Me siento embriagado por el olor de la sangre. Es repulsivo como
se impregna en mi nariz. No importan mis intentos por evitarlo,
por olvidarlo. Ese hedor, fresco y fétido a la vez, de mi sangre
continúa rondando a mi alrededor.
La
flecha que provoca mi padecer continúa aun clavada en mi pecho.
Llevo horas enclaustrado en el interior de este molino que se ha
convertido en mi refugio. Probablemente sea mi tumba. Por alguna
razón me trato de negar a la idea de morir y me aferro a la
intención de seguir con vida.
Los golpes en la puerta aun persisten. Los asesinos que me
hirieron no desisten en su empeño por terminar lo que ya
empezaron. Espero que la pequeña barricada que he puesto en el
portón resista lo suficiente.
¿Lo suficiente? Una vez más deseo, en vano, el milagro de mi
salvación.
Por instantes me siento desfallecer. El dolor en mi pecho
aumenta. La flecha se movió y ha penetrado más la piel. Para mi
desdicha la saeta clavada en mí está hechizada, posee vida
propia.
A estas flechas vivientes se les llama Avalir. Según cuenta la
leyenda, las plumas de su cola pertenecen al Gacán, una mítica
serpiente alada que habita en las montañas del oeste. Esas
plumas le permiten a la flecha llegar a su destino sin ser
frenada por el viento.
Se dice también que el metal de la Avalir debe acostumbrase a
beber y saciar su sed solo con sangre. Por ello sus puntas, al
ser fraguadas, son refrescadas en sangre. La madera de su cuerpo
es rociada con lágrimas nacidas del dolor, ya que es el
sufrimiento lo que les da vida.
Así nació este pequeño demonio que llevo enterrado. Que ahora
juega con mi vida y sacia su sed en mí.
Me apoyo en la pared y hago un intento por levantarme. Ella me
frena, se retuerce en mi carne y me hace caer.
Lo vuelvo a intentar, una y otra vez. Y cada vez hace aumentar
el dolor. En mi último y casi triunfal intento logro tenerme en
pie. Pero la flecha penetró un poco más en mi pecho, forzándome
a perder el equilibrio y caer de espaldas sobre el suelo.
- El rey ha caído – murmuro mientras me froto la herida –. El
gran monarca en declive, derrotado por la voluntad de una
flecha. Final indigno el que me ha tocado. Tener que morir por
culpa de este emplumado madero.
Ella se remueve en mi piel y sisea en señal de regocijo.
- ¿Acaso entiendes lo que digo?
En respuesta, la varilla de madera se estremece, provocando un
extraño siseo en las plumas de su cola.
- Vil demonio. Te alegras de mi desdicha. Te contenta el saber
que mi vida depende de ti – la tomo entre mis manos – ¡Me niego
a mi funesto final, me niego a morir!
La aprieto con firmeza e intento sacarla. Pero la Avalir no
desiste en su intento, perforándome cada vez. De improviso, la
barricada que cubría la puerta del molino fue despedazada
permitiendo así la entrada de mis enemigos.
Ambos, tanto la flecha como yo, nos vimos forzados a parar
nuestra disputa producto de la aparición de mis adversarios.
Al verlos me sentí presa del pánico. Conocía cual sería mi
destino si me atrapaban con vida. Me encerrarían en el calabozo
del castillo, donde habría de ser torturado hasta el punto de no
dejar parte sana en mi cuerpo. Después, como es costumbre, me
contarían la cabeza para colgarla en lo alto de la torre en
señal de victoria.
Cuánta deshonra, cuánto sufrimiento el que me aguardaba. Si me
atrapaban con vida.
- He decidido poner fin a mi vida – le dije a la flecha mientras
le retiraba mis manos de encima –. Creo que después de todo me
has ganado y, a la vez, he ganado. Prefiero morir por tu sed de
sangre antes que padecer en manos enemigas. Por lo cual te doy
mi permiso; mátame.
La Avalir se agitó y, retorciéndose, fue saliendo poco a poco de
mi pecho.
Mi último recuerdo... ser arrastrado fuera del molino mientras
miraba una flecha que se hallaba tendida en el suelo. Removía su
varilla de madera provocando un extraño siseo en sus plumas, en
señal de regocijo.