En los últimos meses quedo todos los viernes con una gran
amiga mía para ir a un bar que está cerca de Ciudad Lineal,
muy cerca de mi casa. Antes mi amiga trabajaba también cerca
de allí y tenía como rutina tomarse unas cañas en ese bar
después de salir de trabajar. Con el paso del tiempo, ese
bar y la gente que lo frecuentaba comenzó a formar parte de
su vida y por extensión de la mía.
Entre esas cuatro paredes mi amiga podría contar dos grandes
historias de amor, cuando una terminó, la otra, sin darse
cuenta, comenzaba. Pero era una historia cuyo fnal ya estaba
escrito desde antes de que se dieran el primer beso. Cuando
yo empecé a acompañarla, todo eran alegrías, sonrisas y
esperanza. Yo me acostumbré a pasar inmersas tardes de
viernes allí hasta que se juntaban con la madrugada. Cogí
cariño a la gente, sus compañeros eran ya mis compañeros, su
vida formaba ya parte de la mía. Pasé horas eternas
intentando canalizar mis sentimientos hacia la escritura, si
algún día se publicara algún libro mío, medio bar se lo
compraría, seguro. Todo el mundo ha aportado ideas, me
contaban historias de los clientes habituales por si me
podían servir de algo. Me sentía inmersa en La Colmena de
Camilo José Cela.
Entre caña y caña y los mejores Brougales con coca cola que
me he tomado en la vida, la historia de amor o de esperanza
seguía su curso y yo, única persona que conocía el gran
secreto, sonreía a mi amiga desde una de las esquinas
intentando que mi mirada delatora no hablara por mis labios.
Pero la vida es muy dura a veces y hay cosas que no pueden
ser, simplemente porque sí. Historias dañinas, amores
imposibles de esos que tan bien se me dan a mí.
Ayer volví a ese bar con mi amiga. Íbamos las dos contentas,
como siempre, ella con la alegría dibujada en sus ojos y yo
con mis tonterías de siempre. Parecía una semana más, nada
era distinto, sólo había cambiado el camarero. Cuando algo
pasa yo lo noto, aunque no sea perceptible para los demás.
De repente comprendí que la verdadera historia, la más
importante, no me la había contado nadie, lo que a mí me ha
llegado al corazón es aquella de la que yo he sido testigo
silencioso cada siete días. Hoy todo es diferente, pensé
mientras seguía comiendo boquerones en vinagre, que me
encantan desde pequeña y es de lo poco que puedo comer por
el momento.
Y la historia se acabó, sin un adiós, sin un lo siento, sin
un esto no puede continuar así. Simplemente sé que no
volveré a ese bar que ya se había contagiado de mis risas,
que ya formaba parte de mi rutina. Podría dibujar, si
supiera hacerlo, claro, el momento en el que me di cuenta de
ese detalle. Él ya no era el mismo y ella estaba asustada.
Nos despedimos como siempre hasta la siguiente semana pero
las lágrimas de mi amiga al salir del bar me hicieron ver
que no estaba equivocada. Y no se arrepiente, efectivamente,
lo que no puede ser, no puede ser, sin embargo, en la vida,
a veces, compensa cometer errores bonitos para poder
quedarte entonces con un bello recuerdo. Y ella siempre le
recordará y yo siempre los recordaré a todos cada vez que
coma boquerones en vinagre.