“Las verdaderas columnas de la sociedad
son la verdad y la libertad. “ Henrik Ibsen
Ibsen ha sido uno de los más importantes creadores de la
literatura moderna dramática, considerado el autor del teatro de
ideas. Pensar en Ibsen , resulta algo por el estilo de lo que es
recordar a George Bernard Shaw, que ha seguido sus huellas, y a
Unamuno. Los tres, son en grado superlativo, despertadores de
inteligencias. Cualquier falta de integridad intelectual, ya
evidenciaba en la vida de sociedad, ya en cada individuo, es
blanco escogido por ellos para dirigir allí sus tiros. Pero
Ibsen era por esencia un escritor de vena satírica, así como su
consuegro, Björnson Björnstjerne, con quien compartió la
primacía de la literatura noruega, era un apóstol de instintos
constructivos y un ardiente poeta. El teatro de Ibsen es un
exponente de la sociedad de su época, a la que el autor pretende
modificar, y expresa el conflicto entre la autenticidad y la
hipocresía. Su teatro se centra en la creación y tratamiento de
grandes personajes, especialmente femeninos, y por la crítica a
los prejuicios burgueses y al capitalismo.
Henrik Johan Ibsen nace el 20 de marzo de 1828 en Skien, pequeña
ciudad noruega, y muere el 23 de mayo de 1906 en Cristianía
(actual Oslo). Sufre a partir de los ocho años una angustiosa
pobreza, después de los desastres financieros que tuvo que
padecer su padre. Ibsen, con catorce años, ingresa en un colegio
religioso de Skien, que tiene que abandonar dos años más tarde,
obligado por las necesidades económicas. Trabaja durante seis
años de aprendiz de farmacia en Grimstad. Termina sus estudios
de secundaria y comienza sus estudios de Medicina, que no
finalizará. Comienza a escribir algunos poemas y sus primeras
obras dramáticas. Obtiene el cargo de director del teatro de
Bergen poco después de publicar su primer drama Catilina en
1850, obra en cuyo desgraciado héroe revolucionario surge ya el
espíritu inquieto del autor, y después de desempeñar dicha
dirección durante siete años, obtuvo otra la del teatro de
Cristianía, empleo ocupó desde 1857 hasta que emprendió su viaje
a Roma. Como Shakespeare, pues, adquirió consumada maestría en
la técnica teatral y basándose en ella revolucionó el arte
dramático en Noruega. En Bergen conoce a Susannah Thoresen, la
hija de un clérigo, con la que contrae matrimonio en 1858. Su
exilio voluntario duró veintisiete años, Ibsen reside en Roma,
Dresde y Munich. En 1891, regresa definitivamente a Noruega y en
1895 fija su residencia en Cristianía. En 1900 sufre un primer
ataque de apoplejía al que le sucederán otros que irán minando
su salud hasta dejarlo postrado en cama totalmente paralítico
hasta su muerte.
Inicia su producción dramática bajo el influjo romántico de
Hertz en Dinamarca y de Dumas, en Francia, en obras como La
noche de San Juan (1853), tragedia melodramática, y piezas
románticas como La fiesta de Solhaug, es decir, de la montaña
llena de sol (1856), y Olaf Liliekrans (1857), todas con muy
pobres éxitos. En Roma atrae la atención de algunos críticos,
publicando la serie de Los pretendientes (1864), Brand (1866),
Peer Gynt (1865), y su Emperador y Galileo (1873). En esta
última obra desarrolla teorías que son un compuesto de Ley y
Libertad, lo cual parece ser la solución que él da al enigma de
la vida.
El tema capital de sus obras, es en rigor, el adoptado por
Unamuno: que el individuo, “el hombre de carne y hueso”, vale
más que la masa, y que una mayoría, por muy compacta que se
presente, raras veces tiene razón. En Las columnas de la
sociedad (1877), atacó la hipocresía reinante en las altas
esferas sociales, mientras que Las casas de las muñecas (1879),
presentó el modo como la clase media trataba a las mujeres. Fiel
a la teoría individualista de la vida, personifica en Nora la
moral personal contra la moral social representada por Helmer,
su marido, una de las “columnas de la sociedad”, y justifica la
emancipación individual de la mujer, cueste lo que cueste.
A la tempestad de críticas que levantaron estas obras y
Espectros (1881), contestó Ibsen con Un enemigo del pueblo
(1882), en que el deseo, a lo Unamuno, de emancipación
individual, llegó al límite extremo. No podía ya el realismo ir
más lejos, y en su obra siguiente, titulada El pato silvestre
(1884), Ibsen viró en redondo y comenzó un periodo en que dio
rienda suelta a la imaginación y se dedicó a estudiar los rasgos
psicológicos de grandes personalidades. Rosmersholm (1886) es
una obra característica de las de esta clase. Y una vez tornada
esta nueva actitud imaginativa, que deja atrás la triste
realidad, no faltaba ya más que dar un paso para llegar al
simbolismo, y en Solness, el constructor (1893), drama
simbólico, pinta la tragedia del genio que él personifica en un
artista cuyas aspiraciones son, de puro altas inasequibles. En
su obra final, Al despertar de nuestra muerte (1899), él mismo
escribió el epílogo de su carrera literaria, la honda e
impresionante confesión de su infelicidad. El estado de ánimo
que revela es el mismo del Canto a Teresa, de Espronceda, una
vana nostalgia por aquel romanticismo color de rosa de los años
juveniles, mezclado con las amargas reacciones producidas por la
experiencia.
Y como dijo el dramaturgo noruego: “Nuestra sociedad es
masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será
humana”.