- ¡La vida es injusta! -soltó Laura en una de sus ya conocidas
profundidades ontológicas.
- Y… ¡cómo es eso! -dije a mi vez exagerando manera, como cada
vez que quiero dar remanso su mar de zozobra.
- ¡Es que todo, TODO LO MALO, me pasa a mí!
- Ummm… -proseguí ahora con falsa gravedad- ¡Pues va a ser que
sí, que la vida es muy injusta porque…! ¿Ves? Si fuera justa en
vez de este dedo- levanté el índice- tendría una varita mágica.
Porque… ¿sabes qué haría si la vida fuera justa? ¿Qué realmente
haría? Pues… haría de las nubes un enorme algodón de azúcar.
Laura, mirando al suelo y con el ceño fruncido, cruzó aún con
más fuerza los brazos, signo inequívoco de que su malestar por
tanta maternal incomprensión iba en aumento, y sin mirarla y
como quién no quiere la cosa concluí.
- Decididamente, sí. El cielo estaría mucho más lindo de color
rosa y los pajaritos irían picoteándolo cuando tuvieran hambre
y, seguramente, la lluvia sería tan dulce como la miel…
Dejando el tema aparcado seguimos andando, ahora ya, las dos en
silencio, hasta que unos minutos después, la vi mirar al cielo y
más serena su expresión, volvió de nuevo a la carga...
- ¡La vida real es un rollo!
OBVIEDAD
- Dice Javi que los amigos se cuentan secretos. ¿A que no?
- Bueno… Bueno… entre amigos se puede contar muchas cosas
-contesté a mi polvorilla pensante.
- Sí, pero secretos no porque entonces… ¡ya no son secretos!