LA ROSA DE MADERA O LA BÚSQUEDA
DE LA EXPERIENCIA LINGÜÍSTICA CREADORA
A partir de Los viejos mitos del asombro, accésit del Premio
Adonais 1981, la poesía de Rafael Duarte tomaba un nuevo rumbo
en cuanto a su expresión poética, que había arrancado ya en
Preludios, elegías y alucinaciones, Premio de Poesía Ciudad de
Alcalá de Henares 1980 y continúo en Entre el pecho y el mar,
finalista en el Premio Ricardo Molina 1983.
Desde entonces, su incidencia en el entusiasmo por poseer un
idiolecto poético ha sido felizmente obsesionante. Muchos poetas
se contentan con escribir buenos sonetos y otros poemas de
estructuras más abiertas por el solo hecho de realizar un
ejercicio métrico y reflejar en él una experiencia humana.
Duarte nunca aceptó este salario emocional y le exigió a la
minería de la lengua filones más prometedores, aunque en
ocasiones tuviera que correr el riesgo de desconcertar al lector
que buscara en sus versos una historia común con una cobertura
sin exigencias estéticas.
En La rosa de madera, breve cuaderno de Colectivo Logar,
encontramos de manera mitigadas aquellas audacias de lenguaje
que apuestan por nuevos estremecimientos poéticos: “Si todo es
sentimiento percibido, / si la raíz expira en el aroma, / si el
cante es sufrimiento sostenido, / sangre de aire en que la voz
se croma, / rama quebrada y candelabro erguido, / enredadera en
vuelo y en mecido, / varal sin palio, remolino en loma, /
desazón de qué espina cuando asoma.”
Sigue, pues, Rafael Duarte con una línea de poesía que se
afianzó en Autorretrato colectivo, Premio Pérez-Embid 1995, si
bien en esta pequeña muestra de ahora se inclina por temas
religiosos que son tratados poéticamente fuera de cualquier
reminiscencia tópica.