Cada vez que alguien amenaza con darme una explicación, elevo
mis plegarias a la diosa Brevedad, madre del dios Síntesis. Pero
a la gente no le importa, aunque luego repita: “lo bueno, si
breve, dos veces bueno”. Que, les diré, se llega al mismo
resultado por otra vía: lo bueno, si bueno, dos veces bueno.
Claro, lo ideal es: lo bueno, si bueno y breve, tres veces
bueno.
En fin, a la gente no le importa, salvo ciertas capas de jóvenes
estudiantes. “¿Ta mi ma?”, me dijo el otro día por teléfono el
hijo de mi mujer, queriendo significar: ¿está mi mamá? Al
parecer, se trata de limitarse a una o dos silas, digo, a una o
dos sílabas. Claro, puede prestarse a confusiones y el “¿ta mi
ma?” querer decir: ¿tallaste mi madera? O bien: ¿tanta miniserie
malísima? En fin, hay que respetar a la juventud.
De todos modos, prefiero la brevedad. Por eso, acordándome de un
viejo cuento, trasladé la acción a mi familia y puse a mi hijo
el nombre de Nicasio. Les explico. Un cuate, también en la onda
de abreviar, bautizó a su hijo con una letra: “O”. El niño se
llama “O” y, se dijo el cuate: ¿qué más corto que una sola
letra? Podrán empatarme pero nunca seré superado. Otro cuate
salió entonces al paso. Sí hay un nombre más corto que “O”.
¿Cuál? Éste: Casio. ¿Cómo...? Sí, Casi-O. No se habían repuesto
de la sorpresa, cuando yo anuncié. Tengo uno más corto todavía.
¿Cuál? Éste: Nicasio, es decir, Ni-casi-O. Y con ese nombre
bauticé a mi hijo, que se llama Nicasio Winocur.
Hay verdaderas luchas por lograr las mejores marcas, vean las
olimpíadas, que vienen de la época de los griegos. A mí me
entusiasman los record en brevedad. Por ejemplo, el cuento más
corto. En la mejor tradición, la mini de Tito Monterroso:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” Y también
esta otra, cuyo autor se adivina: “Hágase la luz. Y la luz se
hizo”. Fíjense, se plantea el conflicto: ¿será acatada la orden
de Dios? Y el desenlace, neto, sin ambigüedades: “Y la luz se
hizo”. Una chulada de brevedad.
Y una tercera mini, que a la vez es un dicho: “Veni, vidi, vinci.”
Su autor, Julio César, el gran romano antiguo. Vean. Es una
estructura del cuento perfectamente ajustada. Una acción y tres
momentos: “veni”, el protagonista llega al lugar de los hechos,
al escenario. Es decir, “llegué”. La segunda palabra corresponde
al desarrollo del cuento y testimonia el reconocimiento del
terreno antes de la batalla. Es: “vidi”. Claro, desde el
comienzo se sabe que el protagonista y relator en primera
persona es Julio César, de modo que no estamos hablando de la
recolección de las rosas en otoño, sino de la guerra. Y la
tercera palabra da el desenlace del cuento: “vinci”.
¿No es genial? Entre “vidi” y “vinci” está sobreentendido que
hubo la batalla cuyo resultado se da en la tercera palabra. Un
cuento donde nada falta, donde nada sobra. Tres brevísimas
palabras, cada una comienza con la misma letra, toda una
historia condensada con elegancia en la escritura. Y como el
lector sabe, tanta es su universalidad que se ha convertido en
proverbio latino de cita usual.
¿Cómo ves? Chido, dice mi amigo, el joven abreviador del “¿ta mi
ma?”. Y uno de sus cuates, que ha leído este artículo, agrega:
chingonsísimo. Y un tercero cierra los elogios, esta vez con dos
palabras: de pelos.
Y yo, encantado: “llegué, escribí, me leyeron”. ¿A qué más
podría aspirar?
Vocabulario mexicano
Chido: muy bueno
Chingonsísimo: requetebueno
De pelos: que viene justo a propósito