EL OTOÑO
ANTONIA ÁLVAREZ ÁLVAREZ
XIV PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA
“ANTONIO ALCALÁ VENCESLADA” 2006
DEL AYUNTAMIENTO DE ANDÚJAR (JAÉN)
Un nuevo libro de esta autora leonesa se asoma a la columna de
reseña literaria de Arena y Cal.
Si en la revista anterior reseñábamos El color de las horas el
rasgo que caracteriza a esta poeta dentro del tema de la poesía
intimista y con cierto sabor neorromántico, como es su intuición
para poner al día una actitud poética sin novedad —el
sentimiento frente al pasaje, la soledad, los recuerdos y el
amor—, y que es la dignidad del lenguaje, esforzado en el reto
de no hacer concesiones a expresiones desgastadas de emoción, en
Otoño, la estructura del libro se hace más exigente. Dividido en
dos partes con ocho poemas cada una y escrito en versos
alejandrinos con rima asonante, este libro podría tener un
sentido simbólico, además del que a través de sus páginas puede
deducirse por las descripciones que se suceden.
“Camina el pensamiento hacia las hondas simas / de las pasadas
horas, del río y de los campos, / cuando los ríos eran la risa
de la infancia / y las espigas rubias, los mares del verano. /
Allí se queda el tiempo fugaz de la inocencia. / Prendida de los
chopos. Terriblemente alto”.
Hemos mencionado varios temas como recurrencia temática de
Antonia Álvarez y tendríamos que añadir el de la melancolía y la
presencia de cielos grises y lluvias del norte español, como si
una Rosalía de Castro apareciese y desapareciese entre los
versos. Pero esta vez el desgarro de la desaparición de un ser
querido, hace más borrosa la atmósfera del poemario.
“Una otoñada triste de niebla y de fatiga / hizo nido en sus
ojos ya lentos y amustiados. / Pisó el umbral eterno y frío del
silencio. / Y un silencio de nieve acompañó sus pasos”.
Pero el amor no niega su presencia en las páginas y viene como
una voluntad de olvido de lo cruel y una invitación a nuevas
expectativas.
“Tiendes tus manos, tiendes tus horas hacia el fondo / de estos
ojos que esperan miradas desde espacios / magnánimos de tiempo,
texturas renovadas / de besos y caricias. Abiertas, en los
brazos, / meces las esperanzas para que yo las tome...”
El otoño da sentido al poemario y esa clave puede tener más de
una lectura: la del entorno natural y la del amor, si bien
consideradas como simultáneas en el tiempo.
“Tenerlas para siempre, hambrientas, doloridas, / pobladoras de
sueños al borde las sábanas... Tus manos otoñadas”.
Creo innecesario insistir en la conciencia creadora que alienta
en los versos de esta poeta que desaumatiza la percepción
poética y limpia a la lengua de sus oxidaciones literarias
deudoras del pasado. Lo hemos hecho ya en las reseñas de los dos
libros anteriores, en las que señalábamos la metáfora como un
procedimiento de liberar al lenguaje de su servilismo práctico
en la vida cotidiana, como querían los formalistas rusos. Se
podría citar un buen número de versos que harían las delicias de
los cazadores de novedades “extrañadoras”, de moderado desvío en
el plano léxico-semántico. según Victor Sklovsky, uno de los
principales representantes del formalismo ruso al que aludíamos.
Mientras otros(as) poetas buscan todo tipo de ruptura léxica y
transgresiones patéticas, rayanas en esos versos que no
sorprenden más allá de una primera lectura, la autora de Otoño
acepta el desafío de poner lo clásico al día para continuar la
poética de “siempre”, que no se desvincula de lo humano por
miedo a parecer “demodé”. Sólo resta decir, dada la brevedad de
esta sección, que es un premio felizmente concedido.