“...al contador de historias aquella historia le pareció
hermosa y conmovedora, pero
había un problema, y es que a la historia le faltaba ese toque
que a él
le gustaba en las historias, un cierto toque irónico, o
humorístico, o informal...”
(Gustavo Hernández Becerra. “Filetes”)
DATOS BIOGRÁFICOS (“Fabricante de cometas”)
Gustavo
Hernández Becerra nació en Bogotá, Colombia, en 1955, y reside
en Tarragona, España, desde 1978. Primero estudió Magisterio y,
posteriormente, se Licenció en Filología Hispánica. En la
actualidad se dedica a la docencia en el IES Vila-seca, de esta
misma localidad, también en Tarragona. “En cualquier caso
–matiza con cierta ironía-, hace una década tenía 41 años y un
solo hijo; ahora tengo 51 y dos hijos. Y hace diez años
trabajaba por mi cuenta. Después de eso, trabajé para el Consell
Comarcal del Tarragonès, para la Empresa Municipal de
Transportes y volví al Diari de Tarragona como redactor.
Finalmente, hace dos años abandoné el periodismo activo para
dedicarme a la enseñanza de lengua y literatura en Secundaria,
algo que había descartado por completo.”
En cuanto a su labor como escritor, nos dice que “Empecé a
escribir y a publicar desde que tenía unos veinticinco años. Los
primeros escritos fueron colaboraciones en una revista gratuita.
Más adelante, me vinculé al Diari de Tarragona como redactor, y
allí escribí de todo. Pero, en lo que se refiere a narrativa,
debo decir que, tras muchos intentos fracasados en mi época
universitaria, comencé a plantearme en serio la escritura a
partir de los treinta y tantos años. En este sentido, debo
reconocer que soy un escritor tardío y, además, perezoso. Sin
embargo, ahí voy, poquito a poco.”
Gustavo Hernández también ha trabajado, pues, como periodista y
publicista. Es un escritor de obra atractiva y con unas
características particulares que trataremos de analizar a
continuación. Fundamentalmente escribe prosa y ensayo o
reflexión periodística, como prefiramos. Él es muy consciente de
ello y asevera que, “como es obvio, por mi carácter de narrador,
mi género favorito es la novela. Sin embargo, soy un admirador
profundo de la poesía y de los poetas. Creo que la poesía es la
máxima expresión del lenguaje y a los poetas los considero
verdaderos iluminados. Desafortunadamente, yo no tengo ese don.
Soy incapaz de escribir un verso sin que suene ridículo. El
teatro también me atrae mucho.” Por lo tanto es en el relato y
en la reseña periodística donde, como ya estamos diciendo,
destaca nuestro autor.
Así, no es de extrañar que el que fuera director de “El Diari de
Tarragona”, Antoni Coll, prologara “Los días del tragaluz” y
escribiera, entre otras palabras, las siguientes: "Llevaba poco
menos de tres meses en la dirección del periódico, cuando me
llegó una carta de un joven colombiano que se ofrecía para
colaborar. Estaba tan bien escrita que pensé: Si es capaz de
escribir así, es capaz de escribir cualquier cosa."
Este escritor colombiano que hoy nos ocupa ha publicado ya
cuatro libros –tres de narrativa y uno de crónicas
periodísticas- y su mundo literario es tan atractivo que merece
la pena que sus textos lleguen todavía a más lectores. De ahí
este breve estudio en el que, constantemente, acudiremos a sus
palabras puesto que tenemos la suerte de que haya querido
colaborar con nosotros y ya sabemos lo difícil que es, a veces,
averiguar las claves narrativas de los escritores. Gustavo
Hernández nos lo pone fácil. Así afirma que escribe porque:
“porque tengo la pretensión, seguramente vana, de conseguir que
mis textos provoquen en los demás las mismas o parecidas
sensaciones a las que yo experimento cuando leo textos de
grandes autores. Es decir, escribo por pura envidia. Admiro y
envidio el poder de la palabra en cualquiera de sus
manifestaciones. Además, la escritura es un oficio en el que
estás luchando continuamente con tus propias limitaciones y en
el que dudas constantemente. Esto hace que te tengas que
superar, que te enfrentes a tus ignorancias, que investigues
sobre muchos temas y, sobre todo, que profundices sobre la
utilización del lenguaje. Escribir es intentar conocerte a ti
mismo y a los demás, es preguntarte cosas sobre lo que observas,
sobre lo que imaginas, sobre lo que inventas… Por supuesto
-salvando todas las distancias con el premio Nobel-, como García
Márquez, escribo para que me quieran. Otra razón importante por
la que escribo es porque no sé hacer otra cosa. Y no es que
piense que lo haga bien, sino que las otras cosas se me dan
peor.”
Gustavo Hernández Becerra es de una modestia impagable en este
mundo de divos, famosos y otras especies en que cualquiera puede
escribir y publicar y ya se considera escritor por ello. En
muchos de sus relatos e historias, como veremos, con ese sentido
del humor que tiene tan característico se encarga de poner en su
sitio a cada uno de los pequeños genios que piensan serlo y que
sólo son pobres personas con un montón de limitaciones. No cree
demasiado en los concursos literarios y apostilla cuando se le
pregunta que opine de los mismos que “en un principio eran el
modo para que algunos talentos desconocidos se dieran a conocer,
y ahora son una herramienta más de marketing en el cada vez más
complicado mundillo editorial y cultural. Pero, en cualquier
caso, son un estímulo para que mucha gente se anime a escribir y
para que se hable de los libros. Así que bienvenidos sean. La
lástima es que no me los den todos a mí, aunque no me presente”.
Nuestro escritor ha colaborado en prensa, aunque, como leemos en
su página web: “En efecto, Gustavo Hernández se coló en el
periodismo como escritor de columnas de opinión, y luego como
redactor, oficio en el que hay que enfrentarse a todo tipo de
textos y de situaciones. Por un cierto cuidado hacia los textos
y una cierta torpeza con las situaciones, sus compañeros de
trabajo lo han visto siempre más como escritor que como
periodista. Algo de razón hay en ello, pues el autor ha
abandonado el periodismo en dos ocasiones. Tampoco es que se
haya prodigado mucho como escritor: tiene apenas cuatro libros
publicados. Sin embargo, su aspiración es la de seguir
deambulando, aunque sea muy despacio y a ciegas, por los
difíciles e imprevisibles caminos de la creación literaria”. Él
mismo nos dice: “ soy más narrador que cualquier otra cosa -más
narrador que periodista, por ejemplo, a pesar de que el de
periodista ha sido mi oficio durante muchos años, un oficio que
es el que me ha dado acceso a la escritura y a las
publicaciones-.”
EL AUTOR VISTO POR ÉL MISMO (“Un falso tímido como yo”)
El 17 de abril de 1997, cuando presentó su primer libro,
“Inventario en domingo”, Gustavo Hernández explicó una serie de
elementos que tienen que ver con su vida y con su obra. Hoy, en
esta sección, retomamos lo que dijo y lo transcribimos
íntegramente porque pensamos que, a quien no conozca aún la obra
de este autor singular, sus propias palabras le darán el
espaldarazo seguro. Dijo entonces –y diría hoy también-: “Como
algunos de ustedes saben, nací en Bogotá, Colombia, en una fecha
de la que cada vez prefiero acordarme menos. A los veintidós
años viajé a España y por una serie de circunstancias raras fui
a parar a Reus, durante tres meses, y después a Tarragona. Desde
entonces casi no me he movido de esta ciudad, aunque, siempre me
he preguntado qué hago aquí. Pero esta es una pregunta poco
original. Se la puede hacer cualquier persona respecto cualquier
lugar, haya nacido o no en él.
"Creo que poseo el virus, no sé si congénito o adquirido, de la
perplejidad ante las cosas, y desde esa actitud he sido
fabricante de cometas, fotógrafo, dependiente, vendedor, cajero
de supermercado, periodista, editor de revistas, publicista y
productor de audiovisuales. He ejercido de pequeño empresario,
aunque eso de pequeño empresario prefiero calificarlo más bien
como... de profesional liberal. Lo que ocurre es que mi
profesión es tan liberal que no sé exactamente cuál es. Me
gradué en Magisterio y me licencié en Filología Hispánica
(conseguí licenciarme, parece mentira), pero no he ejercido ni
una profesión ni la otra.
Así que a los 41 años, creo que aquello de aprendiz de todo y
maestro de nada me define bastante bien. Por eso mismo me creo
también con derecho -con derecho, la vida te da ese derecho, y
si no, te lo tomas- a ser aprendiz de escritor.
Hasta ahora, mi relación más directa con la escritura ha sido a
través del periodismo, como columnista del Diari de Tarragona,
en donde he dejado afectos y amistades cuya benevolencia hacia
mi persona nunca deja de sorprenderme y creo que nunca
agradeceré bastante. Dejé de escribir allí por puro orgullo
profesional: un día descubrí que ya sólo escribía de mi propio
ombligo. Y ante el convencimiento de que las únicas personas en
el mundo que tendrían cosas interesantes que decir sobre su
propio ombligo -y que, encima, no escriben- son personas como
Claudia Schieffer o Nicole Kidman, poseedoras de unos ombligos
hermosísimos, decidí dejarlo.
Tras esa renuncia, volví a mi verdadera vocación, algo en lo que
sí me considero un verdadero especialista: estarme quieto en los
sitios sin molestar a nadie. Esa es mi especialidad. El problema
de esta especialidad es que no solo no da dinero, sino que me ha
impedido convertirme en un trepa -que es lo que en realidad me
hubiera gustado ser: un trepa-. Pero en compensación me ha dado
formidables momentos de gozo --de gozo interior, claro-- y un
sentido del humor también muy propio que demuestro con
frecuencia riéndome solo, por la calle.
Por lo demás, me considero el más vulgar de los mortales. Hasta
estoy casado y tengo un hijo (ahora dos) que es (son) el (los)
niño(s) más guapo(s) y más inteligente(s) del mundo. Mi única
religión es mi familia y no creo que se me conozcan vicios
demasiado impresentables.
En cuanto al porqué de este libro, quiero decirles que el libro
nace de mi propósito de escribir, de querer contar historias, o
quizá sólo de querer demostrar que sé contar historias. Se me
antoja que para pretender ser escritor hace falta, entre otras
cosas, un buen punto de locura, otro de vanidad y otro de
inconformismo, además de un autoengaño optimista a toda prueba.
En este país se publican al año unos cincuenta mil libros
diferentes. Ignoro qué tanto por ciento corresponderá a libros
de narrativa y qué tanto por ciento será de gente desconocida
que, como yo, quieran asomar la cabeza entre la multitud con la
esperanza de que, con todo y lo bajitos, alguien se fije. Pero,
bueno. Para un falso tímido como yo, escribir no es más que uno
de los recursos de que se disponen para llamar un poco la
atención.
El oficio de la escritura lo veo como una gran maratón en
solitario que comienzas a ciegas sin saber muy bien por qué, ni
a dónde vas a parar y en la que estás dudando todo el tiempo de
si vas por el camino correcto. De vez en cuando, ves gente que
te adelanta en coche por la derecha sin ninguna consideración y
otros que se te cruzan en diagonal sin apenas verte. Pero el
desconcierto de verdad viene cuando ves venir a alguien
corriendo justo en dirección contraria. Esto no ocasionaría
mucha perturbación, si no fuera por la sonrisita de superioridad
que se les escapa al cruzarse contigo.
Lo más parecido al hecho de escribir que he encontrado es el
chiste ese del hombre que cada día pintaba menos tramo de
autopista porque cada vez tenía más lejos el bote de pintura.
Eso es escribir. No sólo tienes que seguir yendo cada día a
donde has dejado el bote de pintura, sino que tienes que ir
repasando las mismas líneas del día anterior. Porque ocurre que
al día siguiente siempre las encuentras desdibujadas o a cada
una mirando para un lado distinto. Eso es escribir, al menos en
mi caso.
Pero, y ya voy a acabar, por favor, no se me vayan, o en todo
caso dejen salir primero a las mujeres y los niños, no se
piensen ustedes que, cuando escribo sufro mucho. Tampoco es que
me lo pase tan bien como alguna gente deduce después, cuando
encuentra cierto desenfado en mis escritos. Les confieso una
cosa: a mi no me gusta escribir. A mí lo que me gusta es
sentarme en una terraza de la Rambla a beber una cerveza y ver
pasar a la gente. Eso es lo que me gusta. Lo que pasa es que
eso, si lo haces muy a menudo, te deja un poco en evidencia
delante de los amigos. Siempre quedas mejor si dices que
escribes. Pareces algo y todo. Y si consigues poner cara de
inteligente, entonces ya es demasiado.
Así que escribo para justificar no sé muy bien el qué. Es ya un
tópico apoyarse en la frase de García Márquez, cuando dijo que
uno escribía para que los demás lo quisieran. Pues, sí. Yo estoy
de acuerdo. Escribo para que me quieran. Antes de ponerme en
serio, sospechaba y temía que la escritura fuera un camino sin
retorno, y es un camino sin retorno, una maratón que nunca se
acaba. Ese era mi miedo y esta quizá es ahora mi —llamémosla
así— condena. Por eso, aparte de darles las gracias a todos
ustedes por haber venido, sólo me queda manifestarles mi
propósito de seguir escribiendo. Pero, eso sí, con la condición
de que me quieran mucho. Gracias."
OBRAS PUBLICADAS (“Para llamar un poco la atención”)
Detrás de un buen escritor suele haber un buen lector y Gustavo
Hernández no es la excepción. En su obra reconoce el poso que
han dejado otros buenos escritores que se han convertido en sus
puntos de referencia: “En cada época de tu vida las lecturas te
influyen de diferente manera. Como curiosidad, puedo señalar “Camins
de França”, de Joan Puig i Ferreter, como un libro que me animó
a convertirme en escritor. Sin embargo, son libros como “Pedro
Páramo”, de Juan Rulfo, “Cien años de soledad”, de García
Marquez o “El túnel”, de Sábato, los que te producen verdaderas
sacudidas. Como influencia negativa, podría señalar “Ulysses”,
de James Joyce. Creo que cuando lo leí no estaba preparado para
ese tipo de literatura y me influyó muy negativamente, porque,
luego, en mis escritos quise empezar la casa por el tejado. En
cambio, un libro que me marcó de forma muy positiva fue “La
saga/fuga de JB”, de Torrente Ballester. Cuando lo leí, pensé:
Vaya, así que todo esto se puede hacer en narrativa. Es un libro
magnífico. Y, por supuesto, Cervantes. Cervantes es mi gran
referente como narrador”.
“Inventario en domingo” (1987) es su primer libro. En él Gustavo
Hernández ya anticipa lo que será su estilo personal: un manejo
de la lengua directo, al grano, aunque con detalles precisos que
añaden ese matiz como de humor negro, irónico, cercano al
sarcasmo, aunque no exento de ternura. El libro contiene diez
relatos breves. El propio autor habla así de este libro, para
aclararnos algunas de sus claves narrativas: "El primero de mis
libros es “Inventario en domingo” (1997), un conjunto de diez
relatos con el que me estrené como narrador. Hasta entonces,
aparte de dos relatos cortos en la revista universitaria
Etcétera, sólo había publicado columnas y artículos
periodísticos. Lo curioso es que “Inventario en domingo” no fue
concebido como libro de relatos, sino que surgió de una novela
que estaba escribiendo. Yo pretendía que cada capítulo de esa
novela -mi primera novela- tuviera una entidad propia, y me
encontré con que cinco capítulos de esa novela se podían leer
como relatos sueltos. Así surgieron Fibras de cristal molido, Al
borde de la caldera e Inventario en domingo, tres relatos que
nos hablan de las relaciones, envidias y traiciones que se
producen en el mundo laboral, con protagonistas que se ven
abocados a desempeñar funciones para las cuales no tienen
ninguna aptitud. Los otros dos relatos “robados” a la novela
fueron Y el loco sin decir ni mú y Los duchan con agua fría, que
se refieren a ese límite tan delgado que junta y separa el mundo
de la lucidez y el de la locura."
Gracias a “Inventario en domingo”, Gustavo Hernández adquirió
ciertas destrezas narrativas y empezó a darse cuenta de alguna
evidencias a las que, hasta entonces, quizá no había prestado
atención y que lo hicieron crecer como escritor. Así, él mismo
asegura: “Desde el punto de vista de mi aprendizaje como
escritor, “Inventario en domingo” supuso un encuentro con todas
las dificultades y con algunas de las satisfacciones que depara
este oficio a quien se atreve con él. Una de estas últimas fue
comprobar que era verdad que los personajes podían adquirir
“vida propia” y tomar caminos que tienen que ver más con la
coherencia interna del relato que con la voluntad del escritor.”
En “Los días del tragaluz” (2003), el autor reunió cien columnas
periodísticas publicadas en el Diari de Tarragona a principios
de los años 80. Acudimos una vez más al autor quien nos
clarifica el contenido del libro: “El libro Los días del
tragaluz, editado en el 2003, recoge cien de las más de
trescientas columnas de opinión que publiqué en el Diari de
Tarragona durante los primeros años de la década de los Ochenta
del siglo pasado. Son escritos de temática muy variada, en los
que me refería, por ejemplo, al bautizo de los “gegants” de la
calle Mercería o al coctel de las fiestas de Sant Roc, a la
novedad que constituían los cajeros automáticos -implantados en
aquella época-, al rifirrafe de los políticos -Felipe González y
Manuel Fraga- sobre la entrada de España en la OTAN, o a Baby
Fae, una niña a la que le implantaron el corazón de un mandril y
a la que no pude evitar el chiste fácil de llamarla “la chica
más mona del mundo”. También desfilan por las páginas de Los
días del tragaluz vendedores ambulantes, políticos locales,
escritores -Rulfo, García Márquez, Torrente Ballester-, el
presidente Reagan y la princesa Carolina de Mónaco, por entonces
la reina indiscutible de corazones en Europa y el mundo.”
“Sobre este libro -añade Gustavo-, me gustaría pensar que es una
especie de diario personal y colectivo en el que muchos lectores
se pueden reconocer. En el prólogo, escribí, y lo sigo pensando,
que enfrentarse a este tipo de textos produce la misma sensación
que la de repasar fotos antiguas: esos de ahí somos nosotros,
sólo que más jóvenes y vestidos de forma ridícula.”
“Código de barras” (2004) es la primera novela publicada por el
autor. En ella, José Ignacio Parra, un joven cajero de
supermercado, intentará por todos los medios impresionar a la
mujer que ama. La novela está llena de contrastes, puesto que
parece leerse en clave de humor y, sin embargo, encierra toda
una parábola de la vida, llena de frustraciones y renuncias.
Acudimos de nuevo al autor quien nos presenta su propia obra:
“Sobre mi primera novela -“Código de barras”- debo decir que
nació de dos obsesiones: la primera de ellas fue mi propia
obsesión por escribir una novela. Yo necesitaba demostrarme a mí
mismo y “al mundo” -la esposa y dos o tres amigos- que era capaz
de escribir una novela. Y para cumplir esa obsesión eché mano de
un protagonista que a su vez tiene otra obsesión: la de
impresionar a la chica que ama. José Ignacio Parra es un joven
desempleado que, por un golpe de suerte, entra a trabajar como
mozo de almacén a un supermercado que aún está por inaugurar.
Una vez allí, otro golpe de suerte lo convierte en cajero, el
sitio más envidiado por el resto de sus compañeros. Sin embargo,
sus penas comienzan cuando se enamora perdidamente de una
compañera de trabajo que no le corresponde. Para llamar la
atención de la chica, él proyecta un extravagante plan para
robar la recaudación del supermercado. Se trata de un
planteamiento muy sencillo en apariencia, que me permitió
desarrollar toda una serie de personajes, de situaciones y de
relaciones que se producen en cualquier ambiente laboral y que
son perfectamente reconocibles por el lector”. La novela –como
él mismo apostilla- es una tragicomedia porque “ante los
conflictos que planteaba, me llegué a preguntar: ¿Hay algo más
trágico o más cómico que el amor?”
“Culebron.es Relatos para gozar” (2006) es, hasta la fecha, su
último libro, un libro sugestivo y lleno de historias puesto que
se trata de un conjunto amplio de relatos breves, de
microrrelatos. En cada uno de ellos, de manera breve y certera,
Gustavo Hernández condesa una historia llena de fuerza que nos
sitúa ante nuestras propias miserias o ante las paradojas de la
existencia. El libro se divide en cuatro grandes bloques:
-Persiguiendo a Price (cabe decir que el apellido Price es un
talismán para el autor, muchos de los personajes que se pasean
por las páginas del libro y protagonizan pequeños momentos
estelares o mediocres o dramáticos o irónicos llevan el apellido
Price, que es, por así decirlo, el que escoge el autor para
personificar decenas de vidas ajenas que tal vez podrían haber
sido las nuestras...)
-Las vidas (en torno a distintas peripecias existenciales que
siguen teniendo como eje a la familia Price y a todos sus
parientes, aunque se cuelan otras vidas como la un “alter ego”
del autor quien, en primera persona, también protagoniza algún
relato)
-Los trabajos (son textos ácidos y chocantes que hablan de las
ocupaciones y, sobre todo, de los parados, de lo difícil que es
ubicarse en esta sociedad).
-Los amores (se centra en aspectos sentimentales, en amores que
pudieron haber sido y no fueron, en intuiciones, en destellos de
alguna historia de amor que nunca llegó a realizarse).
-Los adioses (cierra el libro este bloque con relatos que hablan
de la muerte y de cómo llega y cómo interfiere en las vidas. La
mirada de Gustavo es siempre irónica, distante e irreverente).
De nuevo acudimos al escritor para que, con sus palabras nos
aclare un poco qué ha querido plasmar en “Culebron.es” y esto es
lo que nos dice: “El último de los libros que he publicado es “Culebron.es”,
un conjunto de relatos cortos que previamente fueron publicados
en la edición dominical del Diari de Tarragona. En este sentido,
hay un paralelismo con “Los días del tragaluz”, salvo que éste
último está compuesto por columnas de opinión y en cambio “Culebron.es”
son relatos en el sentido estricto de la palabra.
Los “Culebron.es” nacieron a raíz de una petición del director
del Diari de Tarragona, que quería que yo volviera a escribir
columnas de opinión al estilo de “Los días del tragaluz”. Sin
embargo, yo me planteé el reto de utilizar ese espacio para
llenarlo con “creación” pura y dura. Motivado por los autores de
microrrelatos —el referente obligado es Monterroso, que tiene un
relato de una línea—, yo pensé que tendría que ser capaz de
escribir un relato entero en las treinta líneas de texto que me
cabían en una columna.
Además, ese relato, a la manera clásica, tendría que tener
planteamiento, nudo y desenlace. Se trataba, en términos
coloquiales, de una cabezonada por mi parte. Pero, ahora, que ya
llevo más de doscientos relatos publicados en el periódico y que
106 de esos relatos ya se han publicado en forma de libro, sé
que se trató de una cabezonada feliz.”
“¿Por qué el nombre de Culebron.es? –sigue diciéndonos el
autor-. Pues porque en aquella época estaba de moda en España un
culebrón televisivo colombiano, Betty la fea, al que dediqué mi
primer escrito. Quise parodiar los nombres compuestos de los
protagonistas de los culebrones hispanoamericanos —María Emilia,
Eugenia Cristina, Facundo José—, así como las enrevesadas
situaciones que éstos planteaban. A la vez, se producía un
contraste entre los interminables culebrones hispanoamericanos y
mis brevísimos relatos.
Además de ser un ejercicio de estilo, los Culebron.es me
permitían una total libertad de creación, pues quise tratar
temas universales y totalmente intemporales. Así, en un culebrón
puedo desarrollar, por ejemplo, desde el descubrimiento del
fuego, o el Big Bang, hasta una acción situada en el año 3000.
Sin embargo, precisamente por este carácter abierto y universal,
en los Culebron.es aparecen personajes como el carnicero, la
panadera o la viejecita que detiene a un transeúnte para
preguntarle en dónde tiene que vacunar a su gata.
Los culebrones tratan de la vida en general, del amor, del
trabajo, de la muerte… Una de sus características es que, en
numerosas ocasiones, sus protagonistas se apellidan Price. De
esta manera establezco un doble juego: por una parte, los
personajes tienen un nombre compuesto castellano y un apellido
inglés. Encontramos, pues, personajes como María Visitación
Price, Jorge Edelmiro Price, Nuncia Fernanda Price, etc. Esto es
un guiño a la costumbre hispanoamericana de poner nombres de
procedencia extranjera a los niños y que da combinaciones tan
chuscas como John Iván López, Vanessa Tatiana Gutiérrez, Frank
William Pérez… Por otra, el hecho de que aparezcan personajes
con el mismo apellido ha dado lugar a la aparición de una zaga
familiar. Todos los Price tienen algún punto de extravagancia
que los identifica, un cierto aire de familia que los convierte
en seres un tanto extraños y un tanto extrañados respecto al
mundo que los rodea.”
LA PERPLEJIDAD (“... pensando en la vida, simplemente”).
Los relatos de Gustavo Hernández son de una limpieza singular.
Se inician de repente, de la nada al todo y nos sitúan en una
peripecia, en un momento, en un episodio o ante un problema o un
defecto o cualquier situación y, en poco más de una página, se
desgrana el relato, sin diálogo, con una prosa larga, llena de
matices y sugerencias.
Una de las características de estilo de Gustavo Hernández son
los finales asombrosos que dejan al lector con la boca abierta o
con un palmo de narices, como se quiera, pero con la sorpresa y
la perplejidad asomándose a sus ojos porque, cuando uno espera
que el relato nos lleve a un sitio, va el narrador –y como un
prestidigitador de la pluma- nos descoloca y nos deja fascinados
y hasta asustados de ese sesgo final. Veamos algún ejemplo de “Culebron.es”:
En “La gata” cuando pensamos que el personaje que cuenta la
historia va a descubrir que acabó diciéndole a la pobre Dolo que
su gata no existía, que era un invento de su soledad, va y le
dice: “Todavía no le toca la vacuna. Pero no crean que lo hice
por servirle la corriente a Dolo. Lo hice por mí. Me había
encariñado con la gata”.
En “El Fofo Torres”, el narrador acaba un encuentro con un viejo
compañero al que no saluda diciendo: “Terminé de limpiar, me
subí a mi viejo y deteriorado Ford Fiesta, y dejé atrás al Fofo
Torres, que siguió sacándole brillo a su mierda de Mercedes”.
En “Dos hombres” uno de los personajes no aguanta más las
ínfulas de un viejo compañero al que la vida le sonríe y “Lo
arrastré, y a empujones lo tiré por el acantilado”.
NARRADOR (“... no sé por qué lo hice”)
La persona narrativa habitual es la tercera, que emplea en su
novela “Código de barras”, pero también aparece la primera y,
cuando lo hace, el personaje nos habla directamente, de algo que
le sucedió en el pasado, pero con elementos del presente, en
otra característica del estilo del autor. El personaje que
emplea el “yo” se nos presenta en un momento, con toda su
complejidad y con toda su carga personal. En “El puntual” así
leemos: “Puedo soportar cualquier cosa, menos la impuntualidad”
. Y ese rasgo de carácter que, inicialmente es bueno, se
convierte en lo peor porque, por su culpa, al llegar tarde a una
oposición, dice el personaje: “No se crean que acostumbro a
llegar tarde a los sitios... En realidad es que me saca de
quicio, me pone frenético... Estoy tan furioso por llegar tarde
que... ¿Saben que les digo? ¡Que se pueden ir todos ustedes a la
mierda!. Y me fui”.
Otras veces ese yo es un observador de la realidad que constata
lo bien que está él, frente a los problemas de los otros: “...
era tanta la debilidad de aquel anciano y era tanta la
indefensión de aquel adolescente que yo sentí vergüenza de mi
edad, de mi salud, de mis pequeñas y mezquinas preocupaciones,
de mis ridículos deseos y de mis vanas pretensiones...” (“Los
magníficos”).
En “El extranjero” ese yo viene a ser el propio narrador quien
se encuentra contemplando a su hijo como si fuera un
“extranjero” y espera a que su mujer lo devuelva a la realidad.
No es infrecuente que aluda a su hijo en los “Culebron.es”.
En “Quijocop” un profesor, en su primera clase, aparece vestido
de “Quijote” para impactar porque su método consiste en
“atrevimiento, sorpresa, motivación”... y lo único que logra es
¡que lo confundan con Robocop!
IRONÍA (“... no hay que negarles su sentido del humor”)
La ironía y el humor es un rasgo que está presente en toda la
producción de Gustavo Hernández, así que no hay que ir muy lejos
para descubrirla. En “La memoria” se trata de un problema de
pérdida de memoria que va mucho más lejos puesto que el
personaje invita a otro y, casualmente, se olvida de la
cartera.
En “El metódico” un hombre pretende hacer tres buenas acciones
al día y ni una más. Así deja de hacer otra buena acción porque
“un hombre metódico como yo tiene que seguir sus propósitos a
rajatabla”.
En “Esa palabra” nos presenta a alguien que se pasó una
temporada sin hablar: “Estuve seis meses enteros sin hablar” y,
cuando esperamos que nos explique el porqué, descubrimos que se
trata de un bebé quien va a pronunciar su primera palabra:
“Angú”.
En “El bromista”se critica ciertos programas televisivos, pero
se va más allá ya que en el curso universitario al que acude
Acacio, “Saber vivir, saber morir”) se dan enseñanzas para
aceptar el último momento de la vida, pues bien, Acacio decide,
al final del curso, morirse para demostrar lo que sabe hacer y
lo que ha aprendido.
El sarcasmo es otro de los ingredientes que maneja muy bien
Gustavo Hernández. En “Toto Price”, por ejemplo, nos dice: “Leía
el pensamiento, sí, pero los hombres ya habían perdido la
facultad de pensar”. Y se refiere... a una máquina que lee el
pensamiento, por supuesto.
LAS MUJERES (“...por meterme en donde no debía”)
Hasta la fecha, los personajes principales, por así decirlo, no
son las mujeres, sino los hombres. No obstante, la mujer es la
desencadenante de muchas historias y el contrapunto lúcido a
otras. Donde el hombre pone palabrería sin más, la mujer
pronuncia una sola palabra mucho más efectiva. Gustavo Hernández
nos habla de mujeres fuertes y atrevidas, que marchan a buen
paso y que entran de lleno en las situaciones.
“Dos mujeres” presenta un diálogo absurdo entre dos mujeres, una
que no para de hablar quejarse y la otra que acaba sentenciando,
puesto que, ha permanecido callada , sin embargo, es quien lleva
la peor parte, puesto que padece “cáncer de colon” y, no
obstante, disfruta cuando deja fuera de juego a la otra mujer,
tan pesada y se fue, con una extraña sonrisa dibujada en la
cara”.
En “La caída”, hay otra mujer que lleva las riendas, aunque el
hombre se escuda en ella; pero en “San Valentín” llegamos al
colmo. Un marido nunca recuerda esa fecha emblemática –que
coincide con el aniversario de boda- y el día que lo recuerda es
para empeorar las cosas puesto que, haciendo gala de ninguna
sensibilidad, le lleva su esposa un pollo envuelto en papel
regalo y, claro, “Ese fue el último San Valentín que Dorita yo
pasamos juntos”. En “Quince años” otra mujer, el día que
celebran esos 15 años de casados, descubre que su marido la
engaña, pero no dice nada, sino que “sonrió en la oscuridad.
Había tomado la determinación de serle infiel”.
En “Código de barras”, las mujeres son también las que llevan
las de ganar y dejan en evidencia a los hombres, más primitivos
y patanes. No les falta la ironía tampoco a esas mujeres como
cuando José Ignacio, el protagonista, piensa que está al punto
de hacer una conquista y: “¿Cómo era posible que, en el preciso
instante en que él estaba a punto a mostrar alguna habilidad, a
la mujer de su vida le entraran ganas de ir a hacer pis?”.
DESCRIPCIONES FÍSICAS (“...el gordo del bigote”)
Gustavo Hernández no hace grandes descripciones psicológicas de
sus personajes, ya que pretende ir a un momento, a algo esencial
que rompe con la usual y con lo cotidiano o que, quizá, siendo
cotidiano, nos plantea las cosas de otra manera. De ahí que
describa a sus criaturas de una manera muy efectiva, a grandes
trazos con los rasgos más importantes y siempre físicamente:
“Todo él era bajito, casi minúsculo, y al sonreír, porque se
acercó sonriéndome, enseñaba unos dientes diminutos y separados
y achinaba los ojos” (“El extranjero”.
En “Código de barras” también acude a estas descripciones
certeras y rápidas: “Marianito era bajo de estatura y estaba ya
un poco calvo para su edad, pero tenía una mata de pelo en el
pecho y unas manos increíbles, de trabajador del campo”.
Gustavo Hernández pretende centrar el personaje, darle una
mínima identidad y ya lo deja para que el lector siga su
peripecia, que suele ser breve, pero lo suficiente clara como
para saber algo más de su carácter y pensamiento.
OTROS TEMAS RECURRENTES (“...no puedo hacer nada por ti, Señor”)
Gustavo Hernández se dirige siempre al lector, o bien lo hace de
manera indirecta o bien, como un juglar, apelando al “ustedes”.
Este escritor muestra una comprensión y una paciencia sin
límites hacia las debilidades humanas que observa con singular
certeza. Hay también alusiones a mitos, a leyendas, a cuentos de
la cultura común que él desbarata o rescribe. A menudo demuestra
conocer bien los instintos y defectos de las personas y habla de
la envidia y de la hipocresía y de las inevitables comparaciones
que a veces hacemos, sobre todo, cuando somos pequeños. Muchos
de sus personajes adultos arrastran algún trauma de juventud que
no ha quedado solucionado y que amarga, sin ellos saberlo, sus
vidas.
En “Código de barras” maneja el diálogo con frecuencia, pero que
a veces no sirve para comunicar, sin sólo para constatar que los
personajes hablan entre ellos. Son personajes solitarios que
arrastran su carrito de miserias.
En “Culebron.es” no hay diálogos, pero sí pensamientos profundos
como en “Las vidas” donde nos habla de los sueños de todos e,
incluso, del soñador de vidas ajenas: “Porque nosotros no sólo
somos lo que creemos ser sino también lo que soñamos –los sueños
que vamos perdiendo por el camino-. Y eso es lo que sorprende y
lo que consuela al hombre que sueña vidas ajenas: que todos
soñamos con ser distintos de lo que somos”. En “Código de
barras” también alude a este motivo del sueño porque, dice, “La
vida es dura, pero los sueños, a veces son peores”. Es más, hay
mucho pesimismo, revestido de ironía en las páginas de esta
novela. Los personajes son como prototipos que se mueven sin
ningún motivo claro, como por inercia, tanto es así que José
Ignacio, el protagonista que ha llegado del pueblo, se ha
inventado una identidad falsa y todo por conseguir un amor llega
a la conclusión de que: “La vida era una mierda. Y si la vida
era una mierda, había que pegar un salto antes de ir a parar del
todo a las alcantarillas”.
Habla también de la religión, de los nuevos iconos, de los
falsos mitos y se muestra decepcionado cuando dice, en “El
ciberdiós”: “...pues nunca los dioses han respondido a las
plegarias de los hombres”. En “El santón” leemos: “No conocía
una tragedia mayor que la suya. Había tenido muchos nombres, y
todos ellos habían sido utilizados para sembrar la discordia y
las guerras entre los hombres. Jehová, Yahve, Alá, Altísimo...”
En “La ficción” se mete de lleno en el origen de la literatura y
lo hace desde un punto de vista ácido e, irónico, como no podía
ser de otra manera: “... en el principio, no fue el verbo sino
la cobardía, gracias a aquel gran cobarde han comido, mal o
bien, todos los grandes narradores de la Historia de la
Literatura”.
En “Dos tipos” el sarcasmo llega al grado máximo cuando enfrenta
a Papa Noel, al que llama “el tipo del gorro rojo”, con Jesús,
al que llama “el de la túnica blanca”.
En “Filetes”, nuestro escritor, escribe una especie de
metarrelato en el que nos cuenta cómo se pueden narrar las
historias: “Las historias, como los filetes, se pueden comenzar
por el principio, por el final o por el medio”.
Los escenarios son diversos en la obra de Gustavo Hernández,
llama la atención una ciudad de nombre ficticio que es Tarcuna,
tras la que se esconde, Tarragona, la ciudad en donde
actualmente vive el autor.
También se muestra crítico y corrosivo ante las contrariedades
de nuestra sociedad y se ríe del “quiero y no puedo”, de la
hipocresía, de los falsos modelos. Alude de manera directa,
muchas veces, al problema del paro y a sus contrariedades en una
sociedad aparentemente opulenta. Tampoco soslaya la inmigración,
pero desde un punto de vista singular. y habla, en “Yusuf” de un
marroquí que, en realidad, no quiere venir a España porque: “Ni
siquiera había querido nunca viajar a España, un país en el que
a un islote que tenía el hermoso nombre de Leila lo llaman
Perejil”.
Otras cuestiones como el paso del tiempo o la muerte tampoco son
ajenas a Gustavo Hernández quien suele, otra vez, acudir a la
ironía que es, de alguna manera, la máscara lúcida que él se
pone para tratar los temas muy serios y trascendentales.
FINAL (“... un espejo de la vida”)
En suma, aunque nos hemos centrado, básicamente, en dos de las
obras de Gustavo Hernández, en “Código de barras” y en “Culebron.es”,
las características que, tan rápidamente, hemos ido analizando
se pueden observar en el resto de su producción que vale la pena
leer muy despacio porque hay todo un universo concentrado en sus
palabras, una parábola de nuestra sociedad llena de verdad,
aunque parece que vaya de broma, pero es otra de las
características de este autor: decir las grandes verdades como
si no lo fueran. Ahí está una de las claves para entenderlo: la
tragicomedia. Gustavo Hernández se toma la vida como lo hacen
los grandes humoristas: muy en serio, por eso acude al sarcasmo,
al humor negro, a la ironía, a las bromas y a las medias
verdades.
Cuando se le pregunta si pretende transmitir valores con su
literatura nos dice:”Algunos de mis textos transmiten dudas.
Quiero pensar que son como un espejo de la vida. Un espejo que
puede ser opaco, o estar distorsionado -por el humor, por
ejemplo-, o estar ya viejo por el uso -porque contiene tópicos-,
o estar roto en varios pedazos y dar imágenes fragmentadas. Pero
es un espejo en el que, si queremos, siempre reconocemos algo de
nosotros mismos. Y sí: si queremos, encontramos valores. Pero
son valores que cada uno lleva dentro. Por otra parte, hay
muchos de mis relatos que, simplemente, tienen una finalidad
lúdica. La moraleja se la pone cada uno.”
BIBLIOGRAFÍA
-“Inventario en Domingo”, Barcelona, Ediciones del Bronce, 1994.
-“Los días del Tragaluz”, Tarragona, Trujal, 2003.
-“Código de Barras”, Tarragona, Arola, 2004.
-“Culebron.es”, Tarragona, Arola, 2006.
NOTA: todas las declaraciones del autor son inéditas, excepto el
texto del 17 de abril, y han sido facilitadas por él mismo para
la realización de este estudio.