¿Primer día de clases... nueva etapa para la vida de los
pequeños, un ambiente desconocido, un mundo por descubrir.
Jorge se hacía notar entre los de su grupo, aun no cumplía los
cinco años, sin embargo aparentaba más. Se veía nervioso y a la
vez dispuesto a enfrentar el reto. Todos los niños estaban
organizados en filas, uniformados, el sol temprano daba un toque
de belleza a la concentración infantil, preparados para cantar
el himno y saludar su bandera.
¡Qué momento mas significativo para los padres! Ver a sus
pequeños dando sus primeros pasos estudiantiles. Jorge tarareaba
entre labios algunas frases del himno, y a la vez saludaba la
bandera con la mano equivocada, los destellos de flash salían de
todas partes, ese recuerdo nadie lo quería perder.
Después del acto, entraron a sus aulas, Jorge se acomodó casi al
final, junto a una niña de cabellos color oro; detrás de él se
sentó un niño con gafas. Puso su mochila en el espaldar de su
asiento y dijo, mirando a su vecino de atrás, sus primeras
palabras en el ambiente escolar:
-No toques mi mochila o te voy a tener que pegar.
Los padres de Jorge, divorciados recientemente, excesivamente
preocupados por la educación del niño, lo habían llevado al
médico por su carácter dominante, autoritario, y su exceso de
energía. La respuesta fue que era normal a su edad no cansarse y
tener mucha actividad, que el resto era cuestión genética, eso
ocasionó una nueva discusión entre los padres, que no habían
vuelto a verse hasta ese día. La víspera el niño había llamado a
su papá para recordarle que era el comienzo del curso, y éste
había saltado las barreras de rencores entre adultos para
complacerlo, lo cierto es que estaban muy identificados, el
cariño los hacía navegar en el mismo barco.
El día transcurría favorablemente para Jorge, aunque muy pronto
recibió regaños de la maestra ante su comentario de que planeaba
escaparse dentro de un rato, su modo de probar fuerzas para
estudiar con quién tendría que vérselas por el resto del curso.
Esperaba el mediodía con ansiedad, le dijo a su padre que lo
recogiera a esa hora, el primer día los soltarían temprano. El
padre llegó muy puntual, habló algunas palabras con la maestra y
no pudo dejar de sonreír, aunque las noticias no fueran las
mejores.
-¿Como la pasaste, mi pequeño?
-Bien papá, pero ¡qué pesado es el niño que se sienta detrás!
-¿Por qué lo dices, te hizo algo?
-Es que mira mucho a la niña que se sienta a mi lado, ¡tenía
unas ganas de darle un piñazo!
-No digas eso, debes ser su amigo, es tu compañero, y lo de la
niña, ¿por qué no quieres que la mire?
-Es que yo quiero que sea mi novia.
-Tu novia... – repitió el padre sonriendo, orgulloso de que su
hijo fuera un conquistador - ¿Y qué aprendiste hoy?
-Los colores... ¿Papá, yo dormiré contigo hoy?
-Mañana tienes escuela.
-¿Tú no me puedes traer, papá?
-Le pediremos permiso a tu mamá, a ver que dice.
-Ella ya dijo que sí, ayer lo hablamos; verás qué bien la
pasamos, jugaremos pelota y me comprarás una lata de leche
condensada.
Al parecer, sería tal como lo decía el pequeño, pensó Alexander,
dispuesto a parquear frente a la casita, toda cercada, para su
tranquilidad, porque Jorgito no paraba de correr de un lado al
otro.
-Vamos a comprar la leche condensada, jugar pelota, esta no es
mi casita, pero puedo quedarme sin problemas, ¿verdad papá? –
dijo atropellando las palabras estilo trabalenguas.
-Claro, y jugaremos pelota primero, solo déjame cambiarme.
-Yo traje mi ropa en la mochila – se cambió imitando los
movimientos del padre, agarró la pelota y corrió de nuevo al
garaje - ¡Vamos, papá!
Al primer tiro de Jorge, la pelota se coló por la ventana de un
vecino, al instante el padre, le preguntó si no le gustaría
practicar otro deporte.
-¡Sí! ¡Boxeo, papá! - respondió, tirando un golpe de zurda,
¡pobre el que tuviera su rostro allí!
Alexander no dejaba de sonreír, era inevitable, mientras tiraba
la pelota, el niño no estaba muy diestro en atraparla, como era
natural.
-Papá... ¿y la leche condensada? - el niño no se olvidaba, no
por gusto tenía esa constitución.
-Si coges tres pelotas, vamos por ella - el padre tiró la
primera, fácil de atrapar, la segunda le costó un poco más de
trabajo al chico y la tercera se le escapó.
-Papá, la tiraste duro con intención, pero ya que cumplí parte
del trato, ¿al menos puedes comprarme media lata de leche
condensada?
-Lo pensaré... por ahora nos vamos a dar un paseo con tus tíos,
¿a dónde quieres ir?
-A ver el cañonazo de las nueve, a comprar mi leche condensada,
a comer pizza, refresco y helado - la combinación de gustos dejó
a Alexander sin saber a dónde dirigirse.
Al fin llegaron sus tíos Alfredo y Magali, junto con la inquieta
y bella Rosita, su prima de dos añitos, copia de su padre en el
lado físico, y de la madre en el carácter, impulsiva y
caprichosa, aunque llena de bondad. Los niños reían y jugaban,
era un paseo lleno de emociones para ellos y sustos para los
mayores.
Ya sentados en la mesa, se acerca el camarero.
-Buenas tardes, siento decirles que hay un poco de demora en los
pedidos.
La noticia nada agradable, hizo que todos se miraran, menos los
niños, que abandonaron sus sillas y comenzaron a corretear por
el salón. El mesero tomó su orden y se marchó. Ya los niños
daban su quinta carrera a la redonda, poniendo nerviosos a los
clientes. Alexander pidió de favor a Magali que pusiera orden,
los niños se sentaron entre protestas y Magali preguntó a Jorge.
-¿Cómo pasaste el día en la escuela?
-Bien, tía... mi mamá tiene un novio nuevo.
-¡Qué bien! ¿Y es bueno contigo?
-No, me estira la oreja, es feo y gordo.
Fue inevitable, la carcajada de todos, incluyendo las mesas
cercanas, el lugar era pequeño y el tono de voz del niño fuerte.
-¿Cómo que te estira la oreja?
-Papá... se demora la pizza, qué hambre tenemos todos.
-Contéstame, Jorge – insistió la tía.
-¡Ay tía! Eso es un tema de adultos, no sé qué debo responder.
Esta vez el tono, fue aun más alto, el camarero, que venía con
la orden, se echó a reír. Al rato solo se sentían en la mesa
movimientos de cubiertos. Jorge terminó con su pizza al mismo
tiempo que los mayores, exhibiendo su mejor cara de sueño.
Al llegar, pidió al padre un vaso de leche, Alexander que lo
tenía todo previsto, fue a calentarla, llegando tarde, pues el
sueño se le había adelantado.
Tapando al niño, lo besó en la frente y lo contempló, feliz de
tenerlo con él, aunque no fueron a contemplar el espectáculo del
cañonazo, ni compraron la leche condensada, compartieron el
primer día de clases... una paz especial lo inundaba. Se acostó
a su lado y quedó rendido, pegado a su rostro, piel con piel...
sin duda había disfrutado mucho su primer día de estar
nuevamente junto a su hijo.