En una de mis clases de manualidades, les pedí a mis pequeños
grandes genios- ninguno de ellos rebasa el metro veinte-, que
hicieran un dibujo a pincel para mamá, y a fin de motivarles la
creatividad les sugerí que cerraran los ojos por un instante,
que pensaran en ella y lo que para ellos, significaba. Terminado
el ejercicio reflexivo – lo cierto es que suelo acudir a él más
que nada para que no se me disperse el rebaño-, dieron comienzo
a su explosión pictórica.
Andrea pintó un gran corazón.
- Mi mamá es un cariño grandote.
Raúl, una princesa.
- La mía es guapísima…
Y así, dibujo y definición tras otra, seis en total, hasta
llegar al turno de Laura, mi particular “tormentillo”. En ese
punto, me acerco y veo justo en medio de la cuartilla un gran
manchurrón entre chocolate y gris salpicado los extremos por un
verdoso amarillento.
- Vaya, vaya… - dije, haciendo verdadero esfuerzo por tratar de
adivinar el pensamiento de mi hija, ¡cómo debería de verme para
acabar por reflejarme de aquella guisa!
Ante su silencio proseguí…
- ¿Y bien?
- Pues mami es… - en ese punto la expectación ya superaba mi
habitual paciencia
- … es…es… ¡mamá!
Y se me quedó del todo fija mirando y señalando con el dedo la
mancha de pintura en el centro mismo de mi bata y que,
curiosamente, era del mismo tono que su impresionista dibujo.
MAGISTRALI-EDAD
Siempre gusté de la complicidad de mis duendes; ellos suelen
pintar a color la monocromía de los desasosiegos. Escucharles,
compartirme… ejercicio ideal para un consenso único. Como
aquella noche con Samuel (dieciocho años) y tras la cena.
- Quiero cambiar de grupo- me dijo confesional- y empezar a
musicalizar tus letras; a ver si así nos hacemos ricos y
famosos, porque guapos, lo que se dice guapos pues… como que ya
lo somos… - y en su apostilla-… o al menos yo.
Reí y empecé a contarle mis planes.
- Pues yo, quiero este año quiero hacer un curso de doblaje.
- De ¿doqué…?
- De doblaje, tal vez de radio.
- ¡Ah! ¡Pero si no te hace falta! – todo serio y circunspecto.
Arqueé las cejas y abrí los ojos, esperando un cumplido tan
exagerado como él, hacia mi voz y mis recitales, pero tomó una
cuartilla de papel entre los dedos y procedió…
-Se toma una hoja, mejor en blanco, entonces hace así… y así… y
tal que así y…
Todo mientras daba doblez una y otra vez la cuartilla por varios
puntos.
- y…
Alza un minúsculo cuadradito resultado de su hacer paperil, y
más guasón que menesteroso agregó.
-¡Lección primera! A este “doblaje” se le llama papiroflexia. La
segunda -ya riéndonos a unísono-, “circunferencia y radio” la
dejamos para otra cena ¿te parece?