El pasado 14 de marzo se cumplió un nuevo aniversario del
nacimiento de una figura emblemática del siglo XX: Albert
Einstein. Nuestro homenaje consistirá en un par de comentarios
sobre su aporte revolucionario en Física (y en Astrofísica), que
es decir en la manera universal de aprehender la realidad
circundante. Y bien, estamos instalados en nuestra casa mayor,
la Tierra. Pero ésta comenzó a resultarnos estrecha y de un
brinco nos hemos posado en la Luna. En Marte y otros puntos,
sondas espaciales lo han hecho por nosotros. Pero los límites
del sistema solar tampoco nos retienen, han sido franqueados,
allá va una mensajera de los terrícolas dirigida “a quien
corresponda” en los espacios estelares. Es la hora en que
ciencia y ciencia ficción se dan con inquietudes paralelas. Me
refiero a los finales del siglo XIX, cuando dos creadores,
Ciolkovski y HG Wells, coinciden hasta en el año de dar a
conocer sus ideas, 1895. Uno es considerado el Padre de la
Astronáutica, el otro el Padre de la Ciencia Ficción. Uno en
Rusia, el otro en Inglaterra, los extremos del continente
europeo se dan la mano en la convicción de que nuevas geografías
estelares se nos suman.
Y con ellas nuestros pasado y futuro se horizontalizan en la
esperanza de contactar a los ET. Como dijera Ciolkovski: “Todas
las fases del desarrollo de los seres vivos pueden hallarse en
otros planetas. Qué fue de la humanidad y qué será de ella
(...)”. Asomarnos al pasado y al futuro sin dejar el presente,
significa tomar “La máquina del tiempo”, título de la novela de
HG Wells. De ella extraigo abreviado un fragmento del diálogo
entre dos personajes, Filby, y El Explorador del Tiempo. Éste
dice:
-Ustedes saben que una recta no tiene existencia real. Es igual
respecto del plano geométrico. Son abstracciones. También el
cubo. Dotado de largo, ancho y espesor ¿puede tener existencia
real?
Filby contesta afirmativamente y El Explorador refuta:
-¿Puede existir un cubo ‘instantáneo’? No, sólo tiene existencia
real cuando dura un cierto lapso. Así, todo cuerpo debe
extenderse en largo, ancho, espesor... y duración. Pues en
realidad hay cuatro dimensiones: las tres del espacio y el
tiempo.
Dejando de lado imperfecciones en el lenguaje, comprensibles en
una novela, nos damos con que diez años antes de que Albert
Einstein diera a conocer su relatividad restringida, la
narrativa acogía novísimos conceptos científicos, para concluir:
si se va y se viene en las tres dimensiones del espacio, y la
cuarta, el tiempo, se asimila a éstas ¿por qué no viajar a
través del tiempo? Como argumento de novela es más que
suficiente, y desde entonces a nuestros días ha sido
generosamente empleado por los Michael Fox, antes de ser
afectado por el mal de Parkinson, y Terminator, antes de ser
afectado por el mal de la política.
¿Cuál es el punto de vista de la ciencia? Einstein y su
colaborador Leopold Infeld escribieron un libro titulado “La
Física, aventura del pensamiento”. Allí se dice: “Para describir
los sucesos de la naturaleza debemos emplear cuatro números.
Tres para cada una de las tres dimensiones del espacio, quedando
así determinada la posición del suceso. El instante en que se
produce es el cuarto número.”
Instante en que se produce, durabilidad, en fin, el tiempo: hijo
del movimiento, da la medida de éste según el antes y el
después, así lo señaló Aristóteles. El objeto deja de concebirse
inmóvil. Todo objeto es suceso (de la naturaleza, aclara
Einstein e Infeld). Ya Galileo en el siglo XVII había concluido
que se trata de movimiento uniforme, es decir, sin cambios en la
velocidad, y en dirección rectilínea. Hacia ese tipo de
movimiento tienden todos los objetos como empujados por sí
mismos, tan pronto entran en existencia y reciben un impulso. Es
la inercia, a la cual Newton le dio rango de principio: los
cuerpos tienden a perpetuar el estado en que se encuentran, sea
de reposo o bien el impuso recibido en movimiento uniforme y
rectilíneo. Ahora bien, si sobre ellos actúan otras fuerzas
desde el exterior, rumbo y velocidad se alteran, lo cual ocurre
en la realidad enmascarando la inercia, lo cual esta vez hizo
equivocar a Aristóteles. Si se tratara de un cuerpo único en el
vacío, la realidad reflejaría la inercia. Pero son tantos y tan
cambiantes los móviles cruzados, que entre sí neutralizan sus
tendencias originarias y arrojan un resultado que Newton no
vaciló en llamar la fuerza de gravedad.
Así, para él hay dos fuerzas universales actuantes: la inercia y
la gravedad. Einstein, admirador de Newton y sin quitar o poner
una coma a sus leyes del movimiento, se levanta a contradecirlo:
¡inercia y gravedad son una y misma cosa! La inercia, frustrada
como tal, deviene gravedad. Además, afirma Einstein, nada prueba
que sea una fuerza pues ¿cómo se transmite?
Veamos.
Una manzana cae, un planeta gira en torno a una estrella.
¿Tienen algo que ver entre sí estos dos sucesos, uno doméstico,
el otro sideral? Ambos responden a la fuerza de gravedad, fue la
respuesta de Newton. La manzana es atraída hacia el centro de la
Tierra, y al fenómeno lo llamamos peso. El planeta gira en torno
de la estrella resistiendo caer hacia su centro pues la relación
entre ambas masas y el impulso que recibiera colocándolo en
órbita, permite de momento un compromiso. Nada de eso ocurre con
la manzana, cuya debilísima resistencia frente a la Tierra hará
que ésta se la coma. El hecho es que ambas manifestaciones son
de un mismo fenómeno.
Hasta aquí todo va bien para Newton. Pero una segunda pregunta
lo espera, la enunciada líneas atrás. ¿Cómo se transmite la
fuerza de gravedad? Y su respuesta: por la acción a distancia.
Es decir, el sabio inglés da una descripción de tipo místico y
no explicaciones. Aun introduciendo el concepto del éter como
soporte universal, la situación no se salva. Pero estamos con
Newton en los siglos XVII y XVIII y la bancarrota del éter debe
esperar los experimentos sobre la luz de finales del XIX.
Einstein dará una respuesta sorprendente, ya en el siglo XX.
Nada de acción a distancia, nada de éter, sino: curvatura del
espacio tiempo. Que ambos conceptos se unifiquen, es natural
luego de la reunión de las cuatro dimensiones. Que el espacio
tiempo se curve... Pues bien, sólo se trata de contradecir la
inercia ya no con una fuerza, sino con carreteras con un grado
de curvatura dependiente de las masas. Ése, según Einstein, es
el efecto gravitatorio o, por lo menos, la descripción del
fenómeno. Tanto vale optar por la acción a distancia de una
fuerza como por la curvatura del espacio tiempo en un universo
donde la trayectoria rectilínea está prohibida. Newton,
Einstein, algo vamos comprendiendo del universo. No su por qué,
desde luego, pero sí su cómo, sus mecanismos que llamamos leyes.