Se lo comentaba a mi amigo y compañero en estas páginas de Arena
y Cal, Carlos Robredo, que, en su artículo de este mes, "El
refranero", opina y nos informa sobre el cacao montado alrededor
del Rey por los medios y que gira en torno a las declaraciones
del periodista Jiménez Losantos, la señora Presidenta de la
Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y las del propio Monarca
que, en un gesto más propio de políticos del montón que de una
persona que siempre ha demostrado la prudencia y mesura acordes
con la alta magistratura que representa, apunta la posibilidad
de pedir a la Conferencia Episcopal -dueña de la COPE- el cese
del periodista.
Patidifuso, estupefacto, atónito... o pasmao, como diría el
hermano del Guerra (D. Alfonso). Y, sí, ya sé que el Rey es un
ser humano, incluso que, como dice Anasagasti, le gusta el vino
y las mujeres, y vivir bien, (y a quién no), que es un cachondo
y un mal hablado, que no trabaja ni hace nada, que se lleva todo
el año de vacaciones... y un largo etcétera. Pero, aún así, a
pesar de trabajar poco y apenas inmiscuirse en la vida política,
como ya dije en mi artículo del mes anterior, el Rey, como
persona y como entidad, ha cumplido la misión, no como pretendía
la persona que lo eligió y designo como heredero y continuador
de su política, el General Franco, sino con una sobrada
conciencia de que la Corona sólo tendría justificación y
continuidad si reinaba con el pueblo y para el pueblo. Creo que
D. Juan Carlos, como un irreprochable árbitro de fútbol, ha
sabido hacerlo y, con perfecta conciencia y prudente siempre,
actuado para que el juego de España continúe a lo largo de estos
treinta años pasando totalmente desapercibido.
Sin embargo, lo de no saber encajar que un periodista pida su
abdicación, lo de pensar y decir que -en una acción que,
realmente, no sé cómo calificar- podría actuar para que lo echen
a la calle, es harina de otro costal. Quizás debíamos pensar que
el Rey se está haciendo mayor (en el próximo enero va a cumplir
los setenta años), quizás -y lo digo con cierta pena- las
reivindicaciones de Jiménez Losantos no están desprovistas de
una cierta lógica y se vaya haciendo necesario un cambio
generacional en la persona que ostenta la más alta magistratura
de la nación. Ciertamente, existe en todos los ámbitos laborales
una edad, llamada de jubilación -y que está establecida en los
65 años-, llegada la cual los individuos pasan a una situación
pasiva. Quizás el Rey, D. Juan Carlos, ateniéndose a que la edad
máxima en las prórrogas de jubilación son los setenta años, como
buen español y fiel cumplidor de las leyes establecidas para
todos los españoles -aunque a él no le afecte- está considerando
(o debería considerar) la posibilidad de renunciar a su
vitalicia prórroga de jubilación y ceder su puesto al príncipe
D. Felipe. Estoy completamente convencido de que el príncipe
será un digno sucesor de la Corona y un fiel continuador de su,
hasta ahora, magnífica e insuperable filosofía.
Naturalmente, y lo digo por los más escépticos al sistema
monárquico o los republicanos "de toda la vida", podríamos pasar
totalmente de tener un Rey, pero... ¿para qué? Podríamos adoptar
un sistema político al estilo de las repúblicas modernas, como
la francesa (semipresidencial, o sea, que el Jefe del Estado es
persona distinta al Presidente del Gobierno) o presidencialista
(como EE.UU., donde el Presidente es a su vez Jefe del Estado),
pero, sin unos líderes auténticamente concienciados y
capacitados y un pueblo totalmente de acuerdo e identificado con
la idea, podría ocurrir que cayéramos en los mismos errores por
los que ya pasamos en 1873 y 1931. De los posibles peligros que
podría entrañar -incluso hoy en día- poner todos los poderes del
Estado exclusivamente en manos de políticos se podrían poner
miles de ejemplos, pero, quizás bastaría echar un vistazo a la
República Bolivariana de Venezuela, donde el augusto presidente
Chávez, elegido democráticamente por el pueblo (aunque primero
encabezó una rebelión militar contra el Presidente Carlos Andrés
Pérez en 1992), ya contempla entre sus ideas más inmediatas (¿a
ver quién se atreve a una negativa?) cambiar la Constitución en
lo que respecta a lo de sus seis años de mandato como presidente
por otra en la que el cargo sea heredable por sí mismo y
vitalicio. Y ocurren "cosas raras" en Pakistán y Polonia y Rusia
y Ucrania... ¿República?
Bien mirado, la Monarquía Constitucional y Parlamentaria que nos
hemos impuestos, no es otra cosa que un desarrollo moderno de la
República Semipresidencial, que, al igual que ocurre en países
de gran experiencia y con notables y expertos políticos, como
Gran Bretaña, mantiene todas las prerrogativas de una república
y sólo conserva la figura de la Corona para la ostentación de la
Jefatura del Estado, limitando de esta forma su posible
participación en la vida política para sólo casos muy
excepcionales (caso de nuestro 23-F). De esta forma, y a
diferencia de lo que ocurre en nuestra vecina Francia, el Jefe
del Estado es persona neutral y, teóricamente (porque cada uno
tendrá sus tendencias) desvinculada de los diferentes partidos.
El Rey D. Juan Carlos, dejando a un lado este último y singular
lapsus calami, ha demostrado sobradamente su
neutralidad e imparcialidad en todo cuanto afecta a la labor
desarrollada por los políticos de los diferentes partidos en
estos treinta años. Era parte de su misión y así lo ha hecho.
Respecto a abdicar, aunque sólo serán los cuatro gatos de
siempre los que se lo pidan (los mismos que, a contrapelo de
toda lógica, quieren construir su particular muro de Berlín a lo
largo de sus mínimas fronteras), no me cabe dudas de que
continuará demostrando su amor y entrega a España y lo hará
cuando lo considere necesario y bueno para los intereses
patrios.