Hoy es 27 de mayo, día de elecciones, y ni siquiera en éste
pueblo de cinco mil habitantes se sabe lo que ha de
acontecer.
Cuatro colegios electorales, dos urnas en cada colegio, un
pueblo y varias pedanías. Total, casi cuatro mil votantes
para tres candidaturas.
A eso de las diez de la noche todo se sabrá y luego, cuatro
años de contento o de crítica, según haya sido el resultado
de hoy y, sobre todo, según lo haya sido para los deseos de
cada uno de los tres mil y pico votantes, que todo es
subjetivo.
En lo municipal las cosas son verdaderamente importantes. Un
voto es un voto y tiene mucho valor. Aún recuerdo mis años
en Barcelona. Recuerdo los días de votación y recuerdo como
siempre, en todas las convocatorias, me debatía intentando
adivinar cual era, en realidad, la importancia de mi voto no
nacionalista. ¿De verdad servía para algo?
Hoy sí. Hoy mi voto sirve.
En un pueblo la gente se conoce y se conocen sus obras.
Todos tienen, incluso, las huellas del pasado, de sus
familiares ya ancianos, unos, y fallecidos otros; perdura la
disputa por un huerto, por el linde indefinido, por un
noviazgo roto si piedad… Todo eso cuenta y no debería
contar.
En un pueblo, sobre todo, se conoce y se reconoce el trabajo
realizado. Se palpan los avances, se respiran los logros y,
como no, se sabe de los fracasos. Eso hace que,
personalismos al margen y a pesar de todo, el voto se
deposite con más sentido que corazón.
Es peor votar en la gran ciudad. Sí, mucho peor, diría que
el voto es de menos calidad. En ocasiones llega a la urna
lleno de rencor, o de odio, o con las marcas del insulto, de
la venganza…
En las campañas electorales, de ámbito nacional, eso es lo
que se lanza desde los estrados: Odio, venganza, insulto, el
tú más o, el tú peor… y los votos se contagian, y se cargan
de rencores inducidos, y no son de fiar.
¿Por qué nos mienten? ¿Por qué nos enervan?
Hoy mi voto lo tengo fácil. No estoy en Barcelona. Vivo en
un pequeño pueblo, cabeza de partido, con algo de industria,
mucho de comercio y enorme interés turístico y cultural y
sé, sabemos sus habitantes, lo que nos conviene.
¿Sucede lo mismo en las grandes ciudades en las que se
“maneja el cotarro”?
¿Podemos pensar que el voto en Pamplona, en Bilbao, o en
Barcelona, llegará a las urnas virgen e inmaculado? Y, aún,
si así fuera, ¿no quedaría prostituído, después de los
recuentos, por pactos que sólo desean, para perpetuarse, un
puñado de políticos golfos, estafadores y traidores a su
pueblo y a su patria?
Aquí lo dejo y espero que, cuando esto lea, lo haya usted
votado bien.