De vivir hay modos y modos. Y de morir, también. En la propia
cama o rodando las escaleras; segados por la enfermedad o por
las bombas. Aquí nos interesan las víctimas de accidentes
fatales y los suicidas. A unos, se supone, las circunstancias
les jugaron una mala pasada, a los otros... quién sabe. Cuando
Antonin Artaud, el escritor, quiere referirse a Vincent van
Gogh, y dar cuenta de su trágico pistoletazo, publica un libro
cuyo título lo dice todo: “...el suicidado por la sociedad”.
Pero hay quienes piensan distinto. Según Dante, los suicidas se
cocinan en el Infierno como cualquier pecador. Por mi parte,
prefiero el calendario popular de muertos que rige en México,
donde no se habla de almas condenadas, sino de celebración. Los
accidentados y los suicidas la tienen juntos, en un mismo día,
el 28 de octubre. Me parece una idea interesante, les diré por
qué.
Tal vez una parte de los accidentados sean suicidas
vergonzantes. Con cuidadoso descuido, provocan al destino: salen
a la carretera en copas o conducen a exceso de velocidad. Lo
menos que se les puede decir: se la buscaron. El protagonista de
Bajo el volcán de Lowry es un forastero que provoca las balas en
un medio donde éstas son el idioma: tiene "tan poca suerte" como
el peatón que cruza la calle sin mirar a los lados, o como los
obesos, los cocainómanos excedidos en las dosis, los sedentarios
de tiempo completo, etcétera. Si al llegar a cuarentones les
toca una crisis cardíaca ¿se podrá decir en su defensa que son
totalmente ajenos? ¿O se trata de una vergonzante voluntad
suicida?
Pues bien, existe una zona intermedia entre los golpeados por la
mala suerte, esto es, los accidentados auténticos, y los
suicidas. Esa zona es habitada por una especie de individuos que
se complace en tentar el destino, no del todo convencidos de su
decisión final y tampoco de seguir viviendo. Y en ese claroscuro
se debaten. No recurren a la vía rápida donde difícilmente quepa
un tal vaivén, no: nada de soga o balazo. Dan un paso hacia la
muerte y luego se arrepienten, incluso en la breve pausa que
brinda la sobredosis entre su ingestión y la sangre infectada.
Es decir, cuando un lavaje de estómago todavía puede funcionar.
Entonces, retroceden y piden auxilio. Así, los accidentados
inauténticos o suicidas de vía lenta y dubitativa.
En fin, entre los obesos compulsivos, que se lanzan sobre el
refrigerador sin poderse contener, plenamente conscientes de que
están acortando los días de sus vidas, y quien muerde el caño
del revólver, la diferencia estriba en la velocidad: suicidio
lento y diferido, o fast tract. Es significativo que el verbo
“matarse” sirva tanto para un accidente fatal como para el acto
de quitarse la vida: “se mató en un choque de carretera”, “se
mató de un tiro en la sien”.
El suicida es un sujeto para quien el mundo ha perdido
habitabilidad. De ese hecho, según Antonin Artaud, no responde
él. Vincent van Gogh, santo laico de los artistas, sería el caso
prototípico: otra hubiera sido su suerte de haber recibido un
mínimo de reconocimiento de sus contemporáneos, quien no
vendiera en vida sus cuadros, resulta glorificado post mortem,
lo cual hace más injusto aún el pistoletazo: la mano no es
guiada por su voluntad sino por el rechazo de los otros. O por
la propia impaciencia de su carácter, puede agregarse, sin
olvidar que la nuestra es la sociedad de los ansiosos. De hecho,
las motivaciones del suicidio son múltiples, sin excluirse las
genéticas. En situaciones similares de amor no correspondido, un
individuo sale a tomarse unas copas con los cuates, otro corre a
las vías del metro.
Claro, la sociedad siempre algo tiene que ver. Pero el individuo
también. Frente a un mundo que a sus ojos ha perdido
habitabilidad, las respuestas son variadas. Hay quien no lo
soporta y se dice: me suprimo. Y hay quien se dice: suprimo al
mundo. Y sale a matar gente, comenzando por quienes más gordos
le caen y reserva una bala para sí. Y hay quien se dice: mañana
será otro día.
Así, como lo quiere el calendario mexicano, no está mal reunir a
los accidentados, suicidas y fronterizos en una misma fecha de
celebración. ¿No es acaso el suicida una suerte de accidentado?
Claro que sí: un accidentado que tropieza con su propia mano.