Oigamos lo que dice Ortega y Gasset acerca de la metáfora: “La
metáfora es probablemente la potencia más fértil que el hombre
posee. Su eficiencia llega a tocar los confines de la
taumaturgia y parece un trebejo (trasto o utensilio) de creación
que Dios se dejó olvidado dentro de una de sus criaturas al
tiempo de formarla, como el cirujano distraído se deja un
instrumento en el vientre del operado”.
Este afán por suplantar una cosa por otra debido a un rasgo de
cierta similitud encaja, no obstante su proximidad en ocasiones
a una impresión rayana en lo inteligible, se contempla dentro de
una concepción lógica del lenguaje. Si un poeta dice: “El fuego
es un dragón devorándolo todo con su lengua de llamas”, tenemos
que los elementos que componen la metáfora se inscriben dentro
de una lógica fácilmente deducible. El extrañamiento -que según
Daniel Devoto es un artificio por el cual el escritor sorprende
al lector- aquí es mínimo, por lo que tiene de previsible.
Entendemos que entre fuego, dragón, boca y llamas, hay unos
rasgos de similitud. Lo mismo que si se dice: “La bonanza es la
siesta del mar”. Repito que los dos elementos comparados están
dentro de una estrategia racional en la que la complacencia
estilística no pasa más allá de una comparación prevista.
Para muchos poetas este nivel de expresión en el que el lenguaje
recto se supera por el lenguaje figurado, entraña grandes
dificultades. Y todos los poetas utilizan metáforas cuando se
les vienen a las mientes. En la Generación del 27 tenemos poetas
con escasa metáforas como Salinas y Guillén, pero también hay
otros que las manejan de manera espectacular como Lorca y, en
menor medida, Alberti y Gerardo Diego.
Sin embargo, el problema de competencia semántica está cuando
entre los elementos asociados no hay un parecido que las une y,
por ello, su construcción nos parezca arbitraria, incluso
patética en su afán de sorprender a los lectores. Veamos:
”La tarde va erigiendo sus estatuas de sombra / y hace a la
anochecida museo de penumbras / (Metáforas comunes) y un
cansancio de esquinas se desvanece en gris. Éste último verso es
el que rompe el curso metafórico e introduce un remate que va
más allá de la realidad. Otro ejemplo: ”Se da de bruces en la
calle sola / al mediodía, dinosaurio, el sol /, cuando las tres
se limpia su bozo de calores / con los escaparates atestados de
siesta”.
En la expresión superrealista la asociación no está clara como
en la metáfora, sino que el poeta la entreteje con elementos que
aparentemente no tienen nada que ver entre sí. Parece como si
nos quisiera arrebatar en una primera lectura, aunque en la
segunda nos preguntemos qué significa el verso. Pero no
olvidemos que las vanguardias nacen al calor del psicoanálisis y
se dirigen al lector que las lee en clave onírica. Es posible
que nos parezcan disparatadas, pero cumplen un cometido
imprescindible: la búsqueda de novedad, el remozamiento del
lenguaje frente a la esclerosis academicista, y su literatura
recurre a los sustantivos concretos y a los adjetivos
coloristas. El tema apenas existe o bien es mero pretexto para
que el poeta encierre en el papel una visión poética que tantea
como una llave misteriosa otros mundos que algún día serán
inteligibles para muchos lectores, lo mismo que hoy las masas
emplean frases lexicalizadas que fueron en otro tiempo
creaciones de poetas avanzados en la experiencia lingüística.
El superrealismo poético no debiera contentarse con dar palos de
ciego en la asociación de elementos, sino procurar que éstos
sean claves de la revelación de un mundo interior al que el
poeta llega por medio de intuiciones; otro mundo que está en
éste, como dijo Eluard; una visión de lo real arrasadora de las
frases hechas que no emocionan cuando se empieza a escribir y se
estampan estructuras psicológicas elementales.
Si crear es emocionarse, hay que buscar incansablemente
construcciones cuya arbitrariedad deje entrever un mundo nuevo
del que el lenguaje es una revelación, una señal de que estamos
próximos a una gozosa libertad por encima de consignas y
realidades comunes y desgastadas, porque el lenguaje de la
poesía tradicional y burguesa refleja ese mundo ya caduco que se
complace en la repetición.
La poesía superrealista, por tanto, nos hace un guiño al margen
de los cánones sociales consagrados, de los tópicos y
amaneramientos. Hemos hablado de libertad, pero ello no se
refiere a un libertinaje psico-verbal, sino a la originalidad de
asociar palabras de manera que nos evoquen mundos nuevos cuya
belleza y misterio nos eleven por encima de lo ya estereotipado.
Una especie de renacimiento en la sensibilidad y en la
estrategia léxica. Por primera vez en la historia, las
vanguardias propusieron la creación de un mundo que no estuviese
adscrito a ninguna ideología, sino que emanase de sí mismo; y es
por eso que se podría cumplir lo que Ortega dijo cuando hablaba
de la metáfora, o sea, que ésta era como un utensilio que Dios
había dejado olvidado dentro una de sus criaturas. Un recurso
que nos empareja con lo divino. Y si eso se dice de la metáfora
y la comparación, ¿qué no diríamos de ese lenguaje del que se va
en pos cuando ya la metáfora se nos hace cotidiana, y que nos
trasmite como lejanos destellos la certeza de que hay otros
mundos pero están en nuestro cerebro a la espera de que seamos
capaces de establecer un puente, un viaducto de dicción por el
que circulen esas intuiciones todavía inefables?
Sabemos que existen los lenguajes y entre éstos el literario.
Pero el lenguaje de la poesía superrealista, cuando es aviso de
un mundo interior rico y nuevo, se desmarca del lenguaje
literario conocido y empleado por todos lo escritores y poetas,
intentando crear cada poeta y escritor su “idiolecto”. En tal
caso, cada poeta se revelaría como un genio. ¿No sería éste un
ideal por el que habría de batallar cada uno con su capacidad de
apelar a lo maravilloso, a lo inefable, a lo esencial, que son
motivaciones que sacuden emocionalmente a todo el mundo? Veamos
este ejemplo de Vicente Aleixandre de su justamente famoso poema
“Se querían”.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas
duras como los besos de diente a diente sol.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimo,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.