Es cierto que el amor es uno de los temas más recurrentes de la
poesía. Es casi columna vertebral de ella, y las vértebras, la
diferente experiencia de cada poeta. Neruda puso al día la
sensibilidad amorosa que antaño acuñara Bécquer. Miguel
Hernández hizo lo propio en la poesía amorosa que conocimos
editada por Losada de Argentina a comienzos de los sesenta. Es
deber de cada poeta que trate este tema añadir un rasgo de
novedad a la exhibición de sus sentimientos íntimos.
Difícilmente escapa el poeta a recrear una atmósfera amorosa en
la que no corra peligro de repetir modelos anteriores o bien
expresar los propios intentando incubar expresiones novedosas.
En el poemario Taberna inglesa de Víctor Jiménez (Sevilla,
1957), editado por la Casa de Galicia en Córdoba, adopta las
actitudes de todo poeta intimista que siente pulsada la cuerda
del amor. ¿Se puede rehuir un lenguaje de lo sentimental?
Entonces el poeta tendría que alambicar sus módulos expresivos
hasta extremos retóricos. Consciente de que una cierta
espontaneidad es rasgo sincero e inevitable, el poeta de este
poemario, básicamente amoroso, asume tales dificultades y
procura en ocasiones esquivar los tópicos que acechan a estas
emociones entre los bastidores del sentir común: “Si todo fuera
siempre tan sencillo / como abrirte la puerta de mis sueños, /
como olvidar quién soy cuando apareces, / como decirte ahora que
te quiero / con mirarte a los ojos, sin palabras; / si cerrara
los ojos un momento...”
Pero el poeta no se deja ganar por la pasividad del lenguaje y
reacciona, como quería el formalista Shklovsky cuando teoriza
sobre la automatización de las palabras ya consagradas por el
uso, y asevera al final: “Aquí están las palabras que dejaste
olvidadas / en mis labios, mi pecho hace ya muchos sueños; /
ignoradas palabras que no sé si algún día / leerás algún día
cuando yo esté tan lejos / que será de un extraño esta voz que
te llega, / esta voz de otro tiempo cuando tú eras la playa /
para el mar de mis sombras. Las palabras desnudas / que encontré
en esas horas eternamente lentas / de abandono y desvelo, de
penumbra transida...”
El esfuerzo del poeta por sacar el registro amoroso de sus
riesgos consabidos debe ser tenido en cuenta con la
particularidad antedicha de que una excesiva elaboración podría
falsear los sentimientos.
Alejandrinos, endecasílabos, heptasílabos, sonetos de arte mayor
y menor, incluso estrofas sueltas con intención si no
sentenciosa, si lapidaria hacen de este poemario -XVI Premio
Rosalía de Castro-, dentro de una sencillez ya avisada por el
autor, una lectura entretenida y no exenta de frescura, a pesar
del peligro y/o compromiso de lexicalización que conlleva toda
poesía amorosa.