Al contrario que los románticos, aferrados al sentimiento y con
un lenguaje heredado e inflado con la levadura de una libertad
expresiva, los formalistas se ocupaban de la capacidad de los
recursos para lograr el efecto del “extrañamiento”.
Empeñados en alejar la literatura hasta la distorsión del
lenguaje de la praxis diaria, llegarán a identificar la ”literariedad”
con lo específicamente poético. Tendríamos que remontarnos a
autores anteriores a Shklovski y Jakobson, tales como Belensky y
Potebnia. Estos autores, en especial el segundo, identificaba la
poesía con la imagen y la metáfora, considerándolas como más
claras que el concepto. A partir de Knechenik llamó la atención
la tesis de que una forma nueva produce un nuevo contenido. Fue
un puente hacia el formalismo como se entendió más tarde.
Entraremos en detalle en otro artículo más adelante. A partir de
ahí, la poesía se convirtió para ellos en el medio lingüístico
por antonomasia para lograr esa elaboración, aún a expensas de
la violencia ejercida con control sobre el lenguaje práctico. No
hemos de olvidar que los conceptos de ese alejamiento del
lenguaje común influyeron sobre la noción de “distanciamiento”
del teatro de Bertolt Brecht.
Se llegaba a consumar la idea futurista de que la obra de un
escritor ha de sustentarse en una técnica con unos ingredientes
formales dispuestos a ser sometidos al análisis independiente de
los factores extraliterarios; un conjunto de rasgos que
constituyen “el arte de escribir”.
Precisamente, a partir de estos supuestos liberadores de la
escritura, surgirán los esbozos de la función estética o poética
de Roman Jakobson.
Pero he de insistir en que la liberación del lenguaje literario
no es solamente un juego que surge del hastío por la esclerosis
de unas manifestaciones escritas que no emocionan con la “dispositio”
ya canonizada y manoseada por la escribanía de muchos autores
consagrados y de respeto clásico (a quienes se les debe
admiración y reverencia, pero no anhelos de “imitatio”).
Pero si detrás de un “extrañamiento” prolongado no hay una
necesidad sincerísima de recrear un mundo nuevo nacido de las
entrañas de la intuición, expresado por una experiencia personal
de las potencialidades subyacentes en el sistema de la lengua,
los intentos de desvío se quedarán en patéticos intentos, aunque
luzcan una tropa de metáforas, que se difuminará como un
ejército sin general ni objetivo por el que combatir.
Queda una pregunta más sugerida que explícita: ¿Es el hablante
el que “inventa” y aporta novedades de estilo al lenguaje
literario o sencillamente las “invenia”, o sea, las encuentra,
merced a su maduración del idioma, en los filones de los
sustratos del sistema, bajo capas de frases estereotipas por las
reglas y el uso?
En mi poema de la Sección de Poesía de este número de Arena y
Cal puede el lector curioso ver —como quería el teórico Potebnia—
un ejemplo de esa poesía en que quiere predominar la metáfora,
aunque en este caso la “trama argumental”, el concepto revestido
de sensorialismo, acaba venciendo, como también quería Knechenik.
En conclusión: No basta la imagen, sino que es necesaria la
comunicación de “lo humano”. De otra manera, el ejercicio de la
metáfora y la transgresión onírica no pasarían de ser un
“borrador silvestre”, como diría J. R. Jiménez, aunque él lo
dijese con otro sentido.