Estamos en tiempos muy oportunos para entrar en esa cuestión que
obsesiona a muchos escritores y, sobre todo, a poetas, que se
preguntan cómo escribir para que sus obras sean tenidas en
cuenta en editoriales y/o certámenes.
Es posible que haya poetas que quieran deslindar la poesía de la
literatura usual; es decir, desvincular el ejercicio de búsqueda
en la originalidad expresiva de la fraseología ya consabida y
utilizada por gran número de escritores. Pero hay que advertir
que la novela o el relato no son metapoéticos, sino espejos de
un comportamiento social que nada tiene que ver con el mundo
íntimo de las intuiciones o de la fantasía onírica. “¿No es un
espejo a lo largo del camino?”
Tan bien hace el novelador pactando con un lenguaje ya
consagrado por los usos narrativos con objeto de crear
situaciones y caracteres (hagámonos una idea desde Cervantes
hasta Delibes pasando por Pérez Galdós, Clarín y Cela, entre los
españoles por no citar a Balzac, Stendhal, Joyce, García
Márquez, entre otros tantos maestros de la sintaxis fabuladora
en la literatura universal) como el poeta buscando en los
recovecos de la ruptura sintáctico-semántica nuevos versos que
emocionen su sensibilidad creadora.
Aclarada por mi parte esta útil pero respetable disquisición,
entremos en esa inquietante y entretenida tentación de teorizar
sobre qué debería ser el lenguaje poético a estas alturas de la
madurez en la escritura, cuando los temas de siempre (no se han
de descartar otros temas para el canto, pero los que han
motivado al poeta desde illo tempore parten de experiencias
sustanciales) empiezan a pedir nuevas vestiduras, ya que las
utilizadas hasta ahora les quedan cortas, viejas, desgastadas y
en algunos casos raídas o, peor, rasgadas por los enojos de los
nuevos poetas, hartos de expresiones manidas que sirven de
vehículos comunicadores de vivencias aburguesadas que en el
escribir hallan un entretenimiento a la felicidad o a la
insatisfacción de cada día.
Ahora bien, la desviación de la norma como recurso para crear
nuevos sintagmas o combinaciones de palabras que traspongan los
usos normativos no está en la voluntad del poeta, sino en su
capacidad innata, que a la vez procede de un mundo en embrión
que germina en él y pide en un momento dado nuevas expresiones
acordes con el desenvolvimiento de esas nociones íntimas que
balbucean en su imaginación buscando vocablos reveladores de ese
mensaje, aunque tenga tanteos de carácter surrealista.
¿Son esas nociones íntimas una tapia en las que se reflejan las
célebres ideas platónicas o bien una lenta, astuta y laboriosa
elaboración del talento del poeta?
No creo que todos los poetas que intentan despegar la poesía de
la literatura en cuanto idiolecto, se planteen esta dicotomía
previa a los anhelos de separación virtual de ambos niveles de
comunicación.
Pero en el poeta que no espera respuesta económica por esta
búsqueda, el logro de un posible hallazgo gratifica solamente a
lo emocional, que debería ser, no sólo suficiente, sino
desbordante de gozo.