMA BIBLIOGRAFÍA
-“Un resplandor antiguo enciende hoy mi memoria”, Sevilla,
Angaro, 1987
-“Las señas perdidas”, Barcelona, seuBa, 1992
-“Cámara oculta”, Barcelona, seuBa, 1993.
-“Los viejos palimpsestos del olvido”, Barcelona, seuBa, 1994.
-“Los espejos preferidos”, Alba y Camino, Torrejón de Ardoz,
1999
-“Épica urbana”, Ayuntamiento de Jaén, 2002.