Apenas se entiende ya nada. Desde este pequeño pueblo de la
meseta castellana, pletórico de fiestas, alegría y
visitantes a lo largo y ancho de un verano en el que,
negando el tan temido cambio climático, no hemos padecido
los calores de años pasados y sí, en cambio, hemos recibido
el beneficio de las lluvias que, desde primavera, llenaban
el pantano de nuestras cercanías, el de “La cuerda del pozo”
un bello paraje que, con playa incluida, disfrutan los
sorianos, hemos estado atentos.
Pero digo que apenas entiendo nada, porque en este verano
fresquito de ambiente, una importante noticia ha sido el
libro que Zapatero se llevó para leer en soledad, a la
sombra, y degustando un refresco mientras, quizá, su santa
esposa le deleitaba con algún fragmento de Shakespeare,
Góngora o Calderón de la Barca como parte de los tediosos
ensayos necesarios para alcanzar el éxito tan deseado. Sin
embargo a mi, personalmente, me gustaría saber si fue capaz,
nuestro Presidente, de leerlo de verdad y hasta el final.
Aquí dejo el verano porque lo cierto es que no quería hacer
un resumen de él, y menos aún de la frenética actividad de
nuestros nunca bien ponderados políticos. Quería ser más
festivo, pero resulta que me viene a la cabeza que mañana se
celebra en Cataluña la diada, fiesta nacional en la que se
enaltece, como en todas la fiestas nacionalistas, el odio y
el revanchismo.
Ya nos han dicho que no ondeará la bandera española, es una
forma de protestar desde la estupidez.
Una vez más, hoy, sin saber que sucederá mañana, sin
detenerme en las declaraciones de días pasados hechas por el
Lehendakari, sin plantearme el posible resultado de un
referéndum vasco, vuelvo a preguntarme ¿para qué obligar a
quien no quiere?, es la guerra permanente.
Si España quiere ser troceada, trocéese, que ya vendrá un
nuevo caudillo con el talante de Franco, de don Pelayo o de
don Rodrigo, el de Vivar, y a garrotazo limpio coserá los
rotos, zurcirá los jirones y nos proveerá de trescientos, o
quinientos, nuevos años de unidad (Dios nos libre de esos
medios).
He pasado unos días en el País Vasco y me resultó familiar,
semejante a Cataluña. En ambos lugares, al visitarlos,
pueden brotar la nostalgia y la pena. En ambos lugares la
política todo lo destroza. Los políticos mandan y las
ciudades entristecen. Los políticos discuten y las gentes,
trabajadoras, honradas, luchadoras… sufren. Los políticos se
reparten prebendas y esconden sus riquezas acrecentadas, y
los pueblos dan pasos atrás. Se les impone un idioma, unas
costumbres que antes no lo eran, una forma de pensar que, me
río yo de la Educación para la ciudadanía.
¿Qué ha de arreglar el separatismo?
¿Acaso los políticos buscan el fin de los problemas de sus
representados? No me lo creo ni loco.